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sábado, 24 de agosto de 2013

Michio Kaku, Stephen Hawking y Carl Sagan: teoría de cuerdas, futorología y visitas extraterrestres (o a la ciencia también se le va la bola)



Michio Kaku, para quienes no lo conozcáis, pasa por ser un físico y divulgador de cierto prestigio; experto en la teoría de cuerdas, se define también  como futurólogo, eso sí, futurólogo serio, que trata de predecir el futuro a la manera científica, como mandan Newton y Einstein. O dicho de otra forma; que es un magnífico espécimen para demostrar que a la ciencia y a los científicos también se les va la perola. Después de todo, son hombres -y mujeres- con sus más íntimas creencias e ideologías, como cualquiera. Por ejemplo, al pavo éste es posible escucharlo en el tubo hablando, adivinen ustedes... ¡de visitas extraterrestres! Y eso que todos sabemos que ese tema -y yo estoy de acuerdo, ojo- tiene poca relevancia real para la ciencia genuína. Mas no sólo es que hable del tema prohibido -¿cómo le habría reprendido el JL de haber estado presente en la grabación?-, es que hay que joderse en qué terminos lo hace. Claro que si se traga enterita la teoría de cuerdas, qué podíamos esperar de él:




Pero echémosle más sal a la herida: aquí tenemos a otro pseudocientífico, de incomprensible prestigio, preguntándose acerca de la cuestión prohibida. Con respuesta inasumible, además: 



"Para mi cerebro matemático, los números mismos demuestran que pensar en alienígenas es algo bastante racional" llega a decir el gachó sin que se le caiga la cara de vergüenza. Supongo que si el JL hubiera estado presente durante la grabación hubiera tirado, iracundo, al pseudocientífico de la silla, y después de patearlo en el suelo, cual vulgar Fedor Emelianenko, le hubiera instado a hablar de temas serios, mismamente de la superioridad moral de la izquierda sobre la derecha, por nombrar sólo el más serio y el más urgente de todos los temas serios. Pero mira, en esto, y aunque rompa los esquemas mentales del JL, voy a darle la razón por encima de la pseudopinión del mismísimo Stephen Hawking: más allá de los aspectos psicológicos, sociológicos o incluso religiosos del asunto, el tema de los extraterrestres tiene poco interés científico. Lo que no quita que se pueda tratar en una conversación entre amigos sin la menor pretensión.

Digo yo.

Pero rematemos bien la entrada: ahí os dejo otro pseudodebate pseudocientifico, donde aparece también el chalado este de la silla, con, oh sorpresa, idéntico tema. Me imagino al JL participando en el debate, con unas cervecitas y un poco de tinto de verano en sangre, para que se suelte con el inglés, resolviendo de un plumazo la cuestión con su legendario argumento urbi et orbi, que lo mismo sirve para todas las conversaciones que para ninguna: "señores, ustedes no tienen ni puta idea de lo que hablan". Fin de la conversación. 

Hala, átale el rabo a esa mosca, Stephen Hawking.



¿Aún no te has aburrido lo suficiente?...

viernes, 23 de agosto de 2013

El ajedrez y las industrias académicas, de Mario Bunge






"En la ex Yugoslavia, en plena guerra civil, se celebró en 1992 un torneo de ajedrez. En él participaron los dos máximos campeones de ese juego, Bobby Fischer y Boris Spassky. Entre ambos ganaron cinco millones de dólares. Esa cantidad era más que suficiente para comprar los anestésicos que faltaban en los hospitales del frente. El evento no fue organizado por la Cruz Roja sino por un negociante que, al parecer, hizo un pingüe negocio.
 
Una cosa es jugar al ajedrez para entretenerse y otra es dar el espectáculo de jugarlo por dinero, frente a cámaras de televisión que lo llevan a centenares de millones de hogares y, para peor, a poca distancia de un campo de batalla. Esto se parece más a una macabra profanación de tumbas que al sano ejercicio de un deporte.

El ajedrez es, por cierto, un juego inocente. Sirve para pasar el rato, sobre todo en la trinchera, el hospital, el asilo de ancianos o la cárcel. (Yo lo aprendí en una cárcel peronista y lo olvidé al salir en libertad.) Los entusiastas del ajedrez suelen llamarlo “el juego-ciencia”. Sostienen que afila la mente. Pero el hecho es que ningún campeón de ajedrez parece haber hecho contribuciones notables a ninguna rama del conocimiento. Más bien, el ajedrez puede distraer del trabajo intelectual. Esto nos lo asegura en su autobiografía el gran sabio español Santiago Ramón y Cajal, que abandonó el juego al comprobar que lo estaba distrayendo de sus estudios neurocientíficos, enormemente más difíciles. Ciencias de juguete.

Por cierto que el ajedrez no es la única manera agradable y pacífica de perder el tiempo. Otras son las industrias académicas, es decir, las teorías o prácticas que, aunque exigen inteligencia, no rinden conocimientos interesantes. Si el ajedrez es el juego ciencia, los ejercicios científicos intrascendentes son ciencias de juguete. Veamos algunos ejemplos.

Desde hace tres décadas todo un ejército de físicos teóricos juega a la teoría de las cuerdas, sin que hasta ahora hayan obtenido otros resultados que un cúmulo de fórmulas matemáticas complicadas que no explican ni predicen nada. El motivo de esta esterilidad es que la teoría postula que el espacio-tiempo tiene diez dimensiones en lugar de cuatro. Las seis dimensiones excedentes serían reales pero inaccesibles: estaríamos inmersos en un mundo decadimensional del que sólo veríamos una pequeña parte. O sea, nos ocurriría lo que al gusano, que, al no poder erguirse ni levantar vuelo, obra como si el mundo sólo tuviera dos dimensiones, como la superficie de una pelota.

Esta teoría impresiona porque usa una matemática potente. Pero es seudocientífica, porque postula la existencia de algo incomprobable. No es sino un juego o industria académica. Pero, a diferencia del ajedrez, que no cuesta, la teoría de cuerdas es costosa, porque a ella juegan miles de profesores, generalmente bien pagados.

En los estudios sociales campea la teoría de juegos, mediante la cual se pretende explicar cuanto ocurre y también cuanto no ocurre en la sociedad: competencia y cooperación, guerra y paz, gobierno y negocios, etcétera. En el caso más simple, la teoría consiste en suponer la existencia de dos agentes, la suerte de cada uno de los cuales depende de los actos propios y los del otro agente. Esto es bien razonable, por ser realista. La que no es realista es la suposición adicional de que el juego es simétrico, en el sentido de que ambos agentes tienen completa libertad de decisión. En el juego, cada cual puede decidir por sí mismo si ha de cooperar con el otro, o si ha de clavarlo. Esta hipótesis vale sólo entre iguales. No vale en los casos en que uno de los agentes tiene más poder que el otro, como ocurre con las parejas marido-esposa tradicional, patrón-obrero, proveedor-comerciante minorista y gran potencia-pequeña potencia. En estos casos, el agente más débil carece de libertad de elección: su contrato, si existe, es asimétrico. La vida real es otra cosa.

La fantasía desborda cuando se agregan las ganancias o pérdidas esperadas de los jugadores. Este procedimiento es realista en el caso de los juegos de azar. Pero los “juegos” de la vida real no son de azar, ni podemos contabilizar hasta no haber finiquitado el negocio. Por ejemplo, en el siglo XX, en la mayoría de los casos no se ha podido predecir correctamente el resultado de las guerras. En particular, los que iniciaron las dos guerras mundiales las perdieron.

Los asuntos sociales son demasiado complicados para poder representarlos mediante una teoría tan simple como es la teoría de juegos. Ésta no es sino una industria académica. Pero también cuesta más que el ajedrez, no sólo porque en ella trabajan profesores y analistas bien pagados, sino también porque las estrategias que se elaboran a su luz (o sombra) pueden tener resultados desastrosos, incluso trágicos, en vidas y bienes.

En resumen, el ajedrez es un entretenimiento interesante e inofensivo. ¿No basta esto para admitirlo? ¿Por qué pretender que es una ciencia y que forma geniales estrategas militares, comerciales o incluso científicos, cuando de hecho quita tiempo a la reflexión sobre problemas serios? ¿Y por qué, finalmente, pervertirlo convertiéndolo en negocio? Lo mismo vale, con las debidas diferencias, para la teoría de juegos y otras industrias académicas. ¿Por qué pretender que son productivas, cuando de hecho no son sino jeux d´esprit ? ¿Y por qué pretender cobrar un salario por ejercerlas, mientras que tantos escritores, músicos y pintores pasan hambre aun cuando embellezcan la vida? 

¿Aún no te has aburrido lo suficiente?...

Como no me copies te pego

Reservado todos los derechos a los lectores, que podrán copiar, manipular, alterar y hasta leer todos los textos de este blog. Eso sí, se agradecería que mencionaran de dónde diablos han sacado el juguetito.