martes, 7 de mayo de 2013

El diario del Che: quién te ha leído y quién te lee, Marito




EL DIARIO DEL CHE (Mario Vargas Llosa, 1968)


"El Diario de campaña del Che en  Bolivia quedará como uno de los libros fascinantes de nuestro tiempo. Si la revolución latinoamericana se lleva a cabo según el método concebido por el Che y pasando por las etapas que él previó, el Diario será un documento extraordinario, la relación histórica del momento más difícil y heroico de la liberación continental. Si la revolución no se realiza, o demora, o se concreta por vías distintas a la que el Che imaginó, el Diario perdurará como testimonio de la más generosa y osada aventura individual intentada en América Latina.

Pero ante todo, el Diario es la revelación de una personalidad. Comienza el día que el Che llega a la selva cruceña para tomar el mando del grupo de hombres que va a iniciar la insurrección (aunque la cifra total no aparece, se deduce que la guerrilla no pasó de cincuenta hombres) y se interrumpe la noche anterior al combate en que el Che fue herido y capturado. Incluso si el Che no hubiera tenido actuación política antes de llegar a Bolivia, lo vivido allí por él, en los meses finales de su existencia bastaría para colocarlo en nuestra historia a la altura  de un Bolívar o de un Martí. No sólo porque, como ellos, fue un intelectual y un hombre de acción, sino porque sus ambiciones y convicciones políticas tienen coincidencias muy grandes con las del venezolano y el cubano. Hay una idea clave en la vida y en el pensamiento del Che: la unidad latinoamericana. Esta idea, que acosó a Bolívar, que tuvo en Martí a un lúcido teorizador, aparece en el Diario como el supuesto primordial sobre  el que ha sido construido el proyecto revolucionario del Che. Los combatientes constituyen un haz de nacionalidades -cubanos, argentinos, peruanos, bolivianos-, heterogeneidad premeditada para dar a la guerrilla desde su inicio un carácter continental. Todo el tiempo, el Che se mantiene alerta contra cualquier brote de "chauvinismo" y varias veces debe salir al encuentro de rivalidades que se originan en sentimientos regionalistas. Esa unidad que aparece en el origen de la guerrilla debía ser, también, la consecuencia final de su acción. Hay indicaciones en el Diario de que el estallido revolucionario en Bolivia debía ser seguido por acciones similares en Argentina y en el Perú. Estaba previsto que los combatientes de los focos futuros se foguearan en la guerrilla boliviana. El Che aspiraba a que los dirigentes revolucionarios se convirtieran de este modo en lo que fue él toda su vida: un ciudadano de América. Esa idea de que América es una sola, de que la unidad se forjará a través de una acción revolucionaria, nació durante la Emancipación. Ella sola sería suficiente para mostrar la entraña profundamente americanista del pensamiento del Che y la futilidad de la acusación que se ha formulado contra él de ser un "importador de doctrinas extranjeras". La originalidad suya está, precismente, en conciliar su adhesión a Marx y Lenin con el ideal de la unificación continental que profesaron los mejores americanos, y, sobre todo, Bolívar y Martí.

Otro punto de coincidencia entre el Che y aquéllos, que el Diario ejemplarmente subraya, es la necesidad de traducir en actos concretos los ideales más atrevidos, la obsesión por convertir el sueño en una acción. Hasta los enemigos del Che reconocen su desinterés personal, la ausencia de todo cálculo egoísta en la empresa final de su vida. Pero muchos tratan de presentarlo como un ser aguijoneado por la necesidad del peligro, como un nihilista enamorado de la muerte. El hombre que aparece en el Diario no corresponde a la imagen del aventurero. Se advierte que el Che no busca la acción por la acción misma, que jamás olvida el fin para el que la guerra en la que está embarcado es sólo un medio. Este temerario, por lo demás, tiene perfecta noción de los riesgos que corre, y una clara conciencia del peligro, que ha elegido como necesario. A veces, pierde el control de sus nervios; un día, hiere con una navaja a su mula en un ataque de cólera; otro, golpea a uno de sus compañeros por no cumplir sus instrucciones. Esas flaquezas parecen afectarlo emocionalmente más que los contratiempos militares; las consigna con un dejo de pesar y de remordimiento. Tal vez esas páginas son las que imprimen al Diario sus momentos más intensos. 

¿Puede un hombre en uso de sus facultades concebir que, con una cuarentena de compañeros, desencadenará un proceso en el que derrotará primero a un ejército nacional bien equipado, luego a previsibles fuerzas de intervención de los países vecinos, y, finalmente, a la potencia militar de los Estados Unidos? Lo que resumido así parece utópico, a medida que uno avanza en la lectura del Diario, se vuelve realidad posible, por la convicción implacable del hombre que guía a través de la selva y los peligros su minúscula tropa, sin dudar una sola vez de la justicia de su causa y de la eficacia de su método. Tal vez la capacidad de convencer sea directamente proporcional a la capacidad de creer. La convicción absoluta del Che, la seguridad ciega de estar procediendo de la manera adecuada para lograr el fin propuesto, llega a imponerse al fin como el único punto de mira de la realidad, y, a lo largo del Diario, se tiene la impresión de que esta realidad está efectivamente siendo domesticada, dominada, por la arrolladora voluntad del hombre que anota cada noche, en estilo telegráfico, los sucesos de día.

Los primeros meses, cuando las emboscadas que prepara la guerrilla tienen éxito, y los guerrilleros se retiran ilesos dejando tras ellos muchas vícitimas, las anotaciones del Diario sorprenden por su serenidad. Sin euforia, sin siquiera entusiasmo, enumeran las bajas infligidas al ejército, las armas capturadas, y evalúan, como en unas maniobras, el comportamiento de los combatientes en el curso de la acción. Esas victorias, parece decir el Diario, estaban previstas y sólo sirven para confirmar lo correcto de la concepción general que mueve a la guerrilla. Luego, los dos destacamentos de la guerrilla se extravían, el que comanda el Che busca al otro en vano a lo largo de semanas y meses. El Ejército comienza a causar bajas a la guerrilla y se siente a ésta cada vez más debilitada y vulnerable; sus refugios han sido descubiertos, el cerco se estrecha en torno suyo, está sin contactos con el exterior, no ha consegido ganar la confianza de los campesinos -no ha incorporado un solo combatiente-, y su existencia parece seriamente amenazada. Las anotaciones del Diario siguen siendo imperturbablemente serenas: datos estadísticos de las acciones, enumeración objetiva de las dificultades creicientes, valoración de las conductas individuales. También aquí parece sugerirse que esas derrotas y tropiezos estaban previstos y que corresponden a la lógica de las cosas.  Y que esos percances no pueden alterar la culminación victoriosa del proceso. Porque para el Che la idea clave es la siguiente: la supervivencia de la guerrilla es la victoria. Por golpeada y minúscula que sea, mientras exista, su poder devastador seguirá intacto. El grupo de hombres que recorren incesantemente los bosques, soportando padecimientos enormes, constituyen un absceso que irá minando el sistema, revelando la violencia y la injusticia que le son congénitas, ganando para la revolución a sectores cada vez mayores de la sociedad. sólo un accidente o un imponderable puede desbaratar este proceso, sólo la exterminación completa de la guerrilla puede impedir su inexorable victoria. Pero incluso si este accidente se produce -y el Che está siempre consciente de esa contingencia-, tampoco él prueba la incorrección del método insurreccional: sólo sus riesgos. Si de algo queda perfectamente seguro el lector del Diario, es de que el Che, antes de ser asesinado, no debió haber pensado un solo instante, mientras estaba en manos de sus captores, que su derrota era consecuencia de una concepción equivocada, de una teoría revolucinaria errónea. Su fracaso, debió pensar, fue un episodio lamentable y explicable por los hechos corregibles, que en última instancia tampoco modificará (a lo más retardará) ese proceso irreversible que tarde o temprano seguirá la revolución en América Latina. Si es verdad que hay leyes inflexibles que determinan el curso de la historia, es igualmente cierto que en última instancia hay ciertos hombres que, con su voluntad y su genio, aceleran o precipitan el funcionamiento de esas leyes, ya que éstas no son nunca una mera sucesión mecánica de acontecimientos. En América Latina, el Che fue uno de esos voluntariosos visionarios que se empeñó en acelerar la historia. Para lograrlo, desplegó generosidad y heroísmo ilimitados, sin que tanto sacrificio personal le permitiera ver con sus propios ojos el final ambicionado. También igual, en esto, a Bolívar y a Martí."

Londres, agosto 1968 

Mario Varga Llosa, Contra viento y marea (I)



Parece mentira que quien escribió de esta manera tan entusiasta y elogiosa sobre la figura del Che pudiera hacerlo, casi cuarenta años después, en los siguientes términos:

"(...) El Che representa una hermosa ficción, un personaje del que la historia contemporánea está huérfana: el héroe, el justiciero solitario, el idealista, el revolucionario generoso y desprendido que realiza hazañas soberbias y es, al final, abatido, como los santos, por las fuerzas del mal. No importa que los historiadores serios muestren, en trabajos exhaustivos, que el Che Guevara real, de carne y hueso, estaba muy lejos de ser ese dechado de virtudes milicianas y éticas. Que fue valiente, sí, pero también sanguinario, capaz de fusilar a decenas de personas sin el menor escrúpulo, y que, desde el punto de vista militar, sus fracasos y errores fueron bastante más numerosos que sus éxitos. Es verdad que era consecuente con sus ideas, sobrio y austero, incapaz de las payasadas y dobleces de los politicastros profesionales. Pero, también, que la violencia y eso que Freud llamó "la pulsión de muerte" lo atraían y guiaron su conducta tanto como su pasión por la aventura y la revolución.(...)"

Mario Vargas Llosa; Los huesos del Che (2007)


Lo dicho Marito, quién te ha leído y quién te lee... 


 

3 comentarios:

  1. Sigo pensando que algún día veremos en las noticias un titular parecido a "XXX ha sido ingresado de urgencia por un grave ataque de hemeroteca".

    Tiempo ha, pero he vuelto.

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  2. Fiu, Dama, cuánto tiempo. Si no me engaña el recuerdo la última vez que dejaste comentario aquí Vargas Llosa y el Gabo aún eran amigos. Pero bueno, nadie te puede culpar de que ya no se hablen. Claro que las malas lenguas dicen que la disputa fue por una mujer... y tú en aquellas fechas andabas por Barcelona, no lo niegues... y mi mira que si al final resulta que sí... y qué calladito te lo tenías sinvergüenza... y dónde diablos habré puesto yo las hojas del periódico, que tengo envolver el cuarto-kilo-calamares que me voy a zampar hoy...

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  3. Dama... Dama. ¿Me llamarás algún día? (El skype sirve)

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Como no me copies te pego

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