Sin embargo he de reconocer que de los contenido que trata el artículo, o dicho con mayor exactitud, de los que dice el artículo que trata el libro, o, con más precisión todavía, de los que trata el libro para que así lo pueda decir el artículo, hay uno que sí que me mueve a reflexión. Porque, dentro del amplio espectro de temas a los que puede incitar a debate el universo de las licras ajustadas y las mallas de colorines, siempre me ha intrigado sobremanera -y me sigue intrigando todavía- el de la puerilidad, la estupidez y el sinsentido de la empresa a la que se consagra el superhéroe tradicional, esa especie de frenesí aventurero repleto de brincos y pendencias que casi siempre se resuelven a hostias limpias y que parece más digna de un acróbata de circo o de un luchador de Wrestling que de un ser que quiere presentarse como la encarnación del poder absoluto. Y ciertamente no se puede negar que esa fuera la intención primera de los superhéroes clásicos: la de satisfacer las fantasías de poder de sus lectores adolescentes, a los que, por lo que se ve, no se les pasaba por la mente otra forma de alcanzarlo y ejercerlo más que a través del dominio de una fuerza y unas habilidades físicas superlativas, de todo punto inhumanas. Pero ocurre que a nada que se lean unas cuantas aventuras de superhéroes no resulta difícil percatarse de inmediato que el supuesto poderío de estos portentos físicos deviene y se diluye con frecuencia en la más absoluta esterilidad.
-Batman y Robin luchan denodadamente por hacer de éste un mundo mejor-
Ahora bien, aceptada también la incapacidad del superhéroe clásico para manejar con coherencia sus poderes, el destino que le aguarda pasa inevitablemente por su reconversión en herramienta de la política exterior del gobierno de turno; en arma intimidatoria con la que decantar el equilibrio de fuerzas entre estados. Tal es el uso que nos muestra, por cierto antes que Watchmen, Rick Veitch en su trilogía del superhéroe, principalmente en El Uno y en El Maximortal, donde el ser con superpoderes adopta, literalmente, el papel de bomba atómica. En este sentido puede resultar especialmente esclarecedor detenernos un momento a considerar los diferentes matices que Moore otorga en Watchmen a la función del héroe, bosquejados a partir de las actitudes y comportamientos de las tres figuras principales de su obra, es decir, de El Comediante, El Doctor Manhattan y Ozymandias. Así podemos comprobar que El Comediante vendría a representar la encarnación de ese héroe clásico que, en pugna con su impotencia para entender y resistir las fuerzas que rigen el sino de la vida de los hombres, decide no oponerse a ellas y acepta, aun con desprecio, el papel que le ha sido encomendado. No por casualidad es El Comediante el primero de los aventureros de Watchmen que se percata de la inutilidad de la tarea clásica del héroe y así lo manifiesta de forma expresa en la reunión de justicieros de los 60; como tampoco es casual el hecho de que sea, junto a Manhattan, el único al que se le permite continuar en activo, por supuesto trabajando en cubierto para el gobierno, una vez aprobada el Acta de Keane. Blake es el primero en comprender a carta cabal su condición de atrezzo en un drama que le desborda por completo; el primero que entiende el alcance y la profundidad del chiste que el superhéroe está condenado a escenificar y el primero en abandonar toda esperanza de redención para el colectivo, tragando sumisamente, en el fondo porque tampoco le queda más alternativa, con el mandato de reírle las gracias al sistema.
-El Comediante le ríe las gracias al sistema-
Frente a la figura desencanta y cínica de El Comediante, Moore contrapone el voluntarismo audaz e inconformista de Ozymandias. En este sentido Veidt mantiene una deuda inconmensurable con El Comediante, que como si de un guía espiritual se tratara, le abre los ojos y le revela la absoluta inutilidad de los juegos circenses en los que hasta el momento se han venido empleando, señalándole además el derrotero por el que a partir de entonces habrá de discurrir su labor. Pero a diferencia de El Comendiante, Ozymandias, que se autodenomina "el hombre más listo del mundo", sí se siente capaz de entender y manejar las dinámicas que se ocultan tras esas fuerzas misteriosas que dan forma al mundo. Veidt comprende que el verdadero poder se dirime en el campo de lo político y de lo económico y que quien pretenda poseer la fuerza necesaria para cambiar la realidad deberá adquirirla ineludiblemente en esos terrenos. Consecuentemente colgará para siempre el antifaz y hará pública su identidad civil, incluso antes de que el Acta de Keane le imponga ese deber, para afanarse desde entonces en la consolidación de un imperio económico transnacional que le asegure una verdadera influencia sobre la realidad. De esta manera Moore define y da forma, a través de la empresa que acomete Veidt, a una de la vías de las que dispone el superhéroe para transcender la insustancialidad y la impotencia de su tarea clásica; la misma misión de contenido netamente político que le otorgará al personaje de V en V de Vendetta. Una labor que ya no puede permitirse la distinción ingenua entre medios y fines, donde la línea divisoria entre héroes y villanos queda definitivamente desdibujada, dependiendo si acaso y en exclusiva del prisma ideológico que se utilice en su valoración. No olvidemos que V es presentado como El Villano y que Veidt, en su misión de salvar al mundo de los horrores de una confrontación abierta entre superpotencias no vacila en poner sobre el tablero en el que se dirime el conflicto los ensangrentados despojos de más de tres millones de cadáveres.
Pero aun siendo este cometido político una labor más eficiente y menos ingenua que la anterior, sigue sin ser realmente la que correspondería en rigor a la figura del superhéroe. Porque la acción política es ciertamente territorio de lo humano, pero no de lo sobrehumano. Y esa es la postura que materializa –o desmaterializa, según le venga en ganas- el Doctor Manhattan. Siendo en puridad el único dotado de superpoderes, Manhattan asume en principio la misma actitud que define a El Comediante, es decir acepta sin lucha el papel que para él le tiene reservado el gobierno de los EE.UU. Sin embargo sus razones son distintas a las de Blake: si la sumisión de aquel nacía de la impotencia, la de éste brota de la inercia y el desapego. En la práctica Manhattan es un hombre que por mediación de un lance accidental ha devenido súbitamente en una especie de dios –como suele ocurrir frecuentemente con los superhéroes tradicionales-, un dios al que, sin tiempo para asimilarlo, le cuesta entender las implicaciones de su nueva condición. Más absorto en comprender cuál debe ser su nueva relación con una realidad a la que puede modificar a su antojo hasta niveles subatómicos, Manhattan consentirá indiferente ante su utilización como arma intimidatoria definitiva por parte del aparato militar yanki, situación que se condensa magistralmente en el tebeo con el lema “Dios existe y es norteamericano”. Sin embargo y según se va entretejiendo a su alrededor la trama con la que Veidt pretende neutralizarlo, éste va adquiriendo conciencia de su naturaleza divina y de las distancias siderales que le separan de los asuntos más mundanos de los hombres. Por momentos puede entrever cual debe ser su misión, la misión verdadera del superhéroe, que nunca será la de plegarse a las necesidades de la realidad humana, sino la de plegar esa misma realidad humana a sus caprichos y antojos, la de hacerla, deshacerla, cambiarla y descambiarla a su gusto y a su imagen y semejanza. A esa conclusión parece llegar Manhattan al final de Watchmen, decidido al fin a abandonar la Tierra y a ocupar su tiempo en la creación de formas propias de vida que le sirvan de entretenimiento. Y esa es también la tarea que le encomiendan a sus superhombres los británicos Moore y Gaiman en los libros tercero y cuarto de Miracleman, la misma que les reserva Rafael Marín en su novela –sin grafismos- Mundo de Dioses, acaso las obras que mejor reflejan el hacer del superhéroe una vez librado a su propio destino: la de instaurar la dictadura de los seres superiores. Porque aunque les ha costado entenderse a sí mismos, la tarea de los superhéroes sólo puede comprenderse como el reflejo en el espejo de nuestro tiempo de aquellos dioses que poblaron el Olimpo griego, el panteón romano o el Asgard escandinavo. Vamos, me parece a mí.
La filosofía es un puto arte, lo único que más cabrón.
ResponderEliminarSin embargo los superhéroes son una puta ciencia, lo único que la mar de cabrones.
ResponderEliminarLa filosofía es un puto cuento, pero bien contado es un arte.
ResponderEliminarGracias Freaky, aunque el mérito corresponde a Moore. Yo sólo me agarro al vuelo de sus reflexiones superheroicas ¡Hay que ver que la cantidad de obras maestras al respecto que nos ha legado el inglés!
ResponderEliminarY toda esta cantinela de estragos y colorines, variaciones con repetición de la misma olvidada cosa: Homero y su Ilíada.
ResponderEliminarPerdónalos Filosofía, porque no saben lo que dicen.
Igitur...
Más razón que un santo, Adolfo.
ResponderEliminarChapó, de nuevo, Alan.
ResponderEliminarLeyendo tu artículo me viene a la memoria "El protegido" de M. Night Shyamalan, o como se escriba. Película con más profundidad que la aclamada "El sexto sentido".
Luego, poco que resaltar de sus restantes trabajos. Con este director-guionista, me pasa como con Agatha Christie: a la tercera novela, ya le he cogido el truco, y se adivina el asesino-sorpresa final.
Una cosa que nunca he comprendido de Peter Parker es esa cabezonería, ese autofustigamiento (ingenuidad como tú muy bien dices) de pasarlas canutas económicamente (él y, de paso, su amada tía May) Y no estoy hablando de lucrarse del traje (las consecuencias se ven claramente en sus orígenes) sino de ganar dinero honestamente, sin descuidar sus obligaciones, y en busca del pseudo-objetivo del bien común.
Bruce Wayne no es el único traumatizado que va de mártir.
PD: Homero Simpson y su LÍADA I.
Gracias Jose Luis, siempre es reconfortante saber que hay gente capaz de leer hasta el final y encima escribir palabras agradables. Tienes toda la razón con el indio ese, como se llame, posiblemente El protegido sea una de las mejores películas, si no la mejor, sobre superheroes que se hayan hecho nunca. Lo que pasa que para apreciarla en su justa medida hay que haber mamado desde pequeño en ese mundillo. Y que sí, que los supers son muy raros, pero tomados en conjuntos podrían dar para más de un estudio curioso. Por ejemplo todavía estoy esperando un ensayo sesudísimo que se atreva a responder a una de las preguntas centrales del género: ¿Quién es el lider del Supergrupo?
ResponderEliminarIgnorante de mí, que ni siquiera sé quién es el Supergrupo. Pero bueno, yo te propondría a ti pispo.
ResponderEliminarEste es el Supergrupo:
ResponderEliminarhttp://www.elchan.org/comic/src/1248380627813.jpg
Y aquí los tenemos intentando dar respuesta a la cuestión planteada:
http://www.cachislamar.com/images/SL02a.gif
Ah, ya! No era ignorancia sino mala memoria. Habrá que releerlo.
ResponderEliminar"Aprender es recordar lo olvidado" Belén Esteban.
¡¡¡Es increible!!! ¡¡¡¡Es asombroso y revelador!!! Jamás lo hubiera podido adivinar si no fuera porque lo dice aquí:
ResponderEliminaren verdad no tengo nada que añadir a todo lo dicho, sólo quiero probar si un nuevo comentario podría ser suficiente para aupar la entrada otra vez al listado de las 10 más visitadas. Posiblemente no, aunque si alguien se anima a ponerme en mi sitio y reactivamos la producción de comentarios en este hueco es más que seguro que si que se vuelva a colar en el top ten semanal.
Es cuestión de intentarlo.
ResponderEliminarDe de hecho volvió. Pero como va haciendo la goma ya se ha caído de nuevo. Y si hay suerte, tal vez aun no haya dicho su última palabra. Otra cosa es que tengamos interés alguno en escucharsela decir.
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