A falta de otras cualidades estéticas lo que más aprecio en una obra literaria es el ingenio, la inteligencia, el sentido del humor y la capacidad de salirse de lo establecido de la que pueda hacer gala. Es decir, todo aquello que hace de los cuentos de Quim Monzó, de Agusto Monterroso o de Julio Cortazar, por nombrar algunos, mis principales modelos, con perdón, a la hora de intentar escribir.
Admiro además profundamente las obras que son capaces de tomar al asalto la realidad con la sencillez como única arma; sin gestos impostados, sin artificios, sin excesos dramáticos; sólo sinceridad y honradez. Obras que se erigen en espejos fieles de la realidad, cuando no es la misma realidad la que parece imitarlas, como es el caso de los cuentos de Chejov, de Raymond Carver o John Cheever.
Aun más, me apasionan las obras de corte filosófico y espiritual, esas que tratan de hallarle desesperadamente un por qué a la existencia, como las de mi muy admirado Hermann Hesse.
Pero vaya, si de verdad pudiera elegir qué tipo de obras me gustaría escribir, si bastara desearlo para empezar a escribirlas, en tal caso no dudaría ni un instante: escribiría obras como las de Tenessee Williams. Obras que como El zoo de cristal, Un tranvía llamado deseo, La gata sobre el tejado de zinc caliente o La noche de la iguana poseen un dramatismo, una sensibilidad, una sensualidad, una voluptuosidad y un aliento poético como sólo le recuerdo al mejor Faulkner o al mismísimo Shakespeare. Obras que desnudan admirablemente el corazón humano, que aciertan a mostrar en toda su crudeza, en toda su dolorosa fragilidad, pero también en toda su grandiosa majestuosidad lo que significa participar de eso que tan pomposamente llamamos, seguramente sin saber muy bien a qué demonios nos estamos refieriendo, como la condición humana. Esta es para mí la tarea más noble, la cima más alta y también la más inaccesible de a cuantas la literatura puede aspirar. Y es allí, nada menos que allí, al lado de los más grandes, donde el señor Williams fue a acampar en más de una ocasión. Qué envidia.
Y todo esto , ¿a cuento de qué? Bueno, pues a cuento de alguna que otra charla al respecto con Jesús y a cuento, sobre todo, del pequeño reportaje que Días de cine le dedicó en su momento con oportunidad del centenario de su nacimiento. Que es en el fondo lo que quiero compartir:
¿Qué relato me recomiendas de Quin Monzó?
ResponderEliminarBuena entrada, acabo de leer el Zoo de cristal que, por cierto, no es mencionada en el vídeo, mucho doblaje superfuo, ¡je, je! en fin en el teatro estas "comedias" adquieren una intensidad sobresaliente superior (en montajes que estén a la altura del texto original, claro) a las notables pelis que se han hecho a su costa (y que yo he disfrutado mucho), aunque como la música de Bach, a Tenennsse le viene igual cualquier instrumento...
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