Con el pelo recogido en una trenza, amarillo como el sol del mediodía, ceñido el cuerpo de lirio en un vestido rigurosamente negro, sin adornos, abrumadoramente sencillo, a juego con unos zapatos de tacón medio alto, con ribetes plateados, apenas visibles por la altura en que caía la falda, unos milímetros por encima de los tobillos, que se insinuaban al vaivén de cada movimiento de cadera, en tanto el brazo derecho azotaba luces y sombras al tiempo que flexionaba con el izquierdo la medida del tiempo y del espacio, cimbreándose en la expresión de su rostro que cambiaba de aterciopelada ternura a severidad inquebrantable, inclinado el cuello para escucharse mejor en sus pensamientos, de emociones floridos y de sentimientos encontrados, oropéndola y colibrí, meciéndose ora aquí ora más allá ora aquí de nuevo, en un fluir que no habría necesitado hacerse danza por ser pura nostalgia de la inmediatez, y los labios entreabiertos y los labios entreabiertos y los labios entreabiertos, también sabía guardar quietud en una pose natural de prestancia, con los ojos escarchados, porque en el reposo era el Norte y sus hielos, aguardando el fin de la réplica como sibila que anticipa el inevitable acontecer, y otra vez el Sur y el aire palpitante de vida, que hasta los muertos habrían pedido audiencia sin esperar la hora del Juicio, y la espalda bamboleándose, hacia atrás y más atrás aún, en una contorsión imposible pero incuestionable, que el reflujo de la marea al anuncio de su escote entre recatado y generoso recomponía, así, abrazada a su Guarneri del Gesù o tal vez a su Guadagnini –qué más da, como si fuera un Gagliano o un Stradivarius-, Julia Fischer tocó este viernes por la noche, en el Teatro Principal de Alicante, las tres sonatas para violín y piano de Robert Schumann; y como en una combinatoria de premoniciones memorables, tocó, primero, la tercera, segundo, la primera y, después del descanso, se anunciaba que, tercero, la segunda; y que en terminando el tiempo habitual del receso, recuperados los unos de haber sido mujeres místicas en el multiorgasmo espiritual y las otras, acaso sin misticismos de varón porque nunca los hubiera, de saltarse los preliminares, algo extraño sucedía que la artista no regresaba, y unos pocos, primero, y otras pocas, después, se barruntaban que acaso todo aquello había sido demasiado, que el precio de alcanzar el paroxismo había dejado insolvente a la musa, que la Naturaleza se habría vengado de ella por celos y el Destino por envidia, como si en adelante la ropa tendida jamás se fuera a secar; pero no, qué va, para nada; que se anunció por megafonía si había algún pianista en la sala, y que comprendí de sopetón que su acompañante habría sufrido un arrebato, una apoplejía, una epilepsia, o que le habría dado un telele por no poder tocar sino el piano; pero no, ni mucho menos, que tampoco, que el artista parecía haber aprendido, por lo visto, a vivir bajo el volcán o en los rigores del tsunami con el temple y la serenidad con la que los eunucos se enfrentan a la voluptuosidad o Job a los divinos designios, que muy otro era el contratiempo, pues el chaval que pasaba las páginas de la partitura del pianista se puso malo, sin duda por no haber aprendido a vivir bajo el volcán o en los rigores del tsunami, sin duda por haber sufrido una apoplejía o un arrebato o una epilepsia, sin duda por haberle dado un telele, sin duda por no poder tocar sino las páginas de una partitura; y que después de ciertos murmullos crecientes un héroe se alzó entre los concurrentes y se dirigió hacia los camerinos circunspecto, con los puños apretados, con el paso un pelo tambaleante, un pelo decidido, como Odiseo hacia las sirenas, el rostro brillante de sudor y torva la mirada; y que al cabo de nada apareció la musa, el pianista y el héroe, que fue recibido con una ovación cerrada, ¿pues cuántos no habían mordido el polvo, cuántos superado la prueba?, alentada por los golpecitos del arco sobre el violín de la musa, que hasta en el aplauso se mostraba embriagadora, y que después de los prolegómenos habituales, carraspeos y silencio expectante, ocurrió; y la sonata número 2, en re menor, emergió con unos rotundos ataques del arco sobre la cuerda que provocaron el delirio y los ojos arrasados en lágrimas, y, a cada paso de página, el héroe se levantaba vacilante en brete de desplome; y fue el caso que volvió a ocurrir lo inaudito, lo que ni un Heifetz, ni un Szeryng, ni un Perlman, ni un Menuhin, ni un Oistrakh, ni, en fin, los más grandes violinistas de todos los tiempos, juntos, habrían conseguido; que nos olvidáramos del héroe y de su ocasión; y, en ésas, apartándose el pelo que descubría una bella perla por pendiente, comenzó el segundo movimiento o tal vez el tercero, o el cuarto, no sé, pues de lo acontecido nadie puede ya dar testimonio; tan sólo, en la memoria, queda un silencio macizo que, prodigiosamente, se rompió por el eco de un bravo solemne; y fue entonces que la tierra tembló; como por primera vez.
Y encima es guapa...
ResponderEliminarPor cierto, enhorabuena por la reseña, qué compás, que cadencia, que manera de envolvernos y enredarnos y de obligarnos a sentir sin necesidad siquiera de escuchar... La música sirviendo de preludio a la música. Digo yo.
Sí, ya ves, además es guapa. Gracias por tu comentario, Pedro.
ResponderEliminarAsí, a las 4.15 de la madrugada, venido de una fabulosa función de teatro, te digo brevemente: "BRILLANTE Y GENIAL".
ResponderEliminarGracias, jesusete, amigo. Viendo que te gusta, te lo dedico a ti.
ResponderEliminarYo, que probablemente no sé dónde tengo mi mano derecha y -a días- ni la izquierda, sé que Julia Fischer es impresionante, maravillosa... música de fondo para dejar la mente libre y soñar.
ResponderEliminarFelicidades Alan Moore.
Gracias, Towanda, la verdad es que me ha salido bien fermeso el comentario que inicia la ronda. Lo demás, el texto de Adolfo, porque la entrada es suya, de Adolfo, sí, de él, de Aldofo, es poco más que la distracción de una mente ociosa, mera palabrería puesta al buen tun tun, al primer toque, casi sin dejarla caer ni na.
ResponderEliminarEntonces me tienes que presentar a Adolfo ¡jajajaja!.
ResponderEliminarEn cualquier caso, felicidades a los dos.
Adolfo, haz el favor de presentarte, no dejes a la ¿señorita? ¿señora? con la frustración del deseo insatisfecho. Es una orden.
ResponderEliminarPues gracias en lo que me toca, Towanda. Un placer tenerte entre nosotros.
ResponderEliminarAh, perdona, Alan; no había visto tu comentario, casi se solapa con el mío. Mi presentación viene en mi perfil, pero te la copio: "Me encantan las castañas asadas". Es lo que mejor me describe. Un placer.
ResponderEliminarOstras, no me lo puedo creer... Adolfo eres el TTe. Colombo, mi detective favorito. Me quedo muerta!.
ResponderEliminarVoy a darme una vuelta por tu sitio.
Encantada de saludaros, de nuevo.
En casa del teniente Colombo me nos deleitaba comer castañas asadas charlado con Towanda, pero eso eran otros tiempos...
ResponderEliminarPues sí, Towanda, el teniente Colombo, del departamento de Los Ángeles. No tengo otro sitio que éste. Y no hagas caso a jesusete; cada vez que intento comprender lo que dice me sale sangre de la nariz.
ResponderEliminarUn placer; y resucita; y colabora, estás invitada, ¿verdad, Alan?.
Jó, como me gusta que recordéis a Peter Falk (creo que se llamaba así)... Deberíamos de celebrar el día 6 de diciembre (aparte del de la Constitución) como el día en que nos reencontramos con nuestro líder espiritual: "Teniente Colombo" jajajaja
ResponderEliminary aunque fuera comiendo castañas asadas. ¡Qué hombre, qué porte, qué "savoir faire"...! El sabría como quitarte el sangrado de la nariz jajajaja.
Un placer seguir pasando por aquí y más sabiendo que estoy invitada.
Nada, Towanda, el placer es nuestro. Y a Peter Falk habría que verlo también en "El cielo sobre Berlín", de Win Wenders, en donde se explica que fue un ángel que se convierte en humano para hacer de Colombo; un lío, vamos. Por cierto, que no sé si sabéis, aunque se lo digo especialmente a Jesús, que Julia Fischer es también una excelente concertista de piano. Os dejo enlace al concierto de Grieg: http://www.youtube.com/watch?v=CcPgVzT5YFo&feature=related
ResponderEliminarUn placer.
Atraído como una ola hacia la orilla, así me he sentido. Imposible la vuelta atrás, relamiendo todo el camino de notas, olores y sabores que me conducen al final, pero sin ganas de acabarte; cada paso lo daba contigo, cada silencio lo esperaba impaciente, cada verso tomaba forma para transformarse en delirio...
ResponderEliminar... y desde la arena vuelvo a adentrarme mar adentro para iniciarte de nuevo.
uuuhhh, el puta!!
ResponderEliminarUy, por un momento he leído "Atraído como una ola hacia la alcantarilla, así me he sentido." Pero sí, buendía, entiendo como te sientes. A mí me suele pasar después de una cena excesivamente copiosa. En fin, nada, que te mejores.
ResponderEliminarMuchas gracias en lo que me toca por tu comentario, Germán; en sí mismo un poema. Es sorprendente los efectos de la sinestia y de la sinergia, leyéndote he recordado algo que ponía el programa de mano, a propósito de la sonata nº 2, que no me resisto a dejar aquí: "el violinista Joseph Joachin, (...), íntimo amigo del matrimonio (Clara y Robert), escribió: Es para mí una de las más bellas creaciones de los tiempos modernos por la unidad del ambiente y la gran expresividad de sus motivos. Está llena de noble pasión en los acentos ásperos y abruptos y el último movimiento podría evocar un paisaje marino, con sus agitadas olas elevándose y cayendo tan magníficamente."
ResponderEliminarSiempre me ha sorprendido tu intuición, amigo; tu comentario atraviesa mi descripción de los hechos y encuentra la fuente misma que los inspiró, pues es allí hacia donde apuntas sin distraerte en la faramalla.
Un abrazo.
Por eso dije yo lo del puta, para no distraerme en la farafulla... pero el tío las clava, que aquí tol mundo es artista coño!
ResponderEliminarSí, ya me di cuenta, jesusete, después de mi hemorragia nasal. Pero he querido aclararlo para los que no están acostumbrados a las profundas sutilezas que escapan a la filuralla:"Uhhh, el puta". Aquí tol mundo es artista, hay una buena camá.
ResponderEliminarY aluego, la Julia, er culo que tiene!
ResponderEliminarQuerido José Luis, el culo no se lo pude ver, no tuve un ángulo de visión adecuado; pero, como tú, usé mi imaginación y me recuerdo perfectamente, durante el descanso, diciéndome a mí mismo estas palabras: "Y aluego, la Julia, er culo que tiene!"
ResponderEliminarUn abrazo.
Ah!, sí, casi lo olvidaba. En el descanso se oyó también una voz en alto que decía: ¡A ver, a ver! ¡Luminotecnia!
ResponderEliminarYo, desgraciado de mí, sólo pude verle el culo, qué lástima,... pensaba que al terminar concluiría con un desnudo integral, ¡iluso!
ResponderEliminarAdolfo: lo de la luminotecnia nos ocurrió a ti y a mi (creo que en Mérida o Badajoz) en uno de nuestros viajes por el submundo de los cineclubs en busca de flims en versión original. Allí descubrimos "Reservoir Dogs" de un desconocido Tarantino, la versión de Ridley Scott de "Blade Runner" (con sus pros y sus contras) o cine neorrealista italiano en italiano sin subtitular (prodigiosa "Roma, cittá aperta" o como se escriba")
ResponderEliminarA eso nos arrastró el oír de madrugada a Carlos Pumares!
Un grandísimo abrazo.
Me estoy poniendo melancólico, o no.
Vaya, resulta que te acordabas de eso. Fue en Mérida, creo, viendo "La ley de la hospitalidad", de Buster Keaton. No sé si me reí más con Keaton o con lo de la lu-mi-no-tec-nia. Por aquel entonces tú y yo nos descojonábamos por cualquier cosa: "Cuchillos Güinson, el cuchillo que corta hasta los clavos". Y sí que hacíamos viajes para ver pelis, era lo bueno de no existir internet: eso sí que era cinefilia.
ResponderEliminarOtro peazo abrazo pa'ti.
No os metais con internet, Sindes de tres al cuarto, que la red es la invención humana más grande por lo menos por lo menos... desde el refresco con una pizca de alcohol. Además, mucha cinefilia y muchos viajes por ahí, pero sin internet teniais vetadas la práctica totalidad de las películas que realmente merecen la pena. Es algo que se os nota mucho en cuanto se os aprieta un poco las clavijas. En seguida salís con los Pepitos Piscinas y La bala dobló la esquina como los grandes títulos de vuestra juventud.
ResponderEliminar¡Qué bueno! Los cuchillos Güilson.
ResponderEliminarAún tenemos pendiente la escritura de "Breve introducción a la historia del cine" que proyectamos una noche de verano, con cubatas en la mano, en una discoteca con la mente un poco mareada.
UY! Que cursi mestoy poniendo: de aquí salgo creando un blog de poesía ¡) ;)