jueves, 9 de septiembre de 2010

Jerry Siegel y Joe Shuster

Al igual que el cine encuentra en el western ese género que prácticamente le es consustancial en tanto que medio de expresión artística, capaz de marcarlo decisivamente y de definir lo mejor y lo peor de sus más de cien años de historia, también el cómic tiene en el universo de los superhéroes su propio género característico, aunque a mí personalmente no me acaban de agradar demasiado ni uno ni otros. Y si bien es cierto, por otra parte, que el western como tal hunde sus raíces en la literatura clásica y popular, en novelas como El último mohicano o El virginiano, en el caso de los superhéroes si queremos dar con la pista que nos lleve hasta su auténtica partida de nacimiento no nos quedará más remedio que remitirnos inevitablemente a un único nombre: Superman. Un personaje que no sólo es padre de toda una rama de la ficción, si no que además se ha convertido con el correr del tiempo en uno de los símbolos más reconocibles del mundo del tebeo. A decir verdad, acaso de la cultura de masas en su integridad y hasta de su propio país de origen, los Iuneis Esteis.

Así las cosas, cualquiera pensaría que sus creadores, Jerry Siegel y Joe Shuster, debieron nadar en la abundancia durante toda su vida, casi como el tío Gilito en su pileta de monedas y billetes. Pues no, craso error. Aunque nadie duda de que a la vista de la transcendencia que adquirió el personaje bien merecido lo hubiéran podido tener, lo cierto es que en sus carreras de nadadores en la abundancia se cruzó esa benefactora de autores y creadores siempre vigilante para que ninguno de ellos muera jamás de hambre: Ángeles González-Sin... digo, la industria editorial.

Bromas facilonas y retórica barata aparte, la de Siegel y Shuster es una historia verdaderamente sangrante; un cuento de terror que pone los pelos como escarpias a quien lo conoce: rechazados una y otra vez durante nada menos que seis años por todas las editoriales a las que ofrecieron su retoño de ficción, finalmente los derechos de Superman fueron adquiridos por National Comic, la actual DC, a cambio de una cifra auténticamente irrisoria: apenas 130 dólares de la época -era 1938. Años después, cuando el personaje se había transformado ya en un icono nacional y prácticamente planetario, rindiendo beneficios millonarios a sus editores, ellos, Siegel y Shuster, Shuster y Siegel, malvivían abandonados a su suerte en condiciones miserables, casi en la indigencia. Una situación que empezó a fraguarse después de que el guionista y el dibujante perdieran en 1947 el primero de los innumerables pleitos que les enfrentó a National Comic por la propiedad de su personaje, hecho este por el que en represalia ambos fueron inmediatamente despedidos, además de negarse la editorial a partir de entonces, como dicta la costumbre, a hacer alusión alguna en los tebeos de Superman a sus autores. Ya digo, otro ejemplo conmovedor de cómo la industria vela siempre por el bienestar de los artistas.


Si alguien tiene interés en conocer un poco más sobre el impacto del personaje y la forma en la que la industria trató a sus creadores, le recomiendo vivamente que le eche un vistazo al Maximortal de Rick Veitch, un tebeo en el que se nos cuenta, en forma velada y en clave de ficción, el ambiente y la mentalidad de aquella etapa fundacional del noveno arte. Os dejo enlace del cómic y un video recién subido al tubo con una pequeña entrevista radiofónica realizada a un jovencísimo Siegel en los primeros años de publicación del Hombre de acero.







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