Se podrá estar o no de acuerdo con el análisis y las conclusiones a las que llega este trabajo de Carlos Sánchez-Marco para la Fundación Lebrel Blanco, pero no se le podrá negar su gran interés: en parte, por el exhaustivo repaso a los problemas, frenos y dificultades que han aquejando, según él, a la economía española en las últimas siete décadas; por otra, porque es justamente esta interpretación de la realidad económica nacional la que parece definir y explicar la posición que oficialmente mantiene el gobierno, y la que supuestamente vendría a justificar sus lineas de actuación.
Para Sánchez-Marcos, como para el gobierno, el principal escollo al que ha de enfrentarse nuestra economía se encuentra en la baja competitividad de las empresas españolas, y en el endémico déficit comercial que ello acarrea. Una falta de competitividad que nace de los años y las condiciones de aislamientos internacional en los que se vio sumida España tras la guerra civil y que se extendieron a lo largo de nada menos que dos décadas, hasta la aprobación en 1959 del Plan Nacional para la Estabilización Económica. Fruto de este prolongado aislamiento fue el surgimiento de una industria frágil y poco eficiente que mal que bien conseguió sobrevivir hasta la década de los ochenta sustentada en la progresiva sustitución de las importaciones, siempre al amparo de los instrumentos de protección comercial. Un delicado equilibrio que se rompe definitivamente en 1986 con el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea.
Según Sánchez-Marcos la eliminación de las trabas a la importación dentro del espacio de la CEE y la adopción del sistema arancelario de la misma se tradujo, debido a nuestra menor competitividad, en un acelerado proceso de abandono por parte del empresariado español de los sectores de producción sujetos a la competencia internacional y en una progresiva decantación hacia aquellos otros que, como la construcción o el sector servicios, se satisfacen tradicionalmente a través de la oferta nacional.
Ante la entrada masiva de importaciones el déficit comercial, ya de por sí crónico en nuestra economía, se disparó hasta niveles insostenibles, haciendo imprescindible una severa devaluación competitiva de la peseta. Sin embargo esta devaluación se llevó a cabo de forma tardía e insuficiente durante la década de los noventa, cerrándose definitivamente las puertas al necesario ajuste en 2002 con la entrada en vigor del euro. En opinión de Sánchez-Marco el proceso de canje se hizo en la conyuntura de una moneda, la peseta, artificialmente sobrevalorada, lo que provocó un flujo excesivo de euros, que unido a la política de intereses bajos promovida por las autoridades financieras tras la crisis de las puntocom dio como resultado la sobrealimentación y el estallido de la burbuja inmoviliaria. Debido a la devaluación insuficiente habríamos estado accediendo a más recursos de los que nos correspondían, nos habríamos estado endeudado más allá de nuestras posibilidades; habríamos perpetuado la baja competitividad de las empresas nacionales, alejándolas cada vez más de la inversión en tecnología e I+D+I y agravado los desajustes de la balanza comercial española.
Y si esto fuera así, ¿cuál debería ser la solución a adoptar, si es que la hay? Obviamente, siguiendo esta linea de argumentación, la solución ideal pasaría por la devaluación de la moneda. Pero desgraciadamente, como todos sabemos, ya no es una alternativa viable. También podría ser útil la recuperación temporal de los instrumentos de protección comercial, algo que podría aliviar nuestra balanza en la medida en que dificultase y redujese las importaciones, pero tampoco está en nuestras manos; habría que pedir permiso a Europa y es poco probable que nos lo concedan. O, y esta parece ser la solución elegida, optar por la devaluación interna. ¿Y qué es eso de la devaluación interna? Pues simple y llanamente empobrecernos voluntariamente hasta que la reducción de los costes de producción incida en una mayor competitividad de nuestras empresas.
Y si esto fuera así, ¿cuál debería ser la solución a adoptar, si es que la hay? Obviamente, siguiendo esta linea de argumentación, la solución ideal pasaría por la devaluación de la moneda. Pero desgraciadamente, como todos sabemos, ya no es una alternativa viable. También podría ser útil la recuperación temporal de los instrumentos de protección comercial, algo que podría aliviar nuestra balanza en la medida en que dificultase y redujese las importaciones, pero tampoco está en nuestras manos; habría que pedir permiso a Europa y es poco probable que nos lo concedan. O, y esta parece ser la solución elegida, optar por la devaluación interna. ¿Y qué es eso de la devaluación interna? Pues simple y llanamente empobrecernos voluntariamente hasta que la reducción de los costes de producción incida en una mayor competitividad de nuestras empresas.
Lo cual, se esté o no de acuerdo con el análisis y las conclusiones de Sánchez-Marco, no deja de producir desasosiego e inquietud cuando se piensa que, a resultas de ello, nuestro propio gobierno pueda estar afanándose voluntaria y conscientemente, con todas sus energias y con todos los recursos a su disposición, en la tarea de hacernos lo más pobres posibles en el menor tiempo dado. Hasta que nos pongamos a la altura de los trabajadores chinos o hindues...
Para mear y no echar gota.
Sanchez-Marco
El neoliberalismo es lo que ofrece, unos pobres, otros ricos, cada vez más de lo primero que de lo segundo, por cierto.
ResponderEliminarY sin que ya no importen las fronteras, el rico chino, el rico indio y el rico español en el mismo crucero mientras los demás vamos en galeras, que el petróleo está caro y además es ecológico lo del remo.
Mientras tanto, sigo defendiendo la huelga general en nuestro terruño para la operación salida de semana santa, que es cuando jode de verdad.
Bueno, yo puedo hacer bulto, pero huelga no: es lo que tiene el desempleo.
ResponderEliminarEl neoliberalismo es amor, es belleza, es poesía, es fraternidad, es armonía, es... es que me quedo sin palabras cuando trato de definir el neoliberalismo.