A principios de los años 90 y gracias a uno de los arrepíos que me dieron, empiezo a perder el interés por el ajedrez y me embarco en una serie de viajes que me llevan a conocer prácticamente los parques naturales y nacionales de este país. El viaje a Picos de Europa lo narraré en dos entradas, porque es bastante largo y aunque doy una versión muy reducida de ella, se hace demasiada larga (por lo menos para mi gusto).
Llegar a Potes nos hizo estar casi 12 horas de viaje por varios autobuses. Parando en León y después en Riaño. Al llegar a Potes, prácticamente era de noche y apenas si nos dió tiempo para preparar la tienda (mini) y acostarnos, pues estaba a punto de ponerse a llover.
A la mañana siguiente empezamos la ruta por la comarca de Liébana, perteneciente a la zona santanderina, hubo un tramo bastante largo de carretera, pero encontramos el camino de tierra que nos debería de llevar a la base de lamontaña de Peña Prieta, pero ni Diego ni yo teníamos la certeza de que ese era el camino exacto, por fortuna nos tropezamos con un pastor, el cual nos indicó una fuente para llenar nuestras cantimploras y después nos acercó a la zona de Mesafría, donde hay una cabaña y donde pasamos la noche. El pastor nos llevaba a toda velocidad por que el tiempo había cambiado otra vez y estaba lloviendo, nosotros con las mochilas hicimos lo que pudimos para no perderle el rastro; Diego empezó a sufrir calambres y llegó con más retraso y más remojado que este menda. Para entrar en calor, el viejo pastor encendió la chimenea, pero creo que no calculó bien las consecuencias, pues el tiro no era precisamente bueno, y la ventolera que hacía a esas alturas es tremendo, con lo que la consecuencia fue de que el humo se quedaba en la cabaña y si no nos axfisiamos fue por que salíamos de vez en cuando a tomar oxígeno fuera. Nuestro anfitrión se fue y acto seguido apagamos la fogata.
El siguiente día parecía mejor, el tiempo seguía cambiante, muchas nubes y aire, y nosotros que para evitarnos peso de más en la mochila, habíamos echado poca comida, la errónea base alimenticia eran frutos secos/chocolate. Os aseguro que no es lo mejor para ir de trekking por esas montañas cantábricas.
Pasamos un repecho muy duro, pero después llegamos a un altiplano que nos venía a decir que llegaba la hora de tomar una decisión: tomar el ascenso a Peña Prieta (2538 metros), ir en dirección a la zona Palentina y subir el Pico Curavacas (2520 metros) o ir hacia el oeste y ver la zona asturiana de estas montañas. Subir a las montañas con una tienda de campaña (aunque fuese pequeñita) y sin una alimentación acorde al esfuerzo que había que hacer, nos hizo rechazar los ascensos de forma inminente. Pero el camino de descenso no era ni mucho menos sencillo, la lluvia volvió, y la zona en la que nos metimos era con hierba muy alta y piedras de pizarra que con la humedad hacían el terreno muy resbaladizo. Íbamos muy lentos, en ciertos tramos debíamos de quitarnos las mochilas para seguir el descenso, la cosa se ponía seria y no veía nada claro que saliésemos de allí sin un accidente... Pero de repente nos dimos de narices con una cabaña abandonada, en muy mal estado, pero un refugio a fin de cuentas y llegó justo en el momento en que la noche se nos echaba encima. La noche fue más larga si cabe que el día, pues ésta tenía goteras por todos lados, así que pusimos nuestras capas de agua colgadas encima para no mojarnos. Al levantarnos teníamos una balsa de agua pendiendo sobre nuestras cabezas.
Sobre las 12.00 de la mañana paró de llover y pudimos seguir con el descenso, y, sin saber cómo, hasta encontramos una vereda que nos llevó a una aldea y desde allí a una carretera local y de allí por fin a la civilización en forma de bar de carretera, yo llegué antes que Diego, por que el hambre y el mayor creciente asco a los frutos secos me motivaba llegar para pedirme un plato caliente de lo que fuera. Pero claro, llegué sobre las 16.00h y a esa hora la cocina estaba cerrada. Así que se aunque se apiadaron de mí y me hicieron un bocadillo de no sé qué, lo único para lo que valió fue para quitarme el deseo unos minutillos... Pero no era lo que yo había imaginado.
Diego llegó como unos 20 minutos después y pidió la carta (ja), lógicamente yo esperaba la misma respuesta que me dieron a mi, pero no, a él le dieron una opción que conmigo se calló la muy ... (en fin, dejaremos a la chica en paz). Yo veía el plato y solo pensaba en por qué no lo compartía conmigo..., menudo compañero.
Tras la estupefacción inicial (sobre todo por mi parte), estuvimos hablando con unos lugareños y nos preguntó que por donde anduvimos y cómo demonios habíamos bajado por ese lugar que nadie usa desde hacía años y que por eso la cabaña estaba abandonada. Después de esa tarde pusimos dirección hacia Potes y conocer los Picos de Europa versión Asturiana, pero eso, otro día.
Llegar a Potes nos hizo estar casi 12 horas de viaje por varios autobuses. Parando en León y después en Riaño. Al llegar a Potes, prácticamente era de noche y apenas si nos dió tiempo para preparar la tienda (mini) y acostarnos, pues estaba a punto de ponerse a llover.
A la mañana siguiente empezamos la ruta por la comarca de Liébana, perteneciente a la zona santanderina, hubo un tramo bastante largo de carretera, pero encontramos el camino de tierra que nos debería de llevar a la base de lamontaña de Peña Prieta, pero ni Diego ni yo teníamos la certeza de que ese era el camino exacto, por fortuna nos tropezamos con un pastor, el cual nos indicó una fuente para llenar nuestras cantimploras y después nos acercó a la zona de Mesafría, donde hay una cabaña y donde pasamos la noche. El pastor nos llevaba a toda velocidad por que el tiempo había cambiado otra vez y estaba lloviendo, nosotros con las mochilas hicimos lo que pudimos para no perderle el rastro; Diego empezó a sufrir calambres y llegó con más retraso y más remojado que este menda. Para entrar en calor, el viejo pastor encendió la chimenea, pero creo que no calculó bien las consecuencias, pues el tiro no era precisamente bueno, y la ventolera que hacía a esas alturas es tremendo, con lo que la consecuencia fue de que el humo se quedaba en la cabaña y si no nos axfisiamos fue por que salíamos de vez en cuando a tomar oxígeno fuera. Nuestro anfitrión se fue y acto seguido apagamos la fogata.
El siguiente día parecía mejor, el tiempo seguía cambiante, muchas nubes y aire, y nosotros que para evitarnos peso de más en la mochila, habíamos echado poca comida, la errónea base alimenticia eran frutos secos/chocolate. Os aseguro que no es lo mejor para ir de trekking por esas montañas cantábricas.
Pasamos un repecho muy duro, pero después llegamos a un altiplano que nos venía a decir que llegaba la hora de tomar una decisión: tomar el ascenso a Peña Prieta (2538 metros), ir en dirección a la zona Palentina y subir el Pico Curavacas (2520 metros) o ir hacia el oeste y ver la zona asturiana de estas montañas. Subir a las montañas con una tienda de campaña (aunque fuese pequeñita) y sin una alimentación acorde al esfuerzo que había que hacer, nos hizo rechazar los ascensos de forma inminente. Pero el camino de descenso no era ni mucho menos sencillo, la lluvia volvió, y la zona en la que nos metimos era con hierba muy alta y piedras de pizarra que con la humedad hacían el terreno muy resbaladizo. Íbamos muy lentos, en ciertos tramos debíamos de quitarnos las mochilas para seguir el descenso, la cosa se ponía seria y no veía nada claro que saliésemos de allí sin un accidente... Pero de repente nos dimos de narices con una cabaña abandonada, en muy mal estado, pero un refugio a fin de cuentas y llegó justo en el momento en que la noche se nos echaba encima. La noche fue más larga si cabe que el día, pues ésta tenía goteras por todos lados, así que pusimos nuestras capas de agua colgadas encima para no mojarnos. Al levantarnos teníamos una balsa de agua pendiendo sobre nuestras cabezas.
Sobre las 12.00 de la mañana paró de llover y pudimos seguir con el descenso, y, sin saber cómo, hasta encontramos una vereda que nos llevó a una aldea y desde allí a una carretera local y de allí por fin a la civilización en forma de bar de carretera, yo llegué antes que Diego, por que el hambre y el mayor creciente asco a los frutos secos me motivaba llegar para pedirme un plato caliente de lo que fuera. Pero claro, llegué sobre las 16.00h y a esa hora la cocina estaba cerrada. Así que se aunque se apiadaron de mí y me hicieron un bocadillo de no sé qué, lo único para lo que valió fue para quitarme el deseo unos minutillos... Pero no era lo que yo había imaginado.
Diego llegó como unos 20 minutos después y pidió la carta (ja), lógicamente yo esperaba la misma respuesta que me dieron a mi, pero no, a él le dieron una opción que conmigo se calló la muy ... (en fin, dejaremos a la chica en paz). Yo veía el plato y solo pensaba en por qué no lo compartía conmigo..., menudo compañero.
Tras la estupefacción inicial (sobre todo por mi parte), estuvimos hablando con unos lugareños y nos preguntó que por donde anduvimos y cómo demonios habíamos bajado por ese lugar que nadie usa desde hacía años y que por eso la cabaña estaba abandonada. Después de esa tarde pusimos dirección hacia Potes y conocer los Picos de Europa versión Asturiana, pero eso, otro día.
Estas peripecias tuyas me recuerdan lo mucho que ha cambiado la experiencia de viajar. Viajar tendría que ser una aventura en la que se asumieran riesgos como los que tú cuentas y no recorridos milimetrados por gps. El hambre, los calambres, la incertidumbre sobre si lo llegaremos a contar... Estas son algunas de las características del auténtico viaje; y en el recuerdo quedan las almendras y el haberlas pasado putas. Gracias, Coleman. Y tómate un té.
ResponderEliminarEn la próxima aventura que haga, te aseguro, que te invito a participar, te prometo que la experiencia no la olvidarás nunca.
ResponderEliminarEn la vida hay que asumir riesgos, en los viajes también, y sino, qué sosa y aburrida serían la vida y los viajes. No...
El gps tambien conlleva sus riesgos. O si no preguntadselo a aquellos que acabaron en el fondo del pantano porque el gps decía que allí habia un camino. Y lo había, pero hacia abajo.
ResponderEliminarDonde está el cuerpo está el peligro,obvio, pero cierto, o no.
ResponderEliminarNo, o no.
ResponderEliminarQué desaprensiva la camarera... mira tratar así a un hombre hambriento. ¿Descubriste por qué Diego tuvo más suerte? ¿Por qué con él hizo esa excepción?
ResponderEliminarUn saludo de lentejas con chorizo (calentitas).
Y lo que hubiese yo pagado por ese plato de lentejas con chorizo (calentitas). A precio de oro y no me habría importado en absoluto, y es que el hambre es muy mala.
ResponderEliminarGracias por el comentario Dama del Castillo.
Como siempre, un placer leer estas escapadas.Me hubiera gustado conocerte entonces para compartir alguna, pero de todos modos, gracias por compartirlas ahora con todos.
ResponderEliminarVeo que,al menos,sed no pasasteis. La próxima vez que vayas,conmigo NO cuentes.
ResponderEliminarAdolfo y Quin pueden dar fe de lo que ahora cuento: Frontera ibérica(años 80); guardia civil filósofo que me pregunta, sacando una sartén de mi mochila: -¿Esto queeé eeees?
ResponderEliminarA lo que yo respondo muy digno: -Pa comé.