Por consejo de Ole Bull, el Paganini del norte, Edvard Grieg viajó a Leipzig para continuar con sus estudios musicales. Allí recibió el magisterio de Moscheles, compositor y virtuoso pianista que fue contratado por los padres de Mendelssohn para que instruyera a su hijo, pero al que sólo pudo ofrecer su sincera amistad porque como maestro aseguró no tener nada que enseñarle; el mismo Moscheles que se ocupó de suceder al propio Mendelssohn al frente del conservatorio fundado por éste, y a donde ahora asistía Grieg para completar su formación con Hauptman y Richter.
No puede decirse, desde luego, que los años en Leipzig no le fueran de provecho, sin embargo, fue en Copenhague, antes del regreso a su Noruega natal, donde Grieg adquirió el pleno dominio de su estilo, bajo la influencia del joven músico Nordraak, a quien le unía además una franca amistad. De Nordraak escribió Grieg: “Puede decirse que me arrancó la venda que me cubría los ojos; por él aprendí a conocer los cantos del Norte y mi propia naturaleza.”
Tras la muerte de su hija, con apenas un año de vida, el matrimonio Grieg visitó Roma impulsado por el gobierno de su país. Este viaje debió servir en alguna medida de consuelo, aunque el dolor de la pérdida de su hija fue un golpe del que nunca se recuperó. Pasados los años tampoco lograría encajar la muerte de sus padres.
En Roma tuvo la oportunidad de conocer a Liszt, quien se interesó por su concierto para piano en La menor. Se cuenta que Liszt fue capaz de ejecutar al piano tanto la parte solista como la orquestal echando un vistazo a la partitura. Al acabar la ejecución, felicitó a Grieg y le animó para seguir avanzando por el camino que ya había abierto.
De vuelta a su patria, Grieg fundó una Sociedad de Conciertos en Cristianía, en donde vivió nueve años, hasta que en 1880 se mudó a Bergen, en donde residió hasta su muerte.
A Grieg se le ha criticado en ocasiones su excesivo localismo, lo que no deja de ser un asunto que puede ser extendido a cierta corriente romántica que tiene por idiosincrasia la exaltación del nacionalismo. Sin embargo, ese mismo localismo no está exento de otro rasgo peculiar del Romanticismo en general, esto es, un sentido acusado del lirismo. Sus melodías, de trazos breves, son particularmente atrayentes, a lo que contribuye una comedida armonización que respeta el carácter tonal. El Grieg más genuino no se halla, en este sentido, en sus obras orquestales o instrumentales, tan reconocidas por el gran público, sino en sus lieder, que representan el espíritu de su pueblo y de su tierra.
Esta noche vamos a escuchar uno de los primeros trabajos de Grieg, del que existe incluso una grabación a manos del propio compositor (la calidad de sonido es mala pero merece la pena satisfacer la curiosidad). Se trata de la Sonata en Mi, op. 7, en sus cuatro movimientos: 1. Allegro moderato, 2. Andante Molto, 3. Alla Menuetto, ma poco piu lento, y 4. Finale, Molto allegro. El intérprete no necesita presentación: Glenn Gould.
Para acabar, una muestra de sus lieder: Ein Traum (Un sueño), con texto de F. M. v. Bodenstedt. Son sus intérpretes la soprano Barbara Bonney y Antonio Pappano, que la acompaña al piano.
Buenas noches, en la gruta del rey de la montaña.
↵ Use original player
← Replay
No hay comentarios:
Publicar un comentario