Con paso firme me dirigía hacia mi lugar de trabajo un día cualquiera, como siempre, lleno de pensamientos furibundos, cuando de repente, al torcer una esquina, me encontré en medio de una discusión que enfrentaba de una parte, a una mujer y su marido, ambos de mediana edad, y por otra, a dos jóvenes operarios del Ayuntamiento. Al parecer, los operarios estaban arreglando alguna instalación urbana de medio pelo, y necesitaban, en su opinión, pasar un cable justo debajo del escalón que por el cual se accedía a la puerta principal de la casa del mencionado matrimonio. En estas, mientras yo pasaba,-y entusiasmado por tal evento, lo hice lentamente, claro-, la mujer arguía que ese cable era peligroso en ese lugar porque al cerrar la puerta de espaldas no lo veía y se daba un tropezón que casi le hacía caer al embarrado suelo, y que no era la primera vez que esto le sucedía con el mismo cable y los mismos operarios, a lo que contestó uno de los operarios -digamos, el más quinquilleramente apuesto- que ellos estaban allí cumpliendo con su obligación y que el cable debía estar por fuerza en ese lugar, y que si tenía alguna queja la hicera saber a las autoridades competentes; la mujer, al ver la insolencia del jovenzuelo, amenazó con llamar a la policía, y el operario le conminó a ello: "Llame usted a quien quiera, venga llámeles". Yo me alejaba, el matrimonio también, pero en sentido contrario. Hasta aquí nada que reseñar, pero la mujer no quedo nada satisfecha por la afrenta y, después de gallear unos instantes con el operario, y éste seguir respondiendo con su acostumbrada impertinencia, la bien parecida e impulsiva mujer pareció insinuar al marido, con una mirada sibilina de reproche, que tomara cartas en el asunto, el regordete marido, que hasta la fecha solo había farfullado algunas palabras sin mucho éxito, se dirigió al operario respondón y le increpó sutilmente en distancia corta. Silencio tenso. Pareció acabar ahí el asunto, sin embargo, la mujer retomó la pelea en su afán de querer decir la última palabra; como era de esperar, el incansable operario, defensor de sus derechos y obligaciones no se calló, y siguió argumentando cada vez más cáusticamente a su adverdsaria. Se produjo un tira y afloja, un voy, pero vuelvo, un me fui, pero estoy aquí de vuelta; hasta que la mujer con su marido por enésima vez se alejaron, no sin antes espetar áquella con desprecio un: "¡Guapo!"..., ¡diablos!, pensé, que manera de insultar es esa. El sorprendido operario al segundo exclamó "¡guapa!", y la terca mujer: "¡Guapo, más que guapo!", el operario, que no despegó en todo momento su cuerpo del acerado, donde reliaba unos alambres junto a su compañero que estupefacto no abrió el pico en toda la gresca, volvió a proferir semejantes palabras: "Eso tú, ¡guapa, más que guapa!". Bien, así estuvieron unos minutos en los que el tono de los "insultos" iba subiendo de intensidad sonora a la par que la forma de escupirlos era más violenta: "¡Guaaapooo", "¡guaaapaaaaa!", la escena se repetía en tanto que se iban acercando, y a viva voz con aire de absoluto desprecio el uno por el otro se decían casi al oído: "¡Guaaapo!" y la replica consabida: "¡Guaaaapa!". La cara del marido pasó por todos los colores del arco iris, de pronto, explotó ante el público que espectante como yo, se había ido agolpando para ver tan inaudito espectáculo: El sonrojado marido se acercó a los dos -mujer y operario- y empezó a desparramar gritando como un poseso en la cara del operario, que tras media hora decidió ponerse en pie: "¡Guapo tú!, ¡guapo tú!, ¿entiendes? ¡guapo tú!, y no insultes más a mi mujer o te parto la cara desgraciao, ¡guapo tú tonto de coño!, ¡guapo lo serás tú y tu puta madre!, ¡guapo tú!, me oyes, ¡guapo túúúúúú!" Ante la mirada atónita y circunspecta de los que allí nos dábamos cita, el operario se sacudió las manos del marido y gritó con renovado ímpetu: "¡Eso se lo dirás a tu puta madre cabrón hijo de la gran puta!, ¡guapo tú!, ¡¡guapa, guapa guapa...!!", dirigiéndose con matices burlones y guerrilleros a la mujer que no se desvió un centímetro en toda la nueva reyerta. En ese instante, empezaron a agarrarse los tres y a zarandearse unos a otros, el tibio y tímido repujar de manos fue dando paso a las cojidas cuelleras, mis ojos no daban crédito, la pelea estaba en marcha, en tanto que llenos de pasión y frenesí se gritaban sin indulgencia: ¡Guapo!, ¡eso tú guapo!, ¡y tú guapa!, ¡guaaaapoooo!, ¡guaaaapaaa! El ardor comenzó a incrementarse y pronto se vieron en el lastimoso suelo tirados, enredados en cables y herramientas varias mientras se tiraban de los pelos, se pellizcaban los mofletes, se mordían las orejas, y demás triquiñuelas de combate, arrastrándose por el lodazal en un frenético éxtasis uno en pos de una y el otro en pos de áquel... eso sí, no dejaron en ningún momento de insultarse: "¡Guapo!", ella, "¡guapa!", el operario, "¡eso tú, guapo tú!" el marido... El desolado público se iba marchando en oleadas, sus caras reflejaban la catarsis que habían sufrido sus inapropiados cerebros, yo me quedé allí, solo, en mitad de la nada, presenciando los últimos retazos de los luchadores ensangrentados de darse de ostias, uno tras otro soltaron sus moribundos estertores: "¡Guaaapo!", la mujer, "¡guaaaapa!", el operario, "¡guaaaapo tú!" el marido.....
Fantástico relato, fantástico. Lo he vivido mientras los insultos "cariñosos" acrecentaban su ironía hasta extremos nunca conocidos, y como si de un orgasmo virtual e inteminable se tratara, yo gritaba en el silencio de mi mente ¡guapa, guaapa, guaaapa, guaaaaaaaapa!guuuuuuuuuuuuuuuuuapa! hasta el último suspiro contenido en tus palabras.
ResponderEliminarhola que tal! permítame felicitarlo por su excelente blog, me encantaría tenerlo en mis blogs de entretenimiento. Estoy segura que su blog sería de mucho interés para mis visitantes !.Si puede sírvase a contactarme ariadna143@gmail.com
ResponderEliminarsaludos
Lo que no entiendo es como no te acercaste y soltaste un ¡Pero qué guapos sois los tres, coño! eso sí,y salir por patas :P
ResponderEliminarUn beso, guapo!
Yo ví la escena y puedo dar fe de la verdad de los improperios. En donde miente, y como un cosaco, nuestro ubicuo corresponsal es en la descripción de la contienda: ni hubo tirones de pelo, ni patadas en las espinillas ni muerdos en la rabadilla; en la agarrada acabaron los tres desnudos y haciendose en un desgarrado ménage à trois el amor de forma virulenta, hasta que al final el marido feneció de extenuación, el operario fue ingresado de urgencia aquejado de incontrolable ataque de pasión y a la mujer hubo de aplicarle 8 puntos de sutura en el corazón. Lo juro.
ResponderEliminarEspero que, al menos, usaran condones.
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado querido hermano, deseo que tengáis un fantástico año tú,tu mujer Lali y tu ingente prole de alumnos.
ResponderEliminarGracias Ariadna, sí, es cierto, el Blog es mío, se lo compré por cuatro duros mal contados a un tal Alan Moore un día lluvioso en una turbia calle del Bronx, estaba borracho y apestaba a quilombo barato, sí, un tipo sin escrúpulos...
ResponderEliminarCreo que nos deberías de felicitar a todos, sobretodo a Alan, que es el que administra el lugar y nos da la vara para que escribamos y comentemos.
ResponderEliminar¿Esto un blog de entretenimiento?
No sé si los que participamos en el nos gusta esta simple definición, o a mí me gusta pensar que este blog va un poco más allá del entretenimiento y busca la reflexión.
De cualquier modo, bienvenida a este lugar y esperamos veros mas días por aquí...
Saludos,
Jesús, me voy, ya lo sabes. Pero volveremos a vernos pronto. Cuídate y sé bueno. Y ten por seguro que nunca te llamaré guapo.
ResponderEliminarTe dejo una pieza de Janacek, tal vez te animes a tocarla alguna vez: http://www.youtube.com/watch?v=jW5fRySjgq4
Abrazos.
Bueno Paco, no te pongas así, de todos modos me jugué el Blog en una partida de ajedrez callejero en Central Park contra un tal Coleman, un tipo harapiento que se ganaba la vida engañando a jugadores de medio pelo, el tipo, por lo que sé, lo volvió a vender por una máquina tragaperras, cómo son las cosas chico...
ResponderEliminarSí Ana, quizás tengas razón, habría sido lo más inteligente; de todas formas, lo único que -después de lo sucedido- se nos ocurrió al otro operario y a mí, fue repartirnos los fiambres y venderlos como pudimos en el mercado negro de la carne para restaurantes chinos...
ResponderEliminarCuánto ha cambiado el sentido de los piropos... No sabes lo que me he reído imaginando la escena... y es que absurda y grotesca se me quedan cortos.
ResponderEliminarUn saludo.
Sería en otros de esos arrepíos que le daban a Coleman en aquellos años... Hoy ya es tan serio como ud, Jesús. Aunque no lo parezcamos.
ResponderEliminarSaluditos,
Me alegro de que lo hayas pasado bien con el relato Dama del Castillo, imagínate lo que es presenciarla en directo, el otro operario estuvo ingresado dos meses con camisa de fuerza en un manicomio para frenopáticos depresivos sin causa, qué cosas... saludos aristocráticos.
ResponderEliminarAmigo Paco, yo soy lo que tú quieras menos una persona seria, si lo hubiera sido en cualquier momento de mi agitada vida, me habría suicidado al instante tirándome a la cristalinas aguas del Arroyo Harnina...
ResponderEliminarAlan, me parece lamentable que sólo hayas hecho un solitario comentario a mi relato, ¡qué días aquellos en los que nos solazábamos juntos en los repletos graneros de ilusiones compartidas por un único objetivo!, ¡qué días muchacho, qué días!... Comenta, ¡coño!, comenta, como el fiel esbirro que eres de mi causa, como el leal vasallo de mi conciencia, como el siervo de mis retorcidas maquinaciones, como el prisionero de mi inescrutable voluntad, como el noble y devoto esclavo de mi apóstata fe..., comenta hasta que te sangren los dedos, mi entrañable camarada, bueno, ¡je, je! y prometo ayudarte con lo de Nietzsche.
ResponderEliminarPorque pájaro, tampoco tú te has dignado en hacer ni la más mínima apostilla del mio, tan entregado como anda a la causa de repartir saludos entre las féminas, besos entre las damas, caricias entre las señoritas, mordisquitos entre las doñas y otros juegos y enredos de manos entre el género en general. Y vaya, mejor que siguieras urgando al calor de las brasas que desprenden las faldas de la mesa camilla -Parker Bowles- que así tal vez me librara yo de ser degradado al rango, del tirón y por orden de aparición, de esbirro vasallo siervo prisionero esclavo camarada jeje y Nietzsche. Lo más bajo de lo más bajo. Muy obligado que te quedo.
ResponderEliminarRata apestosa, sólo estaba cumpliemdo con los cumplidos propios de mi clase y género, ¿¡cómo diablos querías que te apostillara nada si cambiaste la historia en beneficio de tus execrables instintos!?, juraste y perjuraste infame gusano que estabas allí, cuando en realidad en ese momento tú estabas mitigando tus insanas ansias sexuales con un rebaño de cabras socialistas soviéticas y como postre a tal funesto despropósito tomaste una noeliberal mula torda y la destordaste a fuerza de enardecedores mangerazos... ¡qué mala bestia!
ResponderEliminarMentira y más que mentira. Las cabras jamás se sacaron el carnet del partido y la mula era más percherona que torda, que como todo el mundo sabe no aguntan ná. Lo que no quita que en el ejercicio de mi ubicuidad también estuviera allí.
ResponderEliminarVos y sólo vos sois la causa de la crisis moral mundial, no quiero recordar el día que una manada de angustiadas elefantas falangistas se presentaron en mi casa suplicando consuelo ante el vil vituperio que habían sufrido, horrorizadas me contaron como un tipo conocido por el seudónimo "Alan Moore", las había sodomizado una por una sin contemplaciones... ¡qué bárbaro!
ResponderEliminarSin acritud alguna me parecéis todos unas ratas de chotuna cloaca, eso no es óbice para que celebremos tod@s esta maravilla que es encontrarse tantas viejas glorias y nuevas incorporaciones, en este formato tan cómodo que es la Red. Aunque no es para que nos empecemos a chupar las pollas, como señalaba nuestro querido Krugius, pero es un nuevo comienzo.
ResponderEliminarComo comienzo, no está mal.
ResponderEliminarHe dicho comienzo, no comiendo.
Chotunos os dejo un rato sin mirar y empezáis a chupar las pollas... en serio, aquí hacen falta más mujeres o muñecas o lo que sea. No os deis a lo que no debéis, ya decía yo que tanta filosofía, buena, no era.
ResponderEliminarNo es para tanto, el ser humano es muy versátil y lo mismo se traga la Fenomenología del Espíritu de Hegel, que al rato se come un coñito con inusitada pasión, no veo nada punible en ello, sino todo lo contrario, algo muy saludable y recomendable, sobre todo para digerir bien a Hegel...
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