Se estima que fue sobre el año 1000 antes de Cristo cuando fue escrito en hebreo el Cantar de los Cantares. Atribuida la autoría al rey Salomón, el texto ha sido objeto de innumerables e incesantes interpretaciones y comentarios, que alcanzan incluso a su catalogación genérica: drama, poema lírico, poema erótico, alegoría... No es extraño que su inclusión en el canon bíblico levantara suspicacias y vacilaciones; y tuvo que ser Rabbi Akiba quien, en el concilio de Jamnia celebrado en el siglo I, se enfrentase a los divergentes, proclamando que si todos los libros hagiográficos eran sagrados -extremo sobre el que ni el más temerario se hubiera atrevido a dudar-, entonces el Cantar era el más sagrado de todos.
De las andanzas del amor mutuo que Salomón y la pastora Sulamita se profesaban, es particularmente llamativo el comentario que en 1561 hiciera Fray Luis de León, siguiendo el método exegético de la escuela medieval judeo-española alentada por Abraham ibn ‘Ezrâ, y que le valió al de Belmonte una acusación ante la Santa Inquisición presentada por la ortodoxia escolástica. Otrosí, no pasaron inadvertidas las compañías que frecuentaba el dilecto escritor agustino, como la de su amigo y compañero de orden Diego de Zúñiga, defensor del heliocentrismo propugnado por Copérnico, resueltamente inaceptable en la época desde el punto de vista de la teología revelada. Con eso, que no es poco, a la Inquisición debió parecerle algo más que una frívola casualidad que ambos tradujesen de entre todos los libros de las Sagradas Escrituras aquellos que más controversia habían suscitado en el transcurso de los siglos: el Cantar y el Libro de Job. Y aún más pintoresco tuvo que resultarle a los censores que de las dos interpretaciones posibles aventuradas por Fray Luis al efecto, sólo fuera blanco de explicación despaciosa la más polémica, siendo obviada la que Roma tomaba, y así conjugado porque se sabía, con indulgencia; en glosa de cetero: evocadora muestra de pasión erótico-festiva plasmada en la anhelante sinecura de la voluptuosidad de la carne. Petulancias aparte.
Por demás, no infunde la menor perplejidad que un poema tan bello como conturbador, y de origen supremamente egregio, haya servido de sugestión en todo el espectro de las Artes a través de siglos y milenios. En el ámbito de la música, que es en el que me encuentro en este preciso momento, ejerciendo la divagación en tanto que cronista con el desenfado y valor que sólo podría otorgarme la inconsciencia aliada con la osadía, son a destacar, digo en este ámbito estricto, composiciones de Leopold Damrosch, Anton Rubinstein, Emanuel Chabrier, Hermann Wolf Ferrari, Alfred Bachelet, Paul August Klenau y Amilcare Zanella, por ceñirnos más concretamente al siglo XIX y a la figura de Sulamita; una tentación demasiado fuerte como para que el Romanticismo no sucumbiera a la gloria de su embriaguez.
Hubo un músico, perteneciente a un clan de siete generaciones de músicos insignes, que también se sintió fascinado por el Cantar, lo que no dejó indiferente a quienes le tomaban por un autor reputado y serio, reprochándole en el tratamiento de la obra un sentido del humor que les era en su persona desconocido; allá, en Eisenach, capital de un ducado en miniatura, al abrigo del bosque de Turingia y coronada por el castillo del Wartburgo; en el mismo lugar donde naciera Johann Sebastian Bach, y Bach él mismo, el más ilustre de los Bach hasta el advenimiento de Johann Sebastian, y que no debemos confundir con el hermano de su padre Johann Ambrosius, ni con el mayor de sus hermanos, ni, ciertamente, con el tercero en edad de sus cuatro hijos músicos, aunque a éste le delatara el añadido de Friedrich en la composición del nombre. Si a quienes les fueron concedidos los favores de las Musas les corresponde el tiempo presente, entonces a Johann Christoph Bach, tío abuelo del Cantor, le pertenece la perenne estima.
Johann Christoph vivió atrapado por sus compromisos familiares y laborales, a la greña con el Concejo de la ciudad en la que ocupó el cargo de organista, en una disputa que se prolongó durante la vida entera del compositor, sólo enjugada cuando consiguió involucrar a toda la ciudad para la adquisición de un órgano digno de los músicos que habían impartido su magisterio en Eisenach; Pachebel y Telemann, como botón de muestra. No vivió para ver el proyecto completado pero esta aventura tuvo que resarcirle de tantos años de quejas por sus ingresos; que él consideraba exiguos pero que ciertamente lo eran por el elevado nivel de vida que había resuelto llevar, en conformidad con el valor en que tasaba su arte, insuficientemente apreciado por el Concejo pero, por fortuna, atendido con generosa disposición por el duque Juan Jorge II, hasta que para su desdicha le sucediera el duque Juan Guillermo, menos inclinado a la filantropía y a la seducción de Euterpe.
La música de Johann Christoph fue siempre muy apreciada por la familia de los Bach. Johann Sebastian, que lo tuvo a él por maestro más bien que a su padre, consideraba su obra profunda, y en varias ocasiones se valió de piezas de su tío abuelo para la estructura de sus propias composiciones. Carl Philipp Emanuel Bach, tenido por precursor del estilo romántico, consideraba al tío abuelo de su padre un compositor grande y expresivo. Incluso, algunas de las obras de Johann Christoph se creían pertenecientes al catálogo de Johann Sebastian hasta hace muy poco tiempo. Y como organista, a qué decirlo, era supremo.
Esta noche vamos a escuchar una cantata que gustaba especialmente a los Bach, quienes, conociendo mejor el carácter de Johann Christoph de lo que lo conocían sus vecinos, apreciaban la pieza, sobre todo, por su jovialidad y asilvestrada tendencia a la travesura. Me refiero a la Cantata de Boda Meine Freundin, du bist schön (Amor mío, eres hermosa; Schn. 71), basada en el texto salomónico del Cantar de los Cantares, de cuyos versos inmortales se ofrece ahora un indicativo; Cantares 5:
1 Yo vine a mi huerto, oh hermana, esposa mía; he cogido mi mirra y mis aromas; he comido mi panal y mi miel, mi vino y mi leche he bebido. Comed, amigos; bebed, amados, y embriagaos. 2 Yo duermo, pero mi corazón vela por la voz de mi amado que toca a la puerta : Abreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, perfecta mía; porque mi cabeza está llena de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche. 3 Me he desnudado mi ropa; ¿cómo la tengo de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los tengo de ensuciar? 4 Mi amado metió su mano por el agujero, y mis entrañas se conmovieron dentro de mí. 5 Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra que corría sobre las aldabas del candado. 6 Abrí yo a mi amado; mas mi amado se había ido, había ya pasado; y tras su hablar salió mi alma: lo busqué, y no lo hallé; lo llamé, y no me respondió. 7 Me hallaron los guardas que rondan la ciudad; me golpearon, me hirieron, me quitaron mi manto de encima los guardas de los muros. 8 Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, si hallareis a mi amado, que le hagáis saber cómo de amor estoy enferma. 9 ¿Qué es tu amado más que los otros amados, oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿Qué es tu amado más que los otros amados, que así nos conjuras? 10 Mi amado es blanco y rubio, señalado entre diez mil. 11 Su cabeza, como oro finísimo; sus cabellos crespos, negros como el cuervo. 12 Sus ojos, como palomas junto a los arroyos de las aguas, que se lavan con leche; como palomas que están junto a la abundancia. 13 Sus mejillas, como una era de especias aromáticas, como fragantes flores; sus labios, como lirios que destilan mirra que trasciende. 14 Sus manos, como anillos de oro engastados de jacintos; su vientre, como blanco marfil cubierto de zafiros. 15 Sus piernas, como columnas de mármol fundadas sobre basas de fino oro; su vista como el Líbano, escogido como los cedros. 16 Su paladar, dulcísimo: y todo él codiciable. Tal es mi amado, tal es mi compañero, oh doncellas de Jerusalén.
Interpretan la Cantata de Boda, de Johann Christoph Bach, la soprano Gisela Burkhardt, la contralto Elisabeth Wilke, el tenor Ekkehard Wagner y el bajo Hermann Christian Polster, acompañados por la Capella Fidicina de Leipzig.
Mañana, viernes, a las 19 horas, dejaré la última entrega de esta serie estival. Obra Maestra en términos absolutos y relativos que tendré mucho gusto en compartir con quien desee acompañarme en la audición.
Buenas noches, ha sido un placer.
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Final o y a parte? sea lo que sea, me recuerda a mi madre y su ... "y punto"
ResponderEliminarUn besiiito Adolf.
Una entrada enigmática, digna del mejor de las pelis de suspense de Alfred Hitchcock. Qué habrá debajo de esa camilla...
ResponderEliminarEs un punto y seguido, Ana; los letrineros continuamos de un modo u otro. Otro beso para ti.
ResponderEliminarNo hay enigma, Paco. Me quedé leyendo un libro apasionante y se me pasó el tiempo; pero más vale tarde que nunca. Ahora que reparo en esto, debe ser la primera vez que los comentarios se adelantan a una entrada; cosas veredes, amigo Sancho!
Adolfo
¿Se puede saber, por curiosidad, de que libro se trata? Debe ser muy bueno si te hace olvidar el blog.
ResponderEliminarCreo que te hablé del libro hace tiempo:"El arte de callar", del abate Dinouart; en Siruela. En realidad lo estaba releyendo, buscando un pasaje para esta entrada del blog -ya ves, no me olvido-, pero al final desistí. Te lo copio:
ResponderEliminar"La pena es que pretenden decir, y pretenden que el universo sepa, lo que piensan de estos temas; intentan lograr, unos antes que otros, el honor de haber adivinado mejor y conocido mejor, a pesar de Dios, las razones de su conducta y los misterios de su Providencia. De ahí todos los sistemas que ellos imaginan y que se suceden.
Fue contemplándolos cuando Salomón pronunció esta frase memorable: Mundum traditit disputationi eorum. Él permite que estos sabios se empeñen, desde hace tres mil o cuatro mil años, en querer comprender, por ejemplo, cuál es la divisibilidad que Dios ha escondido en la punta de una aguja, o cuál es el resorte que da movimiento al sol o al océano, durante sus agitaciones regulares. Y todo esto, exclama Salomón, lo mismo que los trabajos de los ambiciosos y las preocupaciones de los avaros, no es más que vanidad de vanidades, enfermedad de hombres dedicados de forma obstinada a obedecer los sueños de sus imaginaciones, y a pasarse la vida convenciendo a los demás hombres de que han soñado con la verdad."
Me llama la atención que esa conclusión sobre la vanidad sea aplicable por otras vías al personaje de Job, porque cuando reniega de Dios después de que el Satán doblara la apuesta, sólo el argumento del joven que acompañaba al último de los emisarios logra reconciliarle con el Creador, y ese argumento en esencia es el mismo al que apela Salomón; vanidad de vanidades, todo es vanidad.
El libro, por otra parte, es muy recomendable; creo que te puedes hacer idea de su contenido con este fragmento programático:
"El conocimiento del que hablo es diferente entre los hombres mismos, según la diversidad de sus caracteres. He ahí el punto distintivo de la forma de callar, que parece común a sabios y a ignorantes; luego lo explicaré.
El primer grado de la sabiduría es saber callar; el segundo es saber hablar poco y moderarse en el discurso; el tercero es saber hablar mucho, sin hablar mal y sin hablar demasiado.
Establezcamos los principios en los que se basa la presente obra: se utilizarán oráculos del más prudente de los hombres, máximas de los Padres de la Iglesia y de los sabios que tuvieron la reputación de ser los hombres más esclarecidos de su siglo."
Adolfo