sábado, 21 de agosto de 2010

Grandes escenas mudas del cine sonoro

Aseguran los hombres que de estas cosas saben, y además mucho, tirando a demasiado, que después de la invención del sonoro el cine necesitó años para recuperarse del shock que le supuso la irrupción de la palabra hablada, los mismos que habrían de transcurrir para que regresara al nivel de excelencia que había alcanzado en el periodo mudo. Necesitó, en concreto, redescubrir la fuerza del silencio para aprender a encauzar el potencial del sonido. Y yo, que no sé tanto sobre cine pero que sí he visto las suficientes películas, no tengo razón ninguna para poner en duda un hecho que se me antoja tan incuestionable. Ahí están las mil y unas escenas del cine sonoro que han perdurado en la memoria colectiva precisamente por la habilidad con la que la palabra ha hecho mutis por el foro y le ha cedido el protagonismo a la capacidad de la imagen desnuda para transmitir tensión, emoción, inquietud, miedo, alegría o lo que fuera necesario transmitir.


Mismamente -si no a cuento de qué tanto rollo pseudointelectual- como en la famosa escena del Albert Hall de "El hombre que sabía demasiado", una entre muchas de las inagotables lecciones de cinematografía que nos legó el genio de Hitchcock. Si soy sincero, y supongo que estaría mal que no lo fuera, admito que he elegido esta escena por mero encargo, pero también porque después de volver a verla me ha fascinado la manera magistral con la que Hitchcock acierta a combinar los diversos ingredientes que intervienen en ella: la majestuosidad del espacio físico y las dimensiones de la orquesta; la muda elocuencia de los actores y la coreografía milimétrica de sus desplazamientos; la amenaza constante de las armas -la evidente, la pistola, pero más aún la que no lo es tanto, los platillos- y la utilización de la música, elementos todos que conforman una compleja narración a cuatro bandas que pese a ello no necesita ni una sola palabra para explicarse por si misma. Vamos, que esto que estoy haciendo yo ahora mismo es lo más estéril y lo más absurdo que haya podido hacer en mucho tiempo. Mejor la veis por vosotros mismos y yo me callo:

2 comentarios:

  1. Y ahí está lo excepcional, al alcance de la mano, donde, paradójicamente, suelen pasar inadvertidas las maravillas cotidianas. Pues en el discurso de naturaleza articulada que se recrea en lo que se expresa sin carácter verbal está la clave de lo que no puede ser interpretado a la luz de la intersubjetividad. Este milagro de todos los días pertenece al Misterio, como un otro modo que ser más allá de la esencia. El gran Levinas lo intuyó pensando en la alteridad y perdiéndose en su laberinto, aceptando sin requejos el hecho fundamental: que no es necesario consumar la expectativa ni la Gran Expectativa. Y en eso quedamos y en eso estamos, sin darnos cuenta, sin advertirlo, rindiendo pleitesía a lo inútil y a lo absurdo todos y cada uno de nuestros días, como Fuente de Vida que flirtea con la Muerte. Nada más inútil y absurdo que vivir para morir; es cierto. Nada más prodigioso y valioso.

    Gracias Alan Moore; alias Pedro.

    ResponderEliminar
  2. Sí, yo mismo he pensado eso muchas veces.

    ResponderEliminar

Como no me copies te pego

Reservado todos los derechos a los lectores, que podrán copiar, manipular, alterar y hasta leer todos los textos de este blog. Eso sí, se agradecería que mencionaran de dónde diablos han sacado el juguetito.