martes, 24 de mayo de 2016

The stinkers mountaineers


Después de la accidentada travesía montañera del año pasado, este cronista estaba con la mosca detrás de la oreja, ¿me atreveré a ir a la montaña?, ¿me volveré a caer? y ¿si me rompo una pierna, u otra parte del cuerpo...? así que no andaba yo muy bien de ánimo, pero era mediados de abril cuando Juan me mandó una serie de fechas para hacer la ruta anual. Estaba acompañado en ese momento de Daniel Reinholtz, chico estadounidense de la ciudad de New Jersey, al que enseguida le hice la propuesta, ¿te vendrías conmigo a la montaña el 20 de mayo? Y su respuesta fue tan contundente como afirmativa: "¡Sí Paco, me encantaría!". Y eso me animó.

Así que seguimos con los preparativos, y pensamos en varias rutas, ya estaba casi todo hecho, cuando Nevin Singh, otro estadounidense de New York en este caso, se une a la causa, le sigue Juan Elías, almendralejense de Almendralejo, a quién le acompañaría Meghan Baumgartner de Kentucky (famoso por sus pollos) y Anna Chad de cerca de San Francisco (California), a eso le sumamos al Asturiano de Gijón (Roberto) que no le gusta mojarse la cabeza en los ríos de Gredos, y al hijo de Juan, Juanfran, que ha vuelto a la buena senda de seguir la tradición familiar de hacer al menos un fin de semana en la montaña, hecho de menos a Dieguito, el otro primo que siempre venía a estos lares, pero la vida lo ha llevado a Alemania y no sabemos si podrá hacer estas rutas. Evidentemente, íbamos los tres veteranos en estas lides, Juan (the big stinker), Diego (el gran guía), y Paco (el pupas de Gredos).


Así que ya el viernes 20 de Mayo, sobre las 15.30 horas, nos pusimos en dirección hacia la localidad avileña de Bohoyo, 10 personas, (récord absoluto para nosotros) a hacer una ruta muy larga, pero suave. Enseguida hubo feeling entre todos los compañeros que hacíamos la ruta, muchos de ellos no se conocían de nada, por lo que tras las presentaciones y las fotos de rigor antes de la salida, nos echamos la mochila a le espalda y nos pusimos a andar. Juan  enseguida se quejó del enorme peso que llevaba y de lo poco que pesaba la de Juan Elías, cómo podría ser eso... Sucedió una circunstancia anómala, y es que el mes de mayo en la Sierra de Gredos ha sido el lugar donde mas ha llovido en la península, por lo que los caminos estaban inundados de agua, mis botas waterproof no daban abasto, lo mismo le pasó a Anna, y a alguno más también se le filtró el agua, por lo que pasamos a ser más de uno los que iban con los pies mojados.

La primera zona de la ruta es muy bonita, se pasa por un bosque de robles, con árboles no muy viejos, pero por los que se podía oír y ver a los trepadores azules, y los pinzones comunes de forma fácil, el verdor era agradable, el sol estaba a nuestra espalda y aunque sudábamos, no se nos hizo nada pesada esta parte, más bien corta..., por que como en todas partes de la Sierra de Gredos, los bosques están siendo esquilmados, hay un exceso de pastoreo y eso se nota en la falta de diversidad de plantas y árboles. Después de varios kilómetros andando, por fin llegamos al refugio de La Longuilla, allí Diego y yo nos pusimos manos a la obra a hacer un fuego en la chimenea para secar los calzados y entrar en calor lo antes posible. Después pasamos a la cena, y tras eso repartimos el espacio para dormir, por fortuna el refugio era grande y tenía dos habitaciones separadas, por las que Juan (The big stinker) no les haría pasar noches de insomnio a los más jóvenes. Para desgracia mía, (lo del pupas me viene al pelo) fuí el único que cogió un resfriado, ¿habrá sido el aire acondicionado del coche de Juan, que me daba directamente a mi? Y por lo tanto dormí poco y mal. Diego roncó un poco, pero en un volumen asequible para mis oídos, Juan Elías pasó frío por que la esterilla era muy fina y el frío del suelo se le traspasaba al cuerpo. Meghan también pasó frío, parece que su pijama era muy fino y no concilió bien el sueño... Así que llamé a Diego a las 7.15 y nos levantamos para ver el amanecer y escuchar a las aves.

Allí, en un pequeño arroyito, con unos abedules (qué alegría me dio verlos) vimos al chochín, marcar territorio con su potente canto, a una curruca tomillera ir de brezo en brezo, a varios acentores comunes, un cuco en vuelo buscando una víctima donde poner un huevo, hasta que vimos que los compañeros se levantaron y entonces les acompañamos para desayunar. Daniel desayunaba ¡Tila!, pero Daniel, ¿te querías dormir otra vez?, los demás té o café, acompañados de dulces. Nuestro objetivo era llegar al refugio de El Belesar y allí dejar nuestras pesadas cargas, y después hacer un ascenso hacia las cumbres mas altas donde pisar la nieve y quizás ver cinco lagunas y algunos de esos maravillosos paisajes. Pero el destino fue cruel con nosotros, ya que uno de los arroyos, había crecido de forma desmesurada, corría el agua con una enorme fuerza, y  Diego, Roberto y este menda, buscamos varias soluciones para vadear el río, pero ninguna nos satisfizo, ya que o había que mojarse mucho, o el salto era muy arriesgado, o sencillamente, por que a la vuelta, nos íbamos a encontrar con un problema peor. Así que con sangre fría, decidimos dar la vuelta y regresar al refugio donde habíamos pasado la noche.

Primero paramos a comer, y alguno se echó una "nap", yo prefería seguir caminando después de la comida, ya que el aire era muy frío, las nubes me daban mala espina y como estaba resfriado, opté por el descenso, Diego me acompañó, ya que así nos hacíamos compañía el uno al otro, mientras hablábamos de cine, nos encontramos un viejo amigo, un Tejo en el que años atrás habíamos dormido la siesta en una tarde de mucho calor, nos alegramos de encontrarlo. Después vimos otros tejos, pero ramoneados de forma dramática por las numerosísimas cabras monteses que hay en la Sierra, y que sin depredadores, no benefician en nada a los árboles de la Reserva. Nos paramos y sacamos los prismas, ya que el bonito escribano hortelano salió a nuestro paso. También sobrevolaba la zona la collalba gris. Daniel nos alcanzó, y con su típico humor, nos sacaba sonrisas, lo que siempre es agradable. 

Llegamos al refugio y nos tumbamos en la hierba, poco a poco, fueron llegando los compañeros, la tarde era tranquila y apacible, por lo que pudimos charlar de muchas cosas. Diego y Roberto cogieron unos mapas y se pusieron a desentrañar qué cumbres eran las que nos rodeaban. Juan Elías me apañó los prismas y se dio una vuelta a ver qué observaba con ellos. Nevin y Anna también salieron a pasear, para no estar toda la tarde sentados. Yo encendí la candela de nuevo para crear una buena base de brasas y así que la temperatura nocturna fuese más agradable. Juan y su hijo, corrieron algunas tejas del refugio y arreglaron una banqueta que estaba en malas condiciones, después Daniel la decoró con alguna herramienta rústica. Tomamos un café, y nos dimos cuenta que el infiernillo fallaba, por lo que Roberto intentó repararlo sin un buen resultado. 

El sol amenazaba irse en poco tiempo, y Meghan tomó el relevo en la candela, allí, hablamos de todo, principalmente de la Historia no oficial de España, proporcionándoles a estos chicos unos puntos de vista distintos a los que habían estudiado y alentándoles a que buscasen otras fuentes de información que les valdrían en el futuro para cotejar lo que nosotros  les contábamos. También oíamos a nuestros amigos contarnos algunas anécdotas curiosas, y sí, es cierto Daniel, "tú no mataste al Che" y si esa tía te lo dijo, es que no sabe distinguir una churra de una merina. Esa noche, cenamos dentro, al calor de la hoguera; Diego repartía chorizo y morcilla de la matanza del cerdo de este año; Roberto también quería aliviar su talega y cortaba finas lonchas de lomo que todos comían alegremente; Juan Elías no hacía otra cosa que comer chorizo y recibir más chorizo...; yo empecé a sentir escalofríos, por lo que tuve que pedir un ibuprofeno, para tener una noche mejor que la anterior.

Y me sintió bien el medicamento, es decir, 3 horas, por que después me desperté y dormí como un niño chico, "o sea, despertándome cada 5 minutos". Menos mal que amaneció, y Roberto fue a por el infiernillo, él y Juan empezaron a indagar y encontraron la clave del fallo, después lo resolvieron por que son unos manitas, y pudimos bebernos un té caliente, solo por eso, les cedí un cacho de bolla de chicharrón, que se comieron gustosamente. Poco a poco, se fueron levantando y desayunando el resto de la tropa, Juan se puso a contarnos historias de por qué ya no lleva barritas energéticas (creo que Anna tampoco a partir de este viaje) y nos reíamos a mandíbula batiente de la locura que hizo.

Por fin recogimos los bártulos y nos fuimos del refugio, pero prometiéndonos a nosotros mismos, de que volveríamos en otra ocasión a este lugar para hacer una paella (con un infiernillo más grande) y comer algo que no fuesen tantas latas y bocadillos. Empezábamos el descenso, pero con mucha tranquilidad, el objetivo era disfrutar de los paisajes que el viernes ya casi anocheciendo no pudimos observar en su esplendor. A Juan (quien me lo iba a decir que a este hombre le interesase esto) le llamó la atención los cantos de ciertas aves, y el chochín, la curruca capirotada, y un papamoscas cerrojillo, los pude identificar, otras especies no... Coincidimos con varios grupos de personas haciendo la misma ruta, a mi particularmente me gusta ver que hay afición por el senderismo, y que prefieren meterse en sitios agreste y no dar paseos para fotografiar los cerezos en flor del Jerte, que está tan manido...

Llegando las dos de la tarde, paramos a la orilla del río Bohoyo, para comer entre las piedras. Allí hubo varios valientes que se metieron en el agua, Roberto se resbaló y metió la cabeza en el agua accidentalmente, así que eso no vale... Otro que se resbaló fue Daniel, pero este con pantalones de por medio, después, remató la faena. A mi, en cierto modo me apetecía, pero mi cuerpo me decía que este año no iba a ser. Nos juntamos todos, y compartimos toda la comida que llevábamos de vuelta, era importante descargar lo máximo posible. Nos admirábamos de que las lagartijas estuviesen a nuestro lado cazando insectos y sin asustarse de nosotros. Se notaba que éramos buena gente.   

Avanzamos hasta llegar al coche y llegaba la hora de la despedida, ha sido un fin de semana fantástico, disfrutando del magnífico humor de Juan Elías, Daniel, Anna, Meghan, Nevin, Juan, Juanfran, Diego, y Roberto, creo que todos disfrutaron de cada minuto del viaje, no hubo malos rollos ni enfados tan típicos en estas cosas de convivencia. 

Hubo generosidad, y apoyo entre los compañeros en los momentos complicados, compartimos nuestros conocimientos, ya fuese de Naturaleza, Ecología, Historia, Lenguaje, Idioma e historias varias, para mi, una de esas experiencias que te marcan, pero sobretodo por lo positivo que tiene conocer a otras personas, en un momento tan fastidiado para la humanidad, ver a estas personas, te da un poco de optimismo, tal vez haya un futuro mejor del que se vislumbraba en el horizonte. Por ellos, he aquí esta larga crónica de un viaje que se me ha hecho muy corto.
Y para finalizar el time lap que hizo Nevin.

  

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