lunes, 21 de septiembre de 2020

El Estecillo y el zorrillo

El viernes 11 de septiembre, de este maldito 2020, después de posponer el viaje de primavera a finales del verano hizo que nos perdiéramos muchas cosas, por ejemplo, ver las cumbres nevadas, las aguas correr de manera mas abundante, los prados verdes y sobre todo, oír a las aves cantar...

Después de comer, Juan, Juanfran, Míkel y yo hicimos los 200 kilómetros de rigor hasta El Guijo de Santa Bárbara, allí habíamos quedado con Don Diego, que tras dos años de baja, volvía con ganas a hacer estas rutas de mochilas, de dormir al raso y bajo las estrellas.

Sobre las seis de la tarde salimos con nuestras cargas a la espalda, el calor apretaba, y el sudor apareció en nuestras frentes al poco tiempo. Con una hora de esfuerzo, y aquí hay que decir que en Almendralejo, vivimos en plena llanura, por lo que subir 400 metros de desnivel en un par de horas se nos hace duro..., empecé a notar la falta de hábitos y que me estaba empezando a deshidratar muy rápidamente, incluso a marear. Así que yo me detuve tranquilamente, cogí mi agua y recuperé fuerzas. Juan más adelante que yo, también iba con problemas, estomacales en este caso y que le obligó también a hacer un alto en el camino.

Diego, que tenía previsto un plan, lo cambió al ver que andábamos fuera de forma. Nos quedamos en el Refugio de Las Nieves, y allí, que había agua, una buena fuente donde refrescarnos y beber, me pareció un buen sitio para descansar y desde allí empezar al día siguiente la ruta hasta el Estecillo (y quien sabe si mas). Juan me tentó a echar unas cervezas, lo cual era mas de medio kilo extra, y creo que ¡jamás me he arrepentido tanto de echarla como en esta ocasión! Pero bueno, la pusimos a enfriar en la fuente, y al irse el Sol, nos preparamos para la cena, no pasó mucho tiempo cuando decidí ir a por la birra, y justo cuando me alejé, ¡¡llegó un zorro para apañarme el desayuno del día siguiente!! ¡Estaba siendo un viernes ideal!

Menos mal que salieron pronto Júpiter y Saturno, y empecé a interesarme por la astronomía con Diego y Míkel, por allí andaba Cignus, mas acá Escorpio, y acullá Sagitario, y de vez en cuando una estrella fugaz. El suelo no estaba demasiado duro, por lo que pudimos descansar aceptablemente (como la cama tuya no hay nada, pero esta incomodidad es temporal). A la mañana siguiente nos levantamos temprano para que el Sol no nos pillase en pleno ascenso. Eso lo conseguimos más o menos hasta los 1900 msnm, después ya nos fue dando, pero también al ganar altitud, nos iba dando aire fresco por lo que más o menos se igualaba la cosa. Juanfran siempre iba el último, haciendo de escolta, ya fuese conmigo, con Juan y algunas veces con Míkel. Creo que Juanfran lleva ya 4 años consecutivos acompañándonos a estas aventuras mochileras, y cada vez le gusta más, y a mi me gusta que tengamos un relevo generacional, ya llevamos 21 años haciendo estas rutas y el día que no podamos, sabremos que hay gente joven por detrás que lo hace con las mismas ganas y el respeto a la montaña y a la naturaleza con  la que empezamos Diego, Juan y yo.

Nos cruzamos con poca gente, la zona del Estecillo (son 2250 msnm) es poco visitada, pero por que es una gran desconocida, ya que desde allí se puede ver en dirección a 3 valles y eso no es muy común en la Sierra de Gredos. La zona alta está llena de piornos y piedras, el desnivel es muy grande antes de llegar a la cumbre, por eso a pesar de su modesta altitud, (y mas con mochilas de 12 kg) no es nada sencilla la ascensión. En cierto momento, teníamos previsto dejar las mochilas en algún lado e ir hacia la Covacha, pero la verdad es que el cansancio nos pudo y también el que esa cumbre ya la habíamos ascendido en otra ocasión con Roberto. Míkel y Juanfran tras la comida sí se animaron a ascender, pero solo hasta Las Azagayas, que tiene unos 2330 msnm, pero tiene una bonita visión sobre la Laguna del Barco. Que ellos dos vieron.

En cuanto ellos llegaron, salimos en descenso a la Portilla Jaranda (oooootra vez) y allí tuvimos que atravesar en plan bestia los piornos, dejando raspones y magulladuras, además com piedras entre mezcladas, era una parte complicada del descenso. Después ya cogimos el descenso auténtico que estaba realmente peligroso, pues la hierba seca y larga resbalaba bastante, con otras zonas de piedras sueltas y tierra con la que no te podías confiar en absoluto. Por fin llegamos a Pie mesaílla, cerca de unos chozos donde pudimos poner los sacos e intentar descansar. Si el zorro nos lo permitía, pues vino otro a la hora de la cena a buscar su ración de los humanos, (je je, pero esta vez yo no me confié...) y no me moví en plan pardillo. 

Esta segunda noche el suelo era más duro que en la del Refugio Las Nieves, pero el agotamiento nos hizo dormir un poco más profundamente que la noche anterior. Y cuando te despertabas, pues solo necesitabas mirar las constelaciones o curiosear a ver si ya habían salido Marte o Venus, e incluso notar como las constelaciones iban cambiando de posición. Para nada aburrido. Al amanecer se oían los primeros cantos del Chochín, la Tarabilla y los Acentores. También temprano pasaban los primeros montañeros cerca de nosotros, y también como otros hacían cumbres y nos voceaban de alegría. Después de desayunar, nos dimos unos masajes para recolocar las vertebras, ya que la mochila hacía su trabajo... 
 
Ahora ya tocaba la parte intermedia del descenso, Juan y yo éramos los últimos, ya que Míkel, Juanfran y Diego habían salido con antelación, además esta zona la conocemos de sobra. El río Jaranda iba cogiendo poco a poco caudal en el descenso, empezaba a haber más árboles, algunas pozas del río invitaban al baño, y por fin llegamos al Trabuquete, la más grande de todas y la mas visitada por la gente. Meterse en esas aguas (a 18º en esta ocasión) es una aventura, ya que el contraste es muy grande, más cuando vienes de hacer un buen ejercicio físico, y con mucha calor en el cuerpo. Te metías en el agua sin pensarlo mucho, y notabas como te medio congelabas allí, así que a nadar como un bellaco para que la sangre vuelva a correr. Después, hasta se llega a "disfrutar" de ese agua. Finalmente, hicimos ya el resto de camino hasta el Guijo de Santa Bárbara y esperando que la próxima aventura montañera, sea primaveral, y en la que podamos contar con Roberto, y estos cuatro compañeros (o más) para seguir conociendo los rincones recónditos de la Sierra de Gredos. Un pequeño paraíso de Naturaleza, que no estaría de más que se protegiese, y que se adecentasen ciertas veredas y (ya puestos a pedir) que ciertas zonas de cumbres se aclarasen algunas sendas entre los piornos. Con lo que sea, nosotros volveremos a nuestra cita anual a Gredos.

PD Fotos por cortesía de Juanfran.
 

 
 












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