jueves, 30 de septiembre de 2010

Las historias del rock: “Septiembre” de Josele Santiago (Los Enemigos)



¿Por qué estoy frío si hoy hace calor?
Yo iba a ser un gran tío, todo un ganador
¿Será que no es lo mío esta competición?
¿Por qué os reís tanto delante de Dios,
delante de Dios?


Lo he intentado de corazón
Me hubiera encantado lo sabes señor
¿Es cierto que no tengo?
¿Es cierto que no tengo?
¿Es cierto que no tengo?
Ninguna vocación


Ya es septiembre 
y yo no voy a estar
en septiembre
En septiembre
no pienso vendimiar
en septiembre,
septiembre, septiembre,
septiembre, septiembre,
septiembre…


Id a por el pan 
que yo no voy a ir
y a por la leche
yo no voy a estar.
Antes de que me echen 
prefiero salir,
aunque sea abriendo 
la puerta de atrás
la puerta de atrás



Mientras los frailes 
vayan a rezar
mientras los bailes 
sean sin mí igual
yo besaré a la madre
besaré a la madre
besaré a la madre
que hoy me velará…


Ya es septiembre


Voy a estrenar
corbata hoy.
Por fin haré algo de verdad
¡Qué feliz soy!


Ya es septiembre
Septiembre
Septiembre
Septiembre
mi último septiembre


En el año 1990 el trío madrileño Los Enemigos publicó La Vida Mata (Gasa). Allí estaba “Septiembre”, un tema cuya letra estaba basada en un caso real, y que contaba la historia de lo que pasaba por la cabeza de un chaval justo en el momento anterior a suicidarse ahorcándose. Han pasado 20 años, pero la combinación de los versos, la voz arrastrada de Josele Santiago y la potencia del trío siguen logrando estremecerme mientras escucho como relatan esta triste historia.

Mi versión favorita de este tema se incluye en el disco en directo Obras Escocidas (1985-2000) (Virgin, 2001). Uno de los motivos es que a esta joya del rock en español le sigue una magnífica versión de "Señora" de Serrat. 


La cita de hoy es de Honoré de Balzac: la resignación es un suicidio cotidiano. 
¿Aún no te has aburrido lo suficiente?...

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Grandes combates de la Historia del Boxeo: Corrales-Castillo I

Está en el número 2 de mi lista, sólo por detrás del Foreman-Lyle que ya publiqué en la era de Sin apuesta... Y lo está porque es una auténtica delicia de inicio a fin; el febril encuentro de dos guerreros genuinos, Diego "Chico" Corrales y Jose Luis "El temible" Castillo, que rindieron tributo y honores a su disciplina, el boxeo. En especial en ese increible último asalto que es ya historia principalísima del deporte y que se ha ganado por méritos propios un hueco en la memoria y el corazón de todos los aficionados. Aunque no faltan aquellos a quienes las triquiñuelas del desenlace les desluce la pelea. A mí personalmente me parecen parte esencial de su aroma inconfundible.

La contienda se escenificó el siete de mayo de 2005 en Las Vegas, casualmente en la misma fecha y en la misma ciudad en la que dos años después iría a encontrar la muerte en trágico accidente de motiocicleta Diego "Chico" Corrales. El combate fue nombrado "Mejor pelea del año" por la Asociación de Escritores de Boxeo de América (Premio Muhammad Ali-Joe Frazier) y desde entonces no se ha apeado nunca de los primeros puestos en las inevitables listas de las mejores peleas de siempre. Además, para los que no os gusta el pugilismo, siempre podreis interpretarlo como una metáfora de la eterna lucha entre proletarios y propietarios. Aunque a decir verdad el boxeo jamás ha alcanzado semejantes niveles de violencia, barbarie y crueldad.

Os lo sirvo en cuatro partes y en inglés, pero con toda la emoción del directo.








¿Aún no te has aburrido lo suficiente?...

Pensamientos ocasionales: La Huelga General


"Y si hago huelga, ¿me descontarán un día de desempleo?"


-Yo mismo mientras hojeo el tomo I de El Capital, de Karl Marx-
¿Aún no te has aburrido lo suficiente?...

martes, 28 de septiembre de 2010

Mis cuentos favoritos: Los gourmets, de Roald Dalh

Hay que echarle narices al asunto para pretender a estas alturas del conflicto laboral desmarcarse con la genial idea de descubriros a Roald Dalh, un autor que ha sido, durante décadas, sistemáticamente saqueado por Hollywood. Por ejemplo es complicado imaginar que haya alguien que no conozca a Matilda o que ignore a Charlie y su fábrica de chocolates. O más aun, que no se haya estremecido con El hombre del Sur, el relato que inmortalizara Hitchcock en su serie de televisión y que readaptara a su manera Tarantino en Four Rooms. Ya sabéis, el del encendedor infalible, la apuesta y el pulgar amputado. Y no os culpo a vosotros por conocerlo ni a Hollywood por el expolio. Hay que admitir que si bien quizá sus cuentos jamás vayan a ser recordados por la complejidad de su estructura narrativa, ni seguramente la espesura psicológica de sus personajes esté a la altura de las exigencias de un Freud o un Adler, ni tampoco la hondura filosófica de sus relatos a las de un Spinoza o un Plaza Uñac, o el arrojo de su compromiso social y la delicadeza de su aliento poético sean medibles con los logros de un Camus, un Dos Passos o un Vian, con todo, la narrativa de Dalh posee algo que probablemente ninguno de ellos llegó a raspar siquiera en su superficie: esa especie de energía arrolladora que caracteriza a los narradores natos, a aquellos escritores que por encima de cualquier otra virtud poseen el don de saber cómo se cuenta una buena historia.

Y es que, rebosante de imaginación e ingenio, frecuentar a Dalh es como perderse en un flameante universo de mundos multiformes y siempre cambiantes; como adentrarse en un territorio salvaje dónde cualquier cosa, imaginable o no, puede terminar sucediendo. Porque en el fondo leer sus cuentos es la experiencia más parecida que conozco a un agradable paseo en un hermoso día soleado en medio de un campo de minas: es placentero, no lo vamos a negar, aunque más vale mirar bien dónde se pisa, so riesgo de acabar, al menor descuido, empotrado contra la cornisa más próxima. Vamos, al viejo estilo Carrero Blanco, para que os hagáis una idea. En fin, lo dijo Nexus 6 en Blade Runner: es toda una experiencia leer con miedo.

Para la ocasión me decanto por el exquisito “Los gourmets”, también titulado en otras antologías como “El sibarita”, toda una muestra del ingenio y la mala leche que se gastaba el autor británico. Como siempre en estos casos, hay clickar en Leer más...





LOS GOURMETS


Éramos seis cenando aquella noche en la casa de Mike Schofield en Londres: Mike con su esposa e hija, mi esposa y yo, y un hombre llamado Richard Pratt.
Richard Pratt era un famoso gourmet, presidente de una pequeña sociedad gastronómica conocida por «Los epicúreos», que mandaba cada mes a todos sus miembros un folleto sobre comida y vinos. Organizaba comidas en las cuales eran servidos platos opíparos y vinos raros. No fumaba por terror a dañar su paladar, y cuando discutía sobre un vino tenía la costumbre, curiosa y un tanto rara, de referirse a éste como si se tratara de un ser viviente.
«Un vino prudente —decía—, un poco tímido y evasivo, pero prudente al fin.» O bien, «un vino alegre, generoso y chispeante. Ligeramente obsceno, quizá, pero, en cualquier caso, alegre».
Yo había coincidido en casa de Mike dos veces con Richard Pratt anteriormente. En ambas ocasiones, Mike y su esposa se habían esmerado en preparar una comida especial para el famoso gourmet y, naturalmente, esta vez no iban a hacer una excepción.
En cuanto entramos en el comedor me di cuenta de que la mesa estaba preparada para una fiesta. Los grandes candelabros, las rosas amarillas, la numerosa vajilla de plata, las tres copas de vino para cada persona, y, sobre todo, el suave olor a carne asada que venía de la cocina, hicieron que mi boca empezara a segregar saliva.
Al sentarnos recordé que, en las dos anteriores visitas de Richard Pratt, Mike siempre había apostado con él acerca del vino clarete, presionándole para que dijera de qué año era la solera de aquel caldo. Pratt replicaba que eso no sería difícil para él. Entonces Mike apostaba con él sobre el vino en cuestión. Pratt había aceptado y ganado en ambas ocasiones. Esta noche estaba seguro de que volvería a jugar otra vez, porque Mike quería perder su apuesta y probar así que su vino era conocido como bueno, y Pratt, por su parte, parecía sentir un placer especial en exhibir sus conocimientos.
La comida empezó con un plato de chanquetes dorados y fritos con mantequilla, rociados con vino de Mosela. Mike se levantó y lo sirvió él mismo, y cuando volvió a sentarse me di cuenta de que observaba atentamente a Richard Pratt. Había dejado la botella frente a mí para que pudiera leer la etiqueta. Esta decía: «Geirslay Ohligsberg, 1945.» Se inclinó hacia mí y me dijo que Geirslay era un pueblecito a orillas del Mosela, casi desconocido fuera de Alemania. Me dijo que ese vino era muy raro porque, siendo los viñedos tan escasos, para un extranjero resultaba prácticamente imposible conseguir una botella. El había ido personalmente a Geirslay el verano anterior para conseguir unas pocas docenas de botellas que consintieron en venderle.
—Dudo que lo tenga alguien más en esta comarca —dijo, mirando de nuevo a Richard Pratt—. Lo bueno del Mosela —continuó, levantando la voz— es que es el vino más adecuado para servir antes del clarete. Mucha gente sirve vino del Rin, pero los que tal hacen no entienden nada de vinos. Cualquier vino del Rin mata el delicado bouquet del clarete. ¿Lo sabían? Es una barbaridad servir un Rin antes de un clarete. Pero el Mosela... ¡Ah! ¡El Mosela es el más indicado!
Mike Schofield era un hombre de mediana edad, muy agradable. Pero era corredor de Bolsa. Para ser exacto, era un agiotista de la Bolsa y, como muchos de su clase, parecía estar un poco perplejo, casi avergonzado, de haber hecho dinero con tan poco talento. En su fuero interno sabía que no era sino un book-maker, un corredor de apuestas, un untuoso, infinitamente respetable y secretamente inescrupuloso corredor de apuestas. Suponía que sus amigos lo sabían también. Por eso quería convertirse en un hombre de cultura, cultivar un gusto literario y artístico, coleccionando cuadros, música, libros y todo lo demás. Su explicación acerca de los vinos del Rin y del Mosela formaba parte de esta cultura que él buscaba.
—Un vino estupendo, ¿verdad? —dijo, mirando insistentemente a Richard Pratt.
Yo le veía echar una furtiva mirada a la mesa cada vez que agachaba la cabeza para tomar un bocado de chanquetes. Yo casi le sentía esperar el momento en que Pratt cataría el primer sorbo, contemplaría el vaso tras haber bebido con una sonrisa de placer, de asombro, quizá hasta de duda, y entonces se suscitaría una discusión en la cual Mike le hablaría del pueblo de Geirslay.
Pero Richard Pratt no probó el vino. Estaba conversando animadamente con Louise, la hija de Mike, la cual no tenía aún dieciocho años. Estaba frente a ella, sonriente, contándole, al parecer, alguna historia de un camarero en un restaurante parisiense. Mientras hablaba, se inclinaba más y más hacia Louise, hasta casi tocarla, y la pobre chica retrocedía lo máximo que podía, asintiendo cortésmente, o más bien desesperadamente, y mirándole no a la cara sino al botón superior de su smoking.
Terminamos el pescado y la doncella empezó a retirar los platos. Cuando llegó a Pratt y vio que no había tocado su comida siquiera, dudó unos instantes. Entonces Pratt advirtió su presencia, la apartó, interrumpió su conversación y empezó a comer rápidamente, metiéndose el pescado en la boca con hábiles y nerviosos movimientos del tenedor. Cuando terminó, cogió su vaso y en dos tragos se bebió el vino para continuar en seguida su interrumpida conversación con Louise Schofield.
Mike lo vio todo. Estaba sentado, muy quieto, conteniéndose y mirando a su invitado. Su cara, redonda y jovial, pareció ceder a un impulso repentino, pero se contuvo y no pronunció palabra.
Pronto llegó la doncella con el segundo plato. Este consistía en un gran rosbif. Lo colocó en la mesa delante de Mike, quien se levantó y empezó a trincharlo, cortando las lonchas muy delgadas y poniéndolas delicadamente en los platos para que la doncella las fuera distribuyendo. Cuando hubo servido a todos, incluyéndose a sí mismo, dejó el cuchillo y se inclinó apoyando las manos en el borde de la mesa.
—Bueno —dijo, dirigiéndose a todos, pero sin dejar de mirar a Richard—, ahora el clarete. Perdónenme, pero tengo que ir a buscarlo.
—¿Vas a buscarlo tú, Mike? —dije—. ¿Dónde está?
—En mi estudio. Está destapado, para que respire.
—¿Por qué en el estudio?
—Para que adquiera la temperatura ambiente, por supuesto. Lleva allí veinticuatro horas.
—Pero ¿por qué en el estudio?
—Es el mejor sitio de la casa. Richard me ayudó a escogerlo la última vez que estuvo aquí.
Al oír su nombre Richard nos miró.
—¿Verdad que sí? —dijo Mike.
—Sí —dijo Pratt afirmando con la cabeza—, es verdad.
—Encima del fichero de mi estudio —dijo Mike—. Ese fue el lugar que escogimos. Un buen sitio en una habitación con temperatura constante. Excúsenme, por favor. Voy a buscarlo.
El pensamiento de un nuevo vino le devolvió el humor y dirigióse rápidamente a la puerta para regresar un minuto más tarde, despacio, solemnemente, llevando entre sus manos una cesta donde había una botella oscura. La etiqueta estaba invertida.
—Bueno —gritó, viniendo hacia la mesa—. ¿Y éste, Richard? Este no lo adivinará nunca.
Richard Pratt se volvió lentamente y miró a Mike; luego sus ojos descendieron hasta la botella metida en la cesta, levantó las cejas y echó hacia adelante el labio inferior con un gesto feo e imperioso.
Mientras tanto las mujeres callaban, en una especie de mutismo embarazoso y tenso.
—Nunca lo adivinará —repitió Mike—; ni en cien años.
—¿Un clarete? —preguntó Richard, como afirmándolo.
—Naturalmente.
—Entonces me imagino que será de algún pequeño viñedo.
—Puede que sí, Richard, y puede que no.
—Pero ¿es de un buen año? ¿Una de las grandes cosechas?
—Sí, eso se lo garantizo.
—Entonces no puede ser difícil —dijo Richard Pratt, recalcando las palabras, ya un poco aburrido. Sólo que, en mi opinión, había algo extraño en su forma de pronunciar, y en su aburrimiento: en sus ojos se percibía una sombra algo diabólica, y en su actitud un ansia que me provocó una cierta inquietud.
—Esta vez es realmente difícil —dijo Mike—. No le voy a coaccionar a que apueste por este vino.
—¿Por qué no?
Sus cejas se arquearon de nuevo y sus ojos adquirieron un extraño brillo.
—Porque es difícil.
—Esto no me deja en muy buen lugar.
—Mi querido amigo —dijo Mike—, apostaré con gusto si usted lo desea.
—No creo que sea tan difícil descubrirlo.
—¿Significa eso que va a apostar?
—Efectivamente, quiero apostar —dijo Pratt.
—Muy bien, lo haremos como siempre.
—No cree que pueda adivinarlo, ¿verdad?
—Con todo el respeto, no lo creo —dijo Mike. Hacía esfuerzos por mantenerse correcto. Pero Pratt no se molestó mucho en ocultar su desdén por todo el asunto.
Sin embargo, su pregunta siguiente traicionó un cierto interés.
—¿Quiere aumentar la apuesta?
—No, Richard.
—¿Apuesta cincuenta cajas?
—Sería tonto.
Mike se quedó quieto detrás de su silla en la cabecera de la mesa, cogiendo la botella embutida en su ridícula cesta. Su rostro estaba pálido y la línea de sus labios era muy fina.
Pratt estaba recostado en el respaldo de su silla, mirándole, con las cejas levantadas, los ojos medio cerrados y una ligera sonrisa en los labios. Observé de nuevo, o creí ver, algo enigmático en la cara del hombre, una sombra de ansia en sus ojos, que ocultaban cierta malignidad un tanto pueril y maliciosa.
—Entonces, ¿no quiere subir a apuesta?
—Por mí no hay inconveniente, querido amigo —dijo Mike—; apostaré lo que quiera.
Las tres mujeres y yo estábamos callados, mirando a los dos hombres. La esposa de Mike empezaba a sentirse incómoda; su boca se contraía en un mohín de disgusto y me pareció que en cualquier momento iba a interrumpirles. El rosbif estaba intacto en los platos, jugoso y humeante.
—Entonces, ¿apostaremos lo que yo quiera?
—Exactamente, le apuesto lo que quiera, si está dispuesto a mantener la apuesta.
—¿Hasta diez mil libras?
—Desde luego, si así lo desea.
Mike iba ganando confianza por momentos. Sabía ciertamente que podía apostar cualquier suma que Pratt dijera.
—Entonces, ¿apuesto yo primero? —preguntó Pratt otra vez.
—Eso es lo que he dicho.
Hubo una pausa en la cual Pratt me miró a mí y luego a las tres mujeres detenidamente. Parecía querer recordarnos que éramos testigos de la oferta.
—¡Mike! —dijo la señora Schofield rompiendo la tensión ambiental—, ¿por qué no dejas de hacer tonterías y empezamos a comer? La carne se está enfriando.
—No es ninguna tontería —dijo Pratt tranquilamente—; estamos haciendo una apuesta.
Distinguí a la doncella en segundo término con una fuente de verdura en las manos, dudando entre seguir adelante o no.
—Muy bien —dijo Pratt—, le diré qué es lo que quiero que apueste.
—Diga, pues —le respondió Mike descaradamente—, empiece.
Pratt volvió la cabeza y nuevamente una diabólica sonrisa apareció en sus labios. Luego, lentamente, mirándonos a Mike y a mí, dijo:
—Quiero que apueste para mí, la mano de su hija. Louise Schofield dio un salto de la silla.
—¡Eh! —gritó—. ¡No, esto no tiene gracia! Oye, papá, no tiene ninguna gracia.
—No te preocupes, querida —la tranquilizó su madre—; sólo están jugando.
—No bromeo —dijo Richard Pratt.
—¡Esto es ridículo! —exclamó Mike, perdiendo el control de sus nervios.
—Usted ha dicho que apostara lo que quisiera.
—¡Yo he querido decir dinero!
—No ha dicho dinero.
—Eso es lo que he querido decir.
—Pues es una lástima que no lo haya dicho. De todas formas, si se arrepiente de su oferta, no tengo inconveniente.
—No voy a retirar mi oferta, amigo mío. Lo que pasa es que usted no tiene una hija para substituir a la mía, en caso de que pierda, y aunque la tuviera, yo no me casaría con ella.
—Me alegro de oírte decir eso, querido —intervino su esposa.
—Me apuesto lo que usted quiera —anunció Pratt—. Mí casa, por ejemplo, ¿qué le parece mi casa?
—¿Cuál de ellas? —preguntó Mike, bromeando.
—La del campo.
—¿Por qué no la otra, también?
—De acuerdo, si así lo quiere usted. Las dos casas.
En aquel momento, vi dudar a Mike. Dio un paso adelante y colocó la botella sobre la mesa. Puso el salero a un lado, luego hizo lo mismo con la pimienta. Seguidamente cogió un cuchillo y durante unos segundos examinó pensativamente la hoja, colocándolo luego en su sitio otra vez. Su hija también le vio vacilar.
—Bueno, papá —gritó—. ¡No seas absurdo! Esto es una soberana tontería. Me niego a que me apostéis, como si fuera un trofeo de caza.
—Tienes mucha razón, nena —dijo su madre—. Ya está bien, Mike. Siéntate y come.
Mike no le hizo ningún caso. Miró a su hija paternalmente. Sus ojos brillaban con un gesto de triunfo.
—¿Sabes, Louise? —le dijo, sonriendo mientras hablaba—, debemos pensarlo.
—Bueno. ¡Ya está bien, papá! ¡Me niego a escucharte! ¡En mi vida he oído una cosa tan ridícula!
—Hablemos en serio, querida. Espera un momento y escucha lo que voy a decirte.
—¡No quiero oírlo!
—¡Louise, por favor! Se trata de lo siguiente: Richard ha hecho una apuesta seria, él es quien ha apostado, no yo. Si pierde, tendrá que desprenderse de sus valiosas propiedades. Espera un momento, querida, no interrumpas. La cosa es ésta: no puede ganar.
—El cree que sí.
—Ahora, escúchame, porque yo sé de qué se trata. El experto, al paladear un clarete, siempre que no sea algún vino famoso como Laffite o Latour, sólo puede dar un nombre aproximado de la viña. Naturalmente puede decir el distrito de Burdeos de donde viene el vino, sea St. Emilion, Pomerol, Graves o Médoc. Pero cada distrito tiene varias comarcas, pequeños condados, y cada condado tiene gran número de pequeños viñedos. Es imposible que un hombre pueda diferenciarlos por el gusto y el olor. No me importa decirte que éste que tengo aquí es vino de una pequeña viña rodeada de muchas otras y nunca podrá adivinarlo. Es imposible.
—No puedes asegurar eso —dijo su hija.
—Te digo que sí. Aunque no sea demasiado correcto por mi parte el decirlo, entiendo un poco de vinos. Y además, ¡por el amor del cielo!, soy tu padre y supongo que no pensarás que te voy a obligar a algo que no quieres, ¿verdad? Te estoy haciendo ganar dinero.
—¡Mike! —le replicó su mujer duramente—. ¡No sigas, Mike, por favor!
De nuevo pareció ignorarla.
—Si consientes en esta apuesta, en diez minutos poseerás dos grandes casas.
—Pero yo no quiero dos casas, papá.
—Entonces las vendes. Véndeselas a él inmediatamente. Yo lo arreglaré todo. Piénsalo, querida. Serás rica, independiente para toda la vida.
—¡Oh, papá, no me gusta! Me parece una cosa tonta.
—A mí también —dijo la madre.
Al hablar, movía la cabeza de arriba abajo como una gallina.
—Deberías avergonzarte de ti mismo, Michael, por sugerir una cosa así. ¡Llegar a apostar a tu propia hija! Mike ni siquiera la miró.
—Acepta —dijo testarudamente, mirando a la chica—. ¡Acepta!, ¡rápido! Te garantizo que no perderás.
—No me gusta eso, papá.
—Vamos, nena, ¡acepta!
Mike la forzaba más y más. Estaba inclinado hacia ella, mirándola fijamente, como si tratara de hipnotizarla.
—¿Y si pierdo? —dijo con voz ahogada.
—Te repito que no puedes perder, te lo garantizo.
—¡Oh, papá! ¿Debo hacerlo?
—Te voy a hacer ganar una fortuna, así que no lo pienses más. ¿Qué dices, Louise? ¿De acuerdo?
Por última vez, ella dudó. Luego, se encogió de hombros desesperadamente y dijo:
—Bien, acepto, siempre que me jures que no hay peligro de perder.
—¡Estupendo! —exclamó Mike—. Entonces apostamos.
Inmediatamente, Mike cogió el vino, se sirvió primero a sí mismo y luego fue llenando los vasos de los demás. Ahora todos miraban a Richard Pratt, observando su rostro mientras él cogía su vaso con la mano derecha y se lo llevaba a la nariz. Era un hombre de unos cincuenta años y su rostro no era muy agradable. Todo era boca —boca y labios—, esos labios gruesos y húmedos del sibarita profesional, con el labio inferior más saliente en el centro, un labio colgante y permanentemente abierto con el fin de recibir más fácilmente la comida y la bebida. Como un embudo, pensé yo al observarle: su boca es un embudo grande y húmedo.
Lentamente, levantó el vaso hacia la nariz.
La punta de la nariz se metió en el vaso, y se deslizó por la superficie del. vino, husmeando con delicadeza. Agitó el vino en su vaso, para poder percibir mejor el aroma. Parecía intensamente concentrado. Había cerrado los ojos y la mitad superior de su cuerpo, la cabeza, cuello y pecho parecían haberse convertido en una sensitiva máquina de oler, recibiendo, filtrando, analizando el mensaje que le transmitía la nariz, con sus aletas carnosas, eréctiles, nerviosas y sensitivas.
Observé a Mike, sentado en su silla, aparentemente despreocupado, pero atento a todos los movimientos. La señora Schofield, su esposa, estaba sentada muy erguida en el lado opuesto de la mesa, mirando de frente, con gesto de desaprobación en el rostro. Louise, la hija, había separado un poco la silla y, como su padre, observaba atentamente los movimientos del sibarita.
Durante un minuto el proceso olfativo continuó; luego, sin abrir los ojos ni mover la cabeza, Pratt acercó el vaso a su boca y bebió casi la mitad de su contenido. Después del primer sorbo, se paró para paladearlo, luego lo hizo pasar por su garganta y pude ver su nuez moverse al paso del líquido. Pero no se lo tragó todo, sino que se quedó casi todo el sorbo en la boca. Entonces, sin tragárselo, hizo entrar por sus labios un poco de aire que mezclándose con el aroma del vino en su boca pasó luego a sus pulmones. Contuvo la respiración, sacando luego el aire por la nariz; para poner finalmente el vino debajo de la lengua y engullirlo, masticándolo con los dientes, como si fuera pan.
Fue una representación solemne e impresionante, debo confesar que lo hizo muy bien.
—¡Hum! —dijo, dejando el vaso y relamiéndose los labios con la lengua—, ¡hum!, sí..., un vinito muy interesante, cortés y gracioso, de gusto casi femenino.
Tenía saliva en exceso en la boca y al hablar soltó algunos salpicones sobre la mesa.
—Ahora empezaremos a eliminar —dijo—, me perdonarán si lo hago concienzudamente, pero es que me juego mucho. Normalmente, quizá me hubiera arriesgado y hubiera dicho directamente el nombre del viñedo de mi elección. Pero esta vez debo tener precaución, ¿verdad?
Miró a Mike y le dedicó una espesa y húmeda sonrisa. Mike no le sonrió.
—En primer lugar: ¿de qué distrito de Burdeos procede este vino? No es demasiado difícil de adivinar. Es excesivamente ligero para ser St. Emilion o Graves. Desde luego, es un Médoc, no cabe duda.
»Veamos, ¿de qué comarca de Médoc procede? Esto, por eliminación, tampoco es difícil de saber. ¿Margaux? No. No puede ser Margaux, no tiene el aroma violento de un Margaux. ¿Pauillac? Tampoco puede ser Pauillac. Es demasiado tierno y gentil para ser un Pauillac. El vino de Pauillac tiene un carácter casi imperioso en su gusto. Además, para mí, Pauillac contiene un curioso y peculiar residuo que la uva toma del suelo de la viña. No, no. Este es un vino muy gentil, serio y tímido la primera vez que se prueba. Quizá sea un poco revoltoso a la segunda degustación, excitando la lengua con un poquito de ácido tánico. Después de haberlo saboreado, es delicioso, consolador y femenino, con la generosa calidad que se asocia a los vinos de la comarca de St. Julien. Indudablemente, éste es un St. Julien.
Se respaldó en la silla, puso las manos a la altura del pecho con los dedos juntos. Estaba poniéndose ridículamente pomposo, pero creo que lo hacía deliberadamente para burlarse de su anfitrión. Esperé ansiosamente a que continuara. Louise encendió un cigarrillo. Pratt le oyó rascar el fósforo y se volvió hacia ella, mirándola con ira.
—¡Por favor, no lo haga! Fumar en la mesa es una costumbre horrible.
Ella le miró, con el fósforo en la mano, observándolo fijamente con sus grandes ojos, quedando así un momento, y echándose hacia atrás otra vez, lenta y ceremoniosamente. Luego inclinó la cabeza y apagó el fósforo, pero continuó con el cigarrillo sin encender entre los dedos.
—Lo siento, querida —dijo Pratt—, pero no puedo consentir que se fume en la mesa. Ella no le volvió a mirar.
—Bueno, veamos. ¿Dónde estábamos? —dijo él—. ¡Ah, sí! Este vino es de Burdeos, de la comarca de St. Julien, en el distrito de Médoc. Hasta ahora voy bien. Pero llegamos a lo más difícil: el nombre de la viña. Porque en St. Julien hay muchos viñedos y, como ya ha señalado nuestro anfitrión anteriormente, a menudo no hay mucha diferencia entre el vino de uno y de otro, pero ya veremos.
Hizo una pausa otra vez, cerrando los ojos.
—Estoy tratando de establecer la cosecha —dijo—, si consigo esto, tendré ganada la mitad de la batalla. Bueno, veamos. Evidentemente, este vino no es de la primera cosecha de una viña, ni de la segunda. No es un gran vino. La calidad, la..., el..., ¿cómo lo llaman?: el esplendor, el poder, eso falta. Pero la tercera cosecha, ésa sí podría ser. Sin embargo, lo
dudo. Sabemos que es de un buen año, nuestro anfitrión lo ha dicho. Esto lo desfigura un poco. Tengo que ser prudente, muy prudente, en este punto.
Tomó el vaso y dio otro sorbo.
—Sí —dijo, secándose los labios—, tenía razón. Es de la cuarta cosecha, ahora estoy seguro. La cuarta cosecha de un año muy bueno, bueno de verdad. Eso es lo que le dio el gusto de tercera y hasta segunda cosecha. ¡Bien! ¡Esto está mejor! ¡Nos vamos acercando! ¿Cuáles son las viñas de las cuartas cosechas de la comarca de St. Julien?
Volvió a pararse, tomó el vaso y se lo puso en los labios. Luego le vi sacar la lengua, estrecha y rosada, con la punta metiéndose en el vino, escondiéndose otra vez; era un espectáculo repulsivo. Cuando dejó el vaso, mantuvo los ojos cerrados, el rostro concentrado, sólo los labios se movían, restregándose uno contra otro como dos piezas de húmeda y esponjosa goma.
—¡Aquí está otra vez! —gritó—. Ácido tánico después de un sorbo y una sensación bajo la lengua. ¡Sí, sí, claro, ya lo tengo! El vino procede de una de esas pequeñas viñas de los alrededores de Beychevelle. Ahora recuerdo. El distrito de Beychevelle, el río, el pequeño puerto, anticuado y ridículo. Beychevelle... ¿Puede ser el mismo Beychevelle? No, no creo. No exactamente, pero debe de ser muy cerca de allí. ¿Château Talbot? ¿Puede ser Talbot? Sí, podría ser: esperen un momento.
Volvió a probar el vino y al fijarme en Mike Schofield le vi inclinarse más y más sobre la mesa, con la boca un poco abierta y sus ojos fijos en Richard Pratt.
—No. Estaba equivocado. Un Talbot viene más pronto a la memoria que ése; la fruta está más cerca de la superficie. Si es un «34», que creo que es, no puede ser Talbot. Bien, bien. Déjenme pensar. No es un Beychevelle y no es un Talbot, y sin embargo está tan cerca de ambos, tan cerca, que el viñedo debe de estar en medio. ¿Qué podrá ser?
Dudó unos momentos. Nosotros esperamos, observando su rostro. Todos, hasta la esposa de Mike, le mirábamos. Oí a la doncella poner el plato de verduras en el aparador, detrás de mí, suavemente, para no turbar el silencio.
—¡Ah! —gritó—, ¡ya lo tengo! ¡Sí, creo que lo tengo!
Por última vez probó el vino. Luego, con el vaso todavía cerca de la boca, se volvió hacia Mike y le dedicó una lenta y suave sonrisa, diciéndole:
—¿Sabe lo que es? Este es el pequeño Château Branaire-Duoru.
Mike quedó inmóvil.
—Y del año 1934.
Todos miramos a Mike, esperando que volviese la botella y nos enseñara la etiqueta.
—¿Es ésa su respuesta? —dijo Mike.
—Sí, creo que sí.
—Bueno. ¿Es o no es la respuesta final?
—Sí, es mi respuesta definitiva.
—¿Me quiere decir su nombre otra vez?
—Château Branaire-Duoru. Una pequeña viña. Un viejo castillo, lo conozco muy bien. No comprendo cómo no lo he reconocido desde el principio.
—Vamos, papá —dijo la chica—, vuelve la botella y veamos qué pasa. Quiero mis dos casas.
—Un momento —dijo Mike—, espera un momento. Parecía inquieto y sorprendido y su rostro iba palideciendo como si fuera perdiendo las fuerzas.
—¡Michael!—exclamó su esposa desde la otra parte de la mesa—. ¿Qué pasa?
—No te metas en esto, Margaret, por favor. Richard Pratt miraba a Mike con ojos brillantes. Mike no miraba a nadie.
—¡Papá! —gritó la hija angustiada—. ¡No me digas que lo ha adivinado!
—No te preocupes, querida. No hay por qué angustiarse. Supongo que fue por 'desembarazarse de la familia por lo que Mike se volvió hacia Richard Pratt y le dijo:
—Oiga, Richard, creo que será mejor que vayamos a la otra habitación y hablemos.
—No quiero hablar —dijo Pratt, fríamente—, lo que quiero es ver la etiqueta de la botella.
Ahora sabía que había ganado, tenía la arrogancia y la apostura del ganador y me di cuenta de que se molestaría si encontraba algún impedimento.
—¿Qué espera? —le dijo a Mike—. ¡Déle la vuelta!
Entonces ocurrió: la doncella, la pequeña y fina figura de la doncella de uniforme blanco y negro, estaba de pie al lado de Richard Pratt con algo en la mano.
—Creo que son suyas, señor —dijo.
Pratt la miró y vio las gafas que ella le tendía. Dudó un momento.
—¿Son mías? Sí, seguramente, no sé...
—Sí, señor, son suyas.
La doncella era una mujer mayor, más cerca de los setenta que de los sesenta y llevaba muchos años en la casa. Puso las gafas en la mesa, a su lado.
Sin darle las gracias, Pratt las cogió y las deslizó en el bolsillo de la chaqueta, detrás del blanco pañuelo.
Pero la doncella no se retiró. Se quedó de pie, detrás de Richard Pratt. Había algo raro en ella y en la manera de quedarse allí, derecha y sin moverse. La observé con repentino interés. Su viejo rostro tenía una mirada fría y determinada, los labios apretados y las manos juntas delante de ella. La cofia en la cabeza y la blanca pechera del uniforme la hacían parecerse a un pajarito.
—Las ha dejado en el estudio —dijo. Su voz era deliberadamente correcta—, encima del fichero verde, cuando ha ido allí, solo, antes de la cena.
Sus palabras tardaron unos minutos en tomar sentido y en el silencio que siguió a ellas advertí que Mike se sentaba con tranquilidad en su silla, volviéndole el color a las mejillas, los ojos muy abiertos, la extraña curva de su boca y la blancura de las aletas de la nariz.
— ¡Bueno, Michael! —dijo su esposa—. ¡Cálmate, Michael, querido, cálmate!


¿Aún no te has aburrido lo suficiente?...

sábado, 25 de septiembre de 2010

10 actrices: Marlene Dietrich

Acabamos ronda, la segunda, de la mano de un ángel. Azul, para más señas. Y no es pitufina, obsesos del tebeo.

¿Aún no te has aburrido lo suficiente?...

¡Cómo se lo curra la Industria Editorial!

Sería una auténtica lástima que por culpa de la libre circulación e intercambio de archivos vía internet se perdiera este noble arte de editar y reeditar libros y tebeos. Por ejemplo hoy os dejo dos enlaces que nos muestran el muy laborioso, cuidado y artesanal empeño con el que la Editorial Planeta trata los clásicos del mundo del tebeo. Un ejemplo admirable de profesionalidad que sin duda merecería ser recompensado con unas ventas acordes. No me resisto a extractar algunos párrafos selectos de las dos lecturas recomendadas:

"Hace unos días nos planteábamos medio en broma, medio en serio si la gente de Planeta recurre a descargarse tebeos de internet cuando no tiene materiales con los que editar. Es hora de tachar lo de medio en broma y decirlo totalmente en serio, los tebeos que editan son descargas de internet (...)"

Comparación entre el escaneado original y lo publicado por Planeta


"La editorial se da cuenta de que no tiene los materiales necesarios para sacar un nuevo ejemplar de Clásicos DC: La Legión de Superhéroes, así que busca desesperadamente unos escaneados y da con el archivo (...) El único cambio que realiza sobre el archivo antes de enviarlo a la imprenta es una modificación de los niveles de contraste y posterior corrección de color automática (todo esto no lleva más de tres clicks del ratón...) (...)* Resultado: Colores aun más empastados, suciedad, linea quemada, desenfoque, poco o nada que ver con el original...* Veredicto: Basura no publicable. "

Resultado obtenido por Fox

"Eso sí, ya no os preguntéis más de donde sale este material, ya que sale del mismo lugar de donde te lo descargates tú. Es más, si te fijas es posible que ahora mismo alguien este conectado a tus archivos compartidos..."



El trabajo realizado por Jean Mallart


Un tebeo con otro nombre: Los escaneados vienen de... Internet

BLOGFOX: Misión: Arreglar un Cutrescaneado

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viernes, 24 de septiembre de 2010

Aristóteles y La Reina de África

"Es necesario, tanto en los caracteres como en el entramado de los hechos, buscar siempre lo necesario y lo verosímil, de manera que sea necesario y verosímil que un determinado personaje hable u obre de tal manera y que luego de tal cosa se pueda producir tal otra o necesaria o verosímilmente. Resulta pues evidente que, por lo mismo, los desenlaces del mito deben ser una consecuencia del mito mismo, y no de una intervención divina"

Aristóteles, Poética (1454 b)


De esto es precisamente de lo que me quejaba yo hace tiempo -y me sigo quejando ahora- cuando me refería al final de películas como Atraco perfecto o La Reina de África. Grandes películas, no lo niego, pero a las que no me apetece hacerles la vista gorda y obviar el hecho de que adolecen de eso que reclamaba Aristóteles para la poética: de un desenlace que pueda articularse de forma lógica y necesaria con su progresión dramática. En ambos casos la conclusión no sólo no es consecuente con el desarrollo sino que además lo traiciona de mala manera, contradiciéndolo y anulándolo. Ese es a mi entender el único efecto que puede ejercer sobre ambas películas la aparición abrupta de la fatalidad y la fortuna -la intervención divina contra la que nos prevenía Aristóteles representada aquí en la figura del perro que se cruza inoportuno echándolo todo a perder y en la del torpedo que se extravía muy convenientemente para hacerle el trabajo sucio al Happy End forzoso- : la de saltar por encima de las consecuencias derivadas de las decisiones de los personajes; la de corregir los traumas y los efectos de su deambular a través de la ficción, desdibujando y desluciendo todo lo previo. 

Cierto es que la fortuna o la desgracia son factores que siempre hay que tener en cuenta en el desarrollo de cualquier peripecia que se precie, algo de lo que parecen mostrarse muy conscientes tanto Rick y Pocholina como Johnny Guitar y sus secuaces cuando se deciden a emprender sus respectivas aventuras. Todos ellos saben que se la están jugando y que sus destinos dependen en gran medida del capricho de los hados. Mas aun, si elimináramos el Deus ex machina de ambos finales y especuláramos con otros más acordes a los reclamos de la verosimilitud -no tanto en cuanto que reflejo de la realidad, sino de la coherencia interna del relato: finales en los que Sam Spade y Tracy Lord fueran definitivamente ajusticiados por su atrevimiento y Hayden premiado por su audacia- incluso en ese caso las ficciones no dejarían de contar con la dosis suficiente y adecuada de imprevisibilidad. Durante el Atraco Perfecto se suceden con frecuencia los contratiempos lógicos que ponen en vilo el resultado final del mismo y la parejita feliz tampoco se encuentra sumida en el olvido absoluto del azar y la fortuna durante su periplo río arriba, río abajo. Esa es a mi entender la porción justa de aleatoriedad con la que cualquier relato puede contar en su desarrollo, y de la que tal vez no sea lícito prescindir a la hora de formular la intrincada ecuación narrativa. Pero ojo, una cosa es contar con ella como un elemento más dentro de la complejidad de la historia, y otra bien distinta es, como hacen Kubrick y Huston, transfigurarla en el factor decisivo que lo revierte todo y le impone a machamartillo y por narices un final que en definitiva no es producto del fatum, ni del ethos ni del pathos de los personajes o de la propia historia, sino única y exclusivamente de la moralidad vigente. Incluso me atrevería a decir que de moralina del momento.

En el fondo de la cuestión lo que subyace es el hecho de que en el mundo narrativo no existe propiamente y en rigor la casualidad: el relato es ante todo una construcción artificial en el que nada está librado al azar -si acaso a la inconsciencia o a la impericia del creador que se deja dominar por su obra-; los sucesos son siempre causales, los acontecimientos responden siempre a una intención consciente del autor o, si hablamos de cine, del productor. Y por supuesto el Hollywood de antaño exigía -y todavía exige a su manera- que el orden natural de las cosas, ese mismo que se obstinan irreverentemente en revolver y poner patas arriba las películas, fuera al final oportunamente reconducido y restablecido de manera que los héroes puedan ser premiados por sus cualidades bondadosas y los villanos paguen el coste de sus villanías. No vaya a ser que se nos desmadre el personal con ideas erroneas. Pues vale, muy bonito, pero con su pan se lo coman.


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jueves, 23 de septiembre de 2010

Una historia de matemáticas: Maria I de Escocia, Isabel I de Inglaterra y la criptografía


Retratos de Isabel I de Inglaterra (izquierda), y María I de Escocia.


A lo largo de la historia de la humanidad, desde las primeras civilizaciones, se han desarrollado técnicas para enviar mensajes durante las campañas militares de tal modo que si el enemigo los interceptaba la información no cayese en manos de los contrarios. Esta rama del conocimiento que permite cifrar y descifrar los mensajes de un modo seguro es lo que se conoce como criptografía, y desde un punto de vista científico tiene una fuerte base matemática. Para hacernos una idea de su importancia a lo largo del tiempo, el método que se conoce como Cesar, y que se atribuye a Julio Cesar, proviene de la época de los romanos.

Al contrario que en otras ramas de la ciencia, en la criptografía siempre han existido dos bandos. Por una parte están los criptógrafos, que son los encargados de la creación de nuevas técnicas que garanticen la confidencialidad de los mensajes. Por otro lado están los criptoanalistas, cuya labor es la de descifrar esos sistemas de códigos que crean los criptógrafos.

En esa lucha silenciosa ha habido momentos en que uno de esos bandos ha logrado imponerse sobre el otro. Uno de ellos fue precisamente el que llevó a la decapitación el 8 de febrero de 1587 de María Estuardo, también conocida como María I de Escocia, por parte de Isabel I de Inglaterra, hija de Ana Bolena y Enrique VIII.

El origen de todo ello está en lo que se conoce como el “complot Babington”. Anthony Babington, que murió decapitado con 25 años, encabezó una conspiración cuyo objetivo era matar a la reina Isabel I y sustituirla por María I, para situarla al frente de un reino católico de ingleses y escoceses. Las pruebas que llevaron a la decapitación de Babington y posteriormente a María I tienen que ver precisamente con la criptología. El servicio de contraespionaje de la reina inglesa se hizo con una serie de cartas de María dirigidas a Babington en las que se apreciaba claramente que estaba al tanto de su plan y que lo aprobaba. En la redacción de las cartas los conspiradores utilizaron una técnica que constaba de dos partes y es lo que se conoce como un algoritmo de cifrado y codificación. Por un lado sustituían las letras por una serie de caracteres (cifrado), y por otro, algunas de las palabras más habituales se sustituían por unos símbolos (codificación).



Carta de Anthony Babington en la que se incluye el mensaje cifrado (parte superior) y la equivalencia de las letras y los símbolos (segundo pliegue de la parte inferior)


Maria I y sus acólitos estaban utilizando un método similar al que se había empleado desde hacía siglos, y que se suponía totalmente seguro. Sin embargo Thomas Phelippes, criptoanalista de Isabel I empleó la técnica del análisis de frecuencias, gracias a lo cual pudo descifrar la correspondencia entre los conspiradores. Dicho análisis consiste en estudiar la frecuencia o porcentaje con que aparecen los distintos caracteres o símbolos en un texto, y compararlo con la frecuencia con que las distintas letras aparecen en un idioma deteminado. Aunque el método no es totalmente exacto, ya que las frecuencias dependen de la longitud de los textos analizados, permiten unas aproximaciones iniciales muy útiles. A partir de ellas y por medio del intercambio de un número limitado de letras, permite descifrar rápidamente los mensajes.

El resultado de todo ello fue, tal y como se ha comentado, la decapitación de Babington el 20 de septiembre de 1586, y tras el correspondiente juicio, la de Maria apenas unos meses después. Otro efecto de todo ello fue la constatación de que el método de sustitución empleado hasta el momento por los criptógrafos, no era capaz de resistir las nuevas herramientas de los criptoanalistas.

Esta entrada forma parte de la VI Edición del Carnaval de Matemáticas cuyo anfitrión es el Blog de Sangakoo.

Y la cita de hoy: Saber que se sabe lo que se sabe, y saber que no se sabe lo que no se sabe: sabiduría. Alphonse Karr
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miércoles, 22 de septiembre de 2010

El juego cósmico



Madre mía, cada vez da más miedo jugar al ajedrez. Ya se lo decía yo a Adolfo en El secreto del ajedrez: hay que hacerselo mirar a los jugadores. Y al presidente de la FIDE también .
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martes, 21 de septiembre de 2010

Deportividad en el ajedrez

Cuando uno aprende a jugar al ajedrez, de las primeras cosas que te enseñan es a ser respetuoso y educado con tu contrincante (ejem, también depende del monitor de turno, que los hay que..., en fin, eso dará para otra entrada) siendo amable, pero no olvidando que estamos jugando para ganar.

En este escena se puede hablar de eso, de que al menos uno de los rivales sabía los códigos del ajedrez y demostró una notable deportividad. Aunque no está muy conseguida la escena (los actores son niños) , al menos si que deja un mensaje positivo.

También se puede extraer otra cosa y es el conocimiento de los temas tácticos en ajedrez, ya no entro en quién le enseñó tal o cual cosa, si Morfeo o Gandhi (como les denomina Alan), pero que sí, que entre los dos le aportaron esas lecciones. Y es que la partida acaba con una sencilla enfilada.

Más aportes de esta escena, lo clásico, el malísimo ejemplo que dan los padres, primero teniéndolos que enjaular para que se comporten y no les vayan "ayudando" a sus hijos diciéndole jugadas. Y al final también se ve, como un padre le insiste a su hijo, en que le atienda a él, en vez de dejar que felicite a su amigo por la victoria en el torneo. Esta película debería de ser obligatoria para todos los padres que tienen a sus hijos en las escuelas de ajedrez y se comportan de forma indignante.

También nos vale de reflexión sobre el pacto de tablas en el ajedrez, mas cuando está de actualidad lo sucedido en el campeonato de España por equipos entre el Linex Magic y el Solvay
.

Aunque no es mi película preferida sobre ajedrez, es cierto que se deja ver y que tiene cierto aliciente para los chavales que empiezan a jugar, pues no es tan habitual ver en el cine como se muestra la afición por la que se dejan unas pocas de horas en el estudio del juego.


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lunes, 20 de septiembre de 2010

10 actores: Cary Grant

No creo que haya demasiadas quejas si lo nombro unánimemente y sin posibilidad de discusión el mejor actor de todos los tiempos. Y si las hay, me encantaría leer esos contraargumentos en los comentarios, que siempre es agradable echarse unas risas con los amigos. Lo dijo el propio actor cuando fue advertido sobre el hecho de que todo el mundo quiera ser como Cary Grant: "No les culpo; yo también quiero ser Cary Grant".

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Pensamientos ocasionales: La política



"Ésta, y sóla ésta, es la verdadera esencia de la política"

-Yo mismo en una tarde aburrida, mientras cacharreo por la red-


Por supuesto me refiero a la actividad, no a la Espe ni a la Sinde. O al menos no sólo a ellas.


(Visto en Señorasque.com)
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domingo, 19 de septiembre de 2010

Las 10 mejores peleas de boxeo

Evidentemente si subo peleas de boxeo al blog es porque me gustan; más incluso: me apasionan. Pero si me apretáis en exceso las clavijas y no me dejáis más escapatoria que ésta diré simplemente que lo hago por una mera cuestión de índole práctica: el boxeo genera muchas visitas. Al menos eso es lo que he aprendido yo de mi blog anterior, que aun siendo un espacio dedicado principalmente a las reseñas de tebeo era sistemáticamente frecuentado por aficionados al boxeo. Y dentro del boxeo –también fuera de él- la entrada más exitosa de largo fue mi listado de 10 peleas, citado con cierta asiduidad en foros del tema e incluso la única que en casi cinco años de existencia ha merecido un fusilamiento en todo regla. Que yo sepa, claro. Pues bien, teniendo en cuenta estos precedentes voy a readaptar y trasplantar aquella formula exitosa de mi blog antiguo a este nuestro blog comunitario, tomando aquel decálogo de base, extirpándole, cual hábil cirujano, las peleas que con el tiempo se me han ido diluyendo en la memoria y reemplazándolas por otras que he conocido después o que conociéndolas ya entonces no es hasta ahora que he aprendido a apreciarlas en su justa medida. Y además después me pueden servir –en bandeja de plata y bien fría, que es como dicen que gustan de verdad las venganzas- como excusa para colaros por toda la escuadra las que aun no os he colado.

Las 10 mejores de la historia, me tienta escribir, pero reconozco que me faltan tantas peleas estupendas por conocer que no me atrevo a sentar cátedra. Así que seré modesto y lo dejaré en mis diez combates favoritos, las diez mejores peleas de entre todas las que han pasado delante de mis ojillos cansados -es que soy miope. Algunas de ellas están en la lista por un KO sensacional, otras por ser una mutua carnicería de inicio a fin; las menos por lo que significaron en su momento y las más por lo emocionante de su desarrollo. Pero todas tienen en común ser, de una forma u otra y a su manera, contiendas muy especiales. Eso sí, por una vez el orden no es azaroso y sí responde a la jerarquía de mis preferencias. Voy con ellas:


1.- Foreman-Lyle: Jamás he vuelto a ver una pelea como ésta, pesos pesados pegándose como si fueran plumas. Hasta cuatro veces besaron la lona los contendientes. La peléa más brutal de todos los tiempos.



2.- Corrales-Castillo I: Combate electrizante de principio a fin, coronado por un final apoteósico. Con triquiñuelas incluídas.



3.- Ali-Frazier I: El combate del siglo, el original; dos campeones invictos que ofrecieron toda una lección de pundonor y técnica.



4.- Ali-Frazier III: Lo más cercano a la muerte, como la describió el propio Ali. Un sensacional epílogo a la rivalidad antológica de estos dos grandes.


5.- Ali-Foreman: Uno de esos momentos que hacen del deporte el verdadero refugio de la heroica; una pelea que mereció, entre otros, un libro del Púlitzer Norman Mailer y un documental que se llevó el Oscar. Un combate que demuestra además que el boxeo es mucho más que musculos o corazón: es ante todo cabeza.



6.- Hagler-Hearns: Posiblemente el mejor primer asalto de todos los tiempos. Con final contra-reloj incluído que quita el aliento. Magnífica.


7.- Carvajal-González: Otro de esos combates sin un momento de respiro. Increíble la entrega y la capacidad de recuperación del campeón.



8.- Holmes-Norton: 15 asaltos frenéticos con dos boxeadores que lo dieron absolutamente todo por la victoria.




9.-Duran-Leonard I: Dos nombres históricos en una sensacional pelea que pasaría a los anales, además de por su calidad, por ser la primera derrota de uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos.



10.- Chávez-Taylor I: La épica y el suspense hechos boxeo. El final de los finales.



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sábado, 18 de septiembre de 2010

Bernarda de Utrera

Como mi alumno-amigo Ángel "el abogaino" está tardando mas de la cuenta en escribirnos algo de flamenco (es muy pudoroso y humilde, pero también una enciclopedia con patas del flamenco), pongo uno de los temas de una selección que me hizo otro compañero, (otro letrado en este arte) y aunque me puso alguna pachanguita, descubrí a la gran Bernarda de Utrera, cantando por bulerías, y con un enorme poderío. En este corte hay un pequeño popurrí de canciones, empalmados como solo saben hacer los artistas estos.



Pero como estoy generoso e investigador, también os voy a poner el Romance de la Reina Mercedes. Apreciemos que aunque tienen la palmas y una guitarra marcando el compás, estoy convencido de que lo podría cantar "a pelo". Mientras que llegan los escritos del maestro Ángel, nos tendremos que conformar con poner estos temas de la Bernarda de Utrera.

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viernes, 17 de septiembre de 2010

Ciudades abandonadas


Este verano me han llamado la atención dos artículos que os enlazo a continuación sobre el proceso de abandono de algunas grandes ciudades; en general la humanidad sigue un movimiento opuesto y se abandona el ámbito rural para concentrarse en las grandes urbes, esto pasa desde China a España pasando por la India o Latinoamérica, hasta el punto que estamos en un momento en el que por primera vez en la historia de la humanidad hay más población viviendo en el medio urbano que en el medio rural.

Los dos casos que me llamaron la atención son los de Lisboa y Detroit, por supuesto hay muchas diferencias entre ambas pero también algunos parecidos, en especial lo que se refiere al abandono del casco histórico y el traslado a la periferia, cambiando el modelo de vivienda en un bloque de pisos (ocupación vertical) por el de una casa sea dúplex o similar (ocupación horizontal) en ambos casos las clases pudientes que antes valoraban el vivir en el centro de la ciudad ahora aprecian asentarse en la periferia en barrios más selectos, con lo cual abandonan el centro a la especulación como en el caso de Lisboa (aunque con la crisis el plan de negocio se retrasará bastante) o directamente queda a su suerte como en el caso de Detroit donde el aspecto es directamente fantasmal. En el caso norteamericano además está instalada la idea de que no debe haber actuación de los poderes públicos con lo cual ni se plantea qué hacer con esos edificios y espacios; en el caso europeo sí se demanda que haya una intervención desde los ámbitos políticos, aunque ciertamente el margen económico en la actualidad es prácticamente nulo.

El proceso de abandono del centro de las ciudades por la periferia es un modelo de crecimiento urbanístico típicamente norteamericano que prioriza el uso del coche, esas viviendas unifamiliares que aparecen en el cine (recordad American Beauty) y que se ha trasladado a Europa, en España sólo tenéis que pensar en el auge inmobiliario y esos barrios enormes que han surgido de la nada en Madrid, Sevilla, Valencia, por todos lados y que ahora tienen atrapados en las hipotecas bancarias a tanta gente que paga mucho más de lo que vale su vivienda. Pero esa es otra historia, hoy sólo quiero hablaros del modelo de crecimiento urbanístico y llamar vuestra atención sobre sus contradicciones abandonadas al criterio único del mercado y sus beneficios.

Un último comentario sobre Detroit, recordaros que está en Michigan, el estado donde estaba el triunfante corazón de la industria del automóvil norteamericano y que ahora se encuentra sometida a la crisis económica internacional pero ya venía de un proceso de crisis a cámara lenta, es el estado donde nació Michael Moore el director de Bowling for Columbine, que algo ha mostrado de esa decadencia, decadencia que, dicho sea de paso, creo que la mentalidad norteamericana no reconoce por que no tiene esa experiencia histórica, y que los que vivimos en Extremadura y caminamos por pueblos donde los edificios más representativos proceden del siglo XVI (cuando la mesta era un poderoso vector económico) podemos empezar a entender si nos paramos a pensar. Os dejo ahora con los enlaces, el último lleva a unas magníficas fotografías que forman un libro que todavía no se ha puesto a la venta, no os las perdáis porque son sensacionales.

Lisboa, la capital del vacío.

http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Lisboa/capital/vacio/elpepusocdmg/20100801elpdmgrep_6/Tes

Blog Motel Americana por Álvaro Llorca y María Sánchez

http://blogs.elpais.com/motel-americana/2010/07/detroit-es-el-abismo.html#more

Las ruinas de Detroit, libro de fotografías de Yves Marchand y Romain Meffre

http://www.marchandmeffre.com/detroit/index02.html

también hay una exposición y en la página web de la galería se pueden ver algunas fotos distintas a las anteriores

http://www.gungallery.se/#/yvesmarchandromainmeffre/images

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Gustavo Bueno Vs Jorge Valdano: El encuentro del siglo




Precisamente, un encuentro entre fútbol y filosofía es lo que
subyacerá en el diálogo entre el director general del Real Madrid, Jorge Valdano, y el filósofo, Gustavo Bueno. Éste se producirá el próximo lunes,20 de septiembre, a las 19.00 horas, en la Universidad CEU San Pablo. Será en el marco del I Foro Félix Martialay, organizado por el Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español.

El encuentro -o el encontronazo- más sorprendente y descorcentante -o descacharrante- por lo menos, por lo menos... desde que Billy The Kid y Drácula cruzaran sus destinos allá en el Far West de cartón piedra de la serie Z más Z que se haya hecho jamás. Hasta tentado estoy -y hablo muy en serio- de pillarme el lunes un autobús y plantarme en la charla.

Y a todo esto, mientras sí y mientras no, yo me pregunto, ¿será capaz D. Gustavo de aplicarle al pezcuezo del argentino su famosa presa del Cierre Categorial, o desarbolará el Director General del Real Madrid al filósofo riojano con su discurso elaborado al primer toque, cual contertulio de dibujos animados? ¿Tendrá el debate un final tan memorable como el de la película de William Beudine? El lunes a partir de las 19:00 horas comenzaremos a salir de dudas.


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jueves, 16 de septiembre de 2010

La suerte, el azar y el dichoso calendario


El pasado ocho de septiembre me llegaba un email titulado “Suerte” en el que me contaban más o menos lo siguiente:


Este año en el mes de agosto, hemos tenido 5 domingos, 5 lunes y 5 martes. Esto solo ocurre cada 823 años y según el feng shui chino traerá mucho dinero a quien se lo cuente a otros en los primeros días de septiembre.
Pasa la voz. SUERTEEEEEEE!!!

Y sí, lo cierto es que este año, este período que nos está tocando vivir tiene que ser muy afortunado o por lo menos muy peculiar. No han tenido que pasar 823 años desde la vez anterior, que fue en 2004, y tampoco pasarán otros 823 años hasta la siguiente, ya que la próxima vez que ocurra que un mes de agosto tenga 5 lunes, 5 martes y 5 domingos será el año 2016. Por tanto, digo yo que estamos en algo así como una época trufada de años tan particulares.

Lo más divertido del tema no son esas “casualidades afortunadas”, sino que el correo electrónico llegase a mi buzón de correo. Que no hubiese habido alguien que hubiese cortado esa cadena antes de llegar a quien me lo envió. Y es que sin realizar todos los cálculos, que tendrían que tener en cuenta los años bisiestos (que son los años múltiplos de cuatro, salvo los múltiplos de cien que no lo son, excepto en el caso de que estos últimos sean múltiplos de 400 ya que entonces si lo son; es decir, y por poner un ejemplo, el año 2000 fue bisiesto, pero no así el año 1900), no es incorrecto pensar que en promedio, uno de cada siete años el día 1 de agosto cae en domingo. A saber de dónde habrá aparecido el número 823, que curiosidades de la vida, resulta que es un número primo y por tanto no es el producto de una serie de cifras que dependen de cada cuánto es un año bisiesto, el número de días de la semana y demás elementos que podrían influir en cada cuánto se repite este hecho.

Aunque a lo mejor haya quien piense con malicia que lo que hago contando esto aquí es justamente lo que se decía en el email... ¡quién sabe!




Y la cita en esta ocasión es un proverbio inglés: “Cuando apuntas con el dedo, recuerda que otros tres dedos te apuntan a ti”.
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Como no me copies te pego

Reservado todos los derechos a los lectores, que podrán copiar, manipular, alterar y hasta leer todos los textos de este blog. Eso sí, se agradecería que mencionaran de dónde diablos han sacado el juguetito.