martes, 28 de junio de 2011

El mito de la revolución islandesa, por Rafael Narbona

Curiosamente a Rafael Narbona lo descubrí después de que él nos descubriera a nosotros, aunque ciertamente había mucho más que descubrir allí que aquí. Como se puede leer en su estupendo blog, Into The Wild Unión, es profesor de Filosofía de Enseñanza Secundaria en la Comunidad de Madrid, crítico literario en El Cultural desde el año 2000, colaborador de la Revista de Libros y escribe una columna semanal para el Diario de Alcalá, entre otros quehaceres. Pero sobre todo es un lúcido observador de nuestro tiempo, comprometido, crítico, revolucionario y algo desencantado, o como dice el tópico, un optimista avisado que lo mismo escribe, siempre con pulso admirable, de política que de literatura; de contracultura que de cine; de historia que de cómic, o sino, de nada, pero no se olvida de regalarnos un relato de cosecha propia. Como muestra de su trabajo, me gustaría traer hasta aquí y someter a vuestra consideración la entrada que dedicó a los acontecimientos de Islandia, esa supuesta revolución que tanto ilusiona a algunos de nuestros letrinos. No tiene desperdicio el escrito (por supuesto hay que pinchar en ¿Aún no te has aburrido lo suficiente?):

El mito de la revolución islandesa, por Rafael Narbona

Se nos ha ofrecido un relato épico de una Islandia que se indignó y se rebeló, logrando poner de rodillas a la clase política y el poder financiero. Me temo que los hechos no respaldan esta versión. Islandia no rescató a los bancos porque no disponía del capital necesario y, pese a que el referéndum del 9 de abril mantiene la negativa de los ciudadanos a pagar la deuda, el Estado ha inyectado una cuarta parte del PIB en la banca, que fue intervenida, pero no nacionalizada. Para atajar la crisis, la nueva Primera Ministra Jóhanna Sigurðardóttir ha aplicado las fórmulas del FMI: menor gasto social, bajada de salarios, incremento del IRPF y el IVA, restricción del crédito. La revolución islandesa sólo es un espejismo agitado por los que aún creen en los cambios pacíficos.

No es cierto que los banqueros islandeses se encuentren en prisión o en las listas de la Interpol. Sólo Sigurdur Einarsson, presidente ejecutivo de Kaupthing fue detenido en Londres el 9 de marzo de 2011 y liberado el mismo día hacia la medianoche. La Interpol ya le ha borrado de sus archivos. Hreidar Sigurdsson, director adjunto de Kaupthing, sólo pasó doce días en prisión preventiva. El resto de los responsables de la catástrofe no han pisado la cárcel ni una comisaría. La banca nunca fue nacionalizada. El Estado intervino los tres grandes bancos del país (Kaupthing, Glitnir y Landsbanki) y se los entregó a sus acreedores. Las consultas populares sobre la deuda sólo afectan al 4%, unos 4.000 millones de euros. Es la cantidad que Icesave, filial de Landsbanki, debe a sus clientes británicos y holandeses, que invirtieron en coronas atraídos por unos tipos de interés del 15%, cuando Islandia sólo recibía alabanzas de los mercados internacionales por su política desreguladora. El resto de la deuda, un 96%, no se ha pagado porque equivale a diez veces el PIB y los intereses de la misma superan los ingresos anuales del Estado.

Gran Bretaña y Holanda han recurrido al Tribunal de La Haya, que estudia el caso Icesave para dictar una sentencia. Islandia tendrá que enfrentarse a sus deudas antes o después. Es cierto que las protestas ciudadanas provocaron la caída del gobierno conservador de Geir Haarde, pero la coalición de socialdemócratas y verdes que ganó las elecciones anticipadas se ha limitado a aplicar una política de austeridad, que ha recortado drásticamente el Welfare o Estado del Bienestar. No es verdad que una Asamblea de 25 ciudadanos sin filiación política esté redactando una nueva Constitución. En unos comicios con una participación del 30%, se presentaron algo más de 500 candidatos, sin otro requisito que ser mayor de edad y contar con el apoyo de 30 personas. Los comicios estuvieron repletos de irregularidades: papeletas numeradas que no se podían doblar, urnas de cartón, recuentos dudosos. El Tribunal Supremo retrasó la constitución de la Asamblea por estas anomalías y determinó que su función sería meramente consultiva. La redacción de la nueva Constitución se ha confiado a un grupo de expertos y la Asamblea se limita a sugerir propuestas no vinculantes.

A partir de los años ochenta, Islandia siguió las recetas de Milton Friedman: bajada de los impuestos, privatización del sector público, eliminación de los controles financieros, desregulación del mercado. La fórmula funcionó durante un tiempo. La renta per cápita creció hasta situarse entre las más altas del planeta, el paro se estabilizó en un irrelevante 1%, se invirtió en tecnología, energías renovables y plantas de aluminio. A principios de siglo, la privatización de la banca desató una expansión económica sin precedentes. La corona consiguió atraerse a los inversores extranjeros con sus altos tipos de interés. Los activos bancarios crecieron sin límite, llegando a multiplicar por 12 el PIB. La quiebra de Lehman Brothers en 2007 por una insostenible acumulación de pérdidas derivadas de los créditos subprime fue la primera señal del colapso que se avecinaba y que no supieron anticipar las agencias de calificación ni los auditores. La banca islandesa había concedido créditos millonarios sin garantías y había comprado o ayudado a comprar propiedades inmobiliarias, clubes de fútbol de la liga inglesa y entidades financieras. La Bolsa multiplicó su valor por nueve entre 2003 y 2007, los pisos triplicaron su precio, las familias se endeudaron en una orgía de consumo, se abusó del pago aplazado con tarjetas de créditos gravadas con intereses desproporcionados. La Gran Recesión que empezó en 2008 provocó un shock terrible en un país acostumbrado a décadas de prosperidad: la corona se desplomó, la Bolsa interrumpió su actividad después de sufrir pérdidas del 76%, el paro creció hasta el 8%, las deudas de la banca superan el 100% del PIB. El gobierno solicitó oficialmente ayuda al FMI, que aprobó un préstamo de 2.100 millones de dólares, pero la movilización ciudadana que rehusó pagar la deuda, hizo que el dinero se retuviera.

Al disponer de una moneda propia, Islandia pudo optar por la devaluación, mejorando las exportaciones y logrando un crecimiento del 3% en el 2010. Sin embargo, el control de capital (una forma menos traumática de llamar a una maniobra que en Argentina se denominó “corralito”) disuade a los inversores extranjeros y bloquea el crédito, impidiendo que la corona se estabilice y se reanude la actividad económica. Esta coyuntura podría propiciar una devaluación excesiva de la corona, aumentando el volumen de la deuda. El futuro es incierto y, desde luego, no se puede hablar de revolución ni de alternativas. El ex primer ministro Geir Haarde será procesado por negligencia e irresponsabilidad, pero Islandia de momento ha optado por una política de recortes sociales y está pendiente de las resoluciones del Tribunal de la Haya sobre el caso Icesave. De una forma u otra, tendrá que sanear sus cuentas y liquidar sus deudas. Sólo ha conseguido una demora que le permitirá negociar unas condiciones más ventajosas en plazos e intereses. La Gran Recesión contendrá en un futuro la expansión del crédito, pero en Islandia nadie se plantea seriamente alterar las reglas de juego de la economía de mercado.

Algunos analistas afirmaron que la crisis pondría fin a la revolución neoliberal. Se auguró el regreso de Keynes. El Estado recuperaría su papel regulador e incrementaría el gasto público para corregir las desigualdades. Casi nadie recuerda esas reflexiones, pues los acontecimientos posteriores defraudaron estas expectativas. El Banco Central Europeo, el FMI y el Banco Mundial han establecido que la crisis sólo se superará adelgazando las prestaciones sociales. La indignación ciudadana se ha reflejado en las urnas de una forma paradójica, entregando el poder a la derecha en Portugal, Irlanda y España. Se castiga al partido gobernante, pero cada vez hay más ciudadanos que han perdido la fe en las urnas y en la democracia. Cada vez hay más votantes que se preguntan en qué consisten las diferencias entre el neoliberalismo y la socialdemocracia. Hace poco, Joaquín Estefanía, director de El País entre 1988 y 1993, afirmaba en su columna que la democracia ha sido reemplazada por el poder económico, imposibilitando a los partidos y los gobiernos obrar de acuerdo con el mandato de sus votantes. No se trata tan sólo de que los partidos mientan con promesas electorales irrealizables. Ya no es una cuestión de honestidad, sino de impotencia. Estefanía reproduce las reflexiones de Norman Birnbaum: “Los ciudadanos cuentan muy poco frente al poder del mercado. Educados para creer que son individuos que gozan de libertad, no pueden articular el hecho de que sus derechos como ciudadanos, sus deberes como personas, no cuentan ante la brutal arbitrariedad de la economía. Les han dejado sin voz. No pueden describir ni comprender los determinantes de su situación económica y están obligados a renunciar a sus derechos como ciudadanos cuando cruzan el umbral de su lugar de trabajo” (La nueva economía. La globalización, 1996).

En la próxima década, la Gran Recesión agravará la precariedad de los asalariados, que se convertirán en potenciales excluidos. El Estado del Bienestar se reducirá a unos niveles asistenciales que no evitarán la aparición de grandes bolsas de pobreza y marginación, como esos suburbios parisinos que se sublevaron de una forma espontánea y desorganizada en 2005, incendiando comercios, coches, levantando barricadas y enfrentándose a los antidisturbios para protestar por la muerte de un adolescente que huía de la policía. Sarkozy, entonces Ministro del Interior, afirmó que se trataba de la “rebelión de la gentuza”, delatando una notoria insensibilidad. Francia se tambaleó durante unas semanas, pero al no existir una dirección política ni un objetivo claro, la revuelta se apagó poco a poco. No sé cuánto durará el movimiento del 15-M, pero la victoria del PP en las elecciones municipales y su probable éxito en las generales del 2012 sólo auguran la continuación de una política basada en la desregulación del mercado, la precarización de los asalariados y la reducción del sector público. Es posible que se produzca una cierta recuperación del empleo, pero será a costa de los contratos basura, el despido semilibre, el copago sanitario, la privatización encubierta de la escuela pública y la bajada de los impuestos. La banca y las grandes empresas mejorarán sus beneficios y las desigualdades sociales y económicas serán aún más escandalosas.

El objetivo del capitalismo nunca ha sido crear una sociedad más justa. Sólo los ciudadanos pueden cambiar el porvenir. Y no creo que lo consigan, que lo consigamos, creando mitos como la supuesta revolución islandesa. Yo, de momento, recomendaría revisar los minutos iniciales de La haine (El odio, Mathieu Kassovitz, 1995), cuando se oye una voz que anuncia: “Esta es la historia de un hombre que cae desde un edificio de 50 pisos. Para tranquilizarse mientras cae al vacío, no para de decirse: Hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien. Pero lo importante no es la caída. Lo importante es el aterrizaje”. Al tiempo que escuchamos estas palabras, la cámara utiliza un plano cenital en blanco y negro para mostrar la caída de un coctel Molotov sobre nuestro planeta. El aterrizaje consiste en una explosión que incendia el globo terráqueo. Tal vez necesitemos algo semejante.




7 comentarios:

  1. Pos vale, no digáis nada, pero lo de Islandia es así, y punto, Alfredo P

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  2. de lo que se entera uno........fantastico el blog,salud.......

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  3. Entonces...¿la solución es una guerra?

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  4. Esperemos que no, pero tiene mala pinta la cosa...

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  5. No sé si alguien de verdad se había creído que lo de Islandia era una revolución para cambiar el sistema capitalista. Probablemente sean los mismos que pensaban que el 15M iba a arreglar los problemas de España en meses.
    Estamos siempre con lo miso, queremos que los cambios se produzcan de un día para otro.
    Lo que hizo Islandia fue salir a la calle en masa, echar a un gobierno, decir que no pagaban la deuda y hacer una constitución nueva. Si en España llamó la atención tanto como para calificarlo de revolucionario fue porque nos lo habían escondido los medios de comunicación. en cualquier caso, ya nos gustaría a nosotros hacer los que han hecho los islandeses, sea o no revolucionario.
    en cuanto al 15M lo mismo. El que crea que el 15M va a cambiar el sistema de un día para otro, que espere sentado. Creo que la función del 15M es seguir despertando a la gente para que un día llegue esa revolución.
    Y en cuanto a la guerra, es posible el cambio sin violencia, pero tarda más. Con violencia el cambio será incierto y seguramente tan malo como lo que tenemos ahora.

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  6. Pues sí,Pashi, así es, totalmente de acuerdo contigo, el día siguiente a una revolución hay que seguir haciendo pan, llevando a los niños al cole, etc.

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  7. Solo el hecho de juzgar a un dirigente por negligencia política me parece un paso de gigante.
    Un cargo de este tipo conlleva una responsabilidad y a su sueldo a fin de mes me remito. La palabra responsable lo dice todo.

    En cuanto a la violencia, sería muy triste que los ciudadanos nos partamos la cara entre nosotros por los politicos y no sepamos aprender de la historia de este pais.

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Como no me copies te pego

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