miércoles, 10 de agosto de 2011

Música Clásica (11): Fauré y Fournier

Hubo un tiempo en que en España no era posible hacerse con una grabación de el Cuarteto de cuerdas en re mayor, de César Frank. Esto lo supe cuando puse a prueba la discoteca de uno de los más obsesos fanáticos de música clásica que he conocido, en aquel entonces crítico de música del ABC, en Sevilla, y decano de la facultad de filosofía. Una tarde, en la cantina de la facultad, y hablando ambos de música para templar los nervios y desviar la atención de otros asuntos más escabrosos que ahora no son de propósito ni oportunidad, le comenté que en una noche de verano, de ésas que no se olvidan por el sofocante calor, tuve como único consuelo la compañía de Radio 2 (Radio Clásica de RNE se llama ahora) y que, de improviso, la locutora anunció la ejecución de la citada pieza de Frank. Siendo niño en esos días, no olvidé sin embargo la honda impresión que me dejó; y el caso fue que bastantes años después la solicité como una petición en un programa que había en la misma Radio 2 llamado Juego de Cartas, o algo así; lo conducía Araceli González Campa, que con su presiosa voz me dijo en privado extrañarle mucho que yo no pudiera hacerme con ninguna grabación. Al día siguiente la puso, pero no dejé de observar que era un registro muy antiguo. Le conté todo esto al decano, que escuchaba con el mismo interés que apuraba su café con leche ante el apremio de la siguiente clase. Me dijo estar casi seguro de tener el cuarteto pero, por alguna extraña razón, no recordaba qué intérpretes lo ejecutaban. Al día siguiente, otra vez al amparo del café vespertino, me confesó no tener esa composición, teniendo todo lo demás. No perdí la oportunidad para decirle que, de toda la obra de Frank, aquel cuarteto era tal vez su más acabado trabajo, que mucho tiempo dedicó al mismo por temor a no estar a la altura de los de Beethoven, referencia absoluta para Frank que sólo se decidió a publicar el suyo cuando la magnitud de su empresa le pareció estar a la altura de las circunstancias. Oído todo aquello, el decano me prometió remover cielo y tierra para hacerse de una grabación, costara lo que costase. Movió hilos y habló con el encargado de la tienda de discos que había (supongo que seguirá allí) al lado del Teatro de la Maestranza. Al cabo de unas semanas conseguimos dos ejemplares del sello Accord con el Cuarteto Parisii, los dos únicos que habían sido importados a nuestro país. Aunque mis relaciones con el decano no fueran buenas por asuntos que siguen sin ser de propósito ni oportunidad, debo decir que siempre le estaré agradecido por esta pesquisa y que nuestra común afición a la música es el recuerdo que de nosotros escojo albergar.

Al cabo de unos días, por los pasillos, me dijo estar muy contento, y me agradeció, a su vez, que le hubiera hecho llamar la atención sobre la pieza. Pero luego añadió algo más: "¿Has escuchado el de Fauré?" Y lo cierto fue que no presté atención al cuarteto de Fauré que acompañaba en el disco compacto al de Frank, así que quedé en decirle algo pronto. A los pocos días escuché el Cuarteto de cuerdas op.121, y sólo tuvimos que mirarnos cuando me preguntó por el particular.

De ahí viene mi interés por este compositor, del que he procurado conocer cuanto he podido. Es cierto que no siempre su música fluía para mí de manera natural pero así corregía mi oído y mi entendedera, evolucionando en gustos que, de otra manera, tal vez no habrían superado la fase del Co-Co Gua-Gua.


Decía Fauré de sí mismo, y yo le creo, que su contribución más profunda a la Música había consistido en ensanchar hasta lo insospechado los lindes de la delicadeza. La delicadeza es quien nos convoca esta noche de audición con dos piezas magistrales. La primera es la Elegía para piano y cello en una interpretación anonadante de Pierre Fournier. La segunda es una concesión a nuestro simpático público, que hacemos con mucho gusto. Reconozco que no he escuchado la que para muchos es la grabación de referencia de esta composición, con Celibidache dirigiendo al Coro y la Orquesta Sinfónica de Londres (sólo podemos encomendarnos a los ilimitados recursos de nuestro Alan Moore, a falta de un milagro), y con McLaughlin y Howell. Sin embargo, sí he podido localizar un fragmento de la mejor que he escuchado: Sello Seraphim, Orquesta del Capitolio de Toulouse, dirigida por Michel Plasson, con Barbara Hendriks y José van Dam. Libera me, que, junto con Pie Jesu, es uno de los momentos eternos de este Requiem. Sonó a la muerte de Fauré; con él se despidió y con él lo despidieron. Con él celebramos la vida.

Buenas noches, buena música.



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By ah332
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