Nunca he sido admirador de Holmes. Es cierto que me atrae el personaje, pero me tiran para atrás las narraciones de Conan Doyle. Decía Borges con respecto a la Biblia que los comentaristas habían sabido explicar muy bien lo que en algunas ocasiones el Espíritu había dicho muy mal. Con Holmes tengo una sensación muy similar: las lecturas y reinterpretaciones del personaje me parecen infinitamente más brillantes que la obra original. Sherlock es el ejemplo más patente de lo que digo. Una serie que es capaz de obrar el milagro, de tomar el canon holmesiano y ponerle los cuernos una y otra vez, con premeditación, con alevosía, con mala fe, y sin embargo ser de una fidelidad abrumadora.
Sherlock es la serie. Es el producto audiovisual más deslumbrante que haya visto al menos... al menos... en el último mes. El nivel medio de sus seis capítulos es francamente admirable, pero lo del capítulo cuarto, Escándalo en Belgravia, y lo del sexto, La caída de Reichenbach es sencillamente mareante. No sabría decir cuál de los dos episodios es mejor, como tampoco soy capaz de distinguir entre lo excelso y lo sublime. Lo más que me atrevo a afirmar es que vi el cuarto antesdeayer, y el sexto ayer: en ambos casos tuve la impresión de entender lo que deben sentir los místicos cuando contemplan el rostro de dios...
Es triste admitirlo, pero ahora mismo siento lástima por aquellos que dicen no ver series porque se oponen al concepto mismo de serie. No sé, es como quien afirmara orgulloso que jamás disfrutará de La pasión de San Mateo porque se niega, por principios, a escuchar nada que dure más de, pongamos por caso, 7´24´´...
Allá cada cual con sus principios, faltaría más, pero en fin, yo me siento muy agradecido de haber escuchado a Bach.
Sí Adolfo, sí, siento tener que ser tan explícito, pero estás tirando tu vida por el retrete. Déjate ya de remilgos sin sentido y mírate de una vez por todas todas las series de la HBO y de la BBC. Asúmelo, hombre, que ya eres mayorcito para ello: Peter Falk ha muerto. Y Colombo también.
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