La más bella canción compuesta en lengua inglesa lo fue con acompañamiento de laud. Y el autor es John Dowland, laudista y poeta melancólico que se recorrió Europa y recaló en Dinamarca antes de pasar a la corte de Jacobo I, luego de sus periplos por la conversión del protestantismo al catolicismo; estigma cruel que durante años, a su juicio, le cerró las puertas de su patria. Su obra, por lo demás, es recóndita en introspección e intimismo, de una fragilidad y vulnerabilidad de emociones que el lírico Romanticismo del XIX no puede ni tan siquiera aspirar a rozar.
Aunque sería tal vez muy apasionante discutir si un autor como Dowland pertenece a la categoría que hemos venido denominando "música clásica", lo cierto es que, por mi parte, no tengo en ello el menor interés. Por música clásica, y lo digo de una vez, incluyo también la música antigua y la contemporánea, teniendo como único requisito que la primera le sirviera de semillero de inspiración y la segunda mostrara su ineludible y palmaria influencia, es decir, que por "clásico" entiendo el entronque de la una respecto a la otra, siendo ese nexo de unión un reino de vastos dominios en sí mismo. Disculpas por la aclaración, que así me evitará otras en lo sucesivo.
Dispongámonos a disfrutar con Dowland y su In darkness let me dwell, en dos interpretaciones absolutamente diversas. En la primera con Andreas Scholl, en uno de los registros más importantes que se han hecho de esta pieza. En la segunda con Sting (sí, ése, el de The Police), muy controvertida: para unos, un soplo de aire fresco y una audaz incursión de resultados sobresalientes; para los otros, los puristas, pura mierda y desfachatez de quien se atreve a entrar en un terreno que no le es propio. Vosotros juzgáis. En ambas versiones, al laud, Edin Karamazov, consumado experto.
Buenas noches, in darkness let me dwell.
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Para no cargarme de prejuicios he hecho la prueba de escuchar primero la versión de Sting y después la más ortodoxa de Scholl, y sí, puedo confirmar que la de Sting está más próxima a la pura mierda que al soplo de aire fresco; no le hace justicia en nada. Claro que yo siempre he sido un purista recalcitrante; jamás pasé del cocoguagua, pero no me negaréis que no me vale cualquier versión de ella, o Enrique y Ana o nadie. Por otra parte, estaría bien que no nos escamotearas tu opinión al respecto y la compartieras con los letrinos, que seguro que será cualquier cosa menos previsible. Algo que te honra y deshonra a quienes tratamos de etiquetarte.
ResponderEliminarBueno, Alan, gracias por el interés en conocer mi opinión, irrelevante por lo demás. A mi me parece que si en vez de ponerse a hablar ellos dos en plan transcendente, profundo y sensible diciendo esto, aquello y lo de más allá, que en resumidas cuentas no son más que pamplinadas cara a la galería; y si además no se hubieran marcado un vídeo con velitas rodado en plan intimista y en planos cortos, todo muy cuidado pero artificioso hasta la náusea; es decir, a mi me parece que si en lugar de éso y aquéllo sencillamente se hubiera puesto el uno a tocar y el otro a cantar (cosa que puede lograrse saltándose la conversación y no mirando el vídeo), entonces, ciertamente, la versión es curiosa e interesante. Pero claro, toda la parafernalia comentada es estomagante y echa para atrás. No me extraña que no la soportes; tú sueles fijarte más en todas esas cosas. La de Scholl es excelente; comparto tu parecer.
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