Es curioso que aunque siempre me ha hecho mucha gracia su opinión, nunca he acabado de estar de acuerdo con Poe; la suya me parecía una visión más propia de quien no ha jugado de verdad al ajedrez que la de alguien que lo conoce en profundidad. Sin embargo, según va pasando el tiempo y me voy alejando de mis propias experiencias ajedrecisticas, cada vez me domina más la impresión de que en el fondo el escritor de Boston tenía razón: lo miremos por donde lo miremos, el ajedrez es un juego más de cálculo que de análisis. Porque, si nos lo planteamos con seriedad, ¿qué puede hacer la estrategia, o el buen razonamiento o el sentido común más mondo y lirondo contra la secuencia de jugadas milimétricamente calculada? ¿Acaso tiene necesidad de una justificación teórica el conjunto de movimientos que lleva de cabeza a la victoria, por más que no haya manera de entender su sentido o su significado? Por su puesto que no, ante el cálculo preciso todo lo demás se subordina, guarda silencio y hasta hace genuflexiones admirativas. De hecho yo diría que para fabricar al ajedrecista perfecto vale apenas con pillar el mejor y más potente programa informático de ajedrez que exista y juntarlo con un mono de gran capacidad retentiva, a ser posible con una navaja en la mano, como bien sabía Poe. Porque parece claro que el pensamiento genuíno, aún cuando puede servir de guía ante la falta de memoria, tampoco resulta necesario en un sentido estricto. Así de triste es este juego. Pero mejor que nos lo explique el propio Poe, que para eso es el protagonista de la entrada. Cómo sabéis, la reflexión pertenece al comienzo de Los crímenes de calle Morgue y no tiene desperdicio:
"Las características de la inteligencia que suelen calificarse de analíticas son en sí mismas poco susceptibles de análisis. Sólo las apreciamos a través de sus resultados. Entre otras cosas sabemos que, para aquel que las posee en alto grado, son fuente del más vivo goce. Así como el hombre robusto se complace en su destreza física y se deleita con aquellos ejercicios que reclaman la acción de sus músculos, así el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar. Goza incluso con las ocupaciones más triviales, siempre que pongan en juego su talento. Le encantan los enigmas, los acertijos, los jeroglíficos, y al solucionarlos muestra un grado de perspicacia que, para la mente ordinaria, parece sobrenatural. Sus resultados, frutos del método en su forma más esencial y profunda, tienen todo el aire de una intuición. La facultad de resolución se ve posiblemente muy vigorizada por el estudio de las matemáticas, y en especial por su rama más alta, que, injustamente y tan sólo a causa de sus operaciones retrógradas, se denomina análisis, como si se tratara del análisis par excellence. Calcular, sin embargo, no es en sí mismo analizar. Un jugador de ajedrez, por ejemplo, efectúa lo primero sin esforzarse en lo segundo. De ahí se sigue que el ajedrez, por lo que concierne a sus efectos sobre la naturaleza de la inteligencia, es apreciado erróneamente. No he de escribir aquí un tratado, sino que me limito a prologar un relato un tanto singular, con algunas observaciones pasajeras; aprovecharé por eso la oportunidad para afirmar que el máximo grado de la reflexión se ve puesto a prueba por el modesto juego de damas en forma más intensa y beneficiosa que por toda la estudiada frivolidad del ajedrez. En este último, donde las piezas tienen movimientos diferentes y singulares, con varios y variables valores, lo que sólo resulta complejo es equivocadamente confundido (error nada insólito) con lo profundo. Aquí se trata, sobre todo, de la atención. Si ésta cede un solo instante, se comete un descuido que da por resultado una pérdida o la derrota. Como los movimientos posibles no sólo son múltiples sino intrincados, las posibilidades de descuido se multiplican y, en nueve casos de cada diez, triunfa el jugador concentrado y no el más penetrante. En las damas, por el contrario, donde hay un solo movimiento y las variaciones son mínimas, las probabilidades de inadvertencia disminuyen, lo cual deja un tanto de lado a la atención, y las ventajas obtenidas por cada uno de los adversarios provienen de una perspicacia superior.
"Las características de la inteligencia que suelen calificarse de analíticas son en sí mismas poco susceptibles de análisis. Sólo las apreciamos a través de sus resultados. Entre otras cosas sabemos que, para aquel que las posee en alto grado, son fuente del más vivo goce. Así como el hombre robusto se complace en su destreza física y se deleita con aquellos ejercicios que reclaman la acción de sus músculos, así el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar. Goza incluso con las ocupaciones más triviales, siempre que pongan en juego su talento. Le encantan los enigmas, los acertijos, los jeroglíficos, y al solucionarlos muestra un grado de perspicacia que, para la mente ordinaria, parece sobrenatural. Sus resultados, frutos del método en su forma más esencial y profunda, tienen todo el aire de una intuición. La facultad de resolución se ve posiblemente muy vigorizada por el estudio de las matemáticas, y en especial por su rama más alta, que, injustamente y tan sólo a causa de sus operaciones retrógradas, se denomina análisis, como si se tratara del análisis par excellence. Calcular, sin embargo, no es en sí mismo analizar. Un jugador de ajedrez, por ejemplo, efectúa lo primero sin esforzarse en lo segundo. De ahí se sigue que el ajedrez, por lo que concierne a sus efectos sobre la naturaleza de la inteligencia, es apreciado erróneamente. No he de escribir aquí un tratado, sino que me limito a prologar un relato un tanto singular, con algunas observaciones pasajeras; aprovecharé por eso la oportunidad para afirmar que el máximo grado de la reflexión se ve puesto a prueba por el modesto juego de damas en forma más intensa y beneficiosa que por toda la estudiada frivolidad del ajedrez. En este último, donde las piezas tienen movimientos diferentes y singulares, con varios y variables valores, lo que sólo resulta complejo es equivocadamente confundido (error nada insólito) con lo profundo. Aquí se trata, sobre todo, de la atención. Si ésta cede un solo instante, se comete un descuido que da por resultado una pérdida o la derrota. Como los movimientos posibles no sólo son múltiples sino intrincados, las posibilidades de descuido se multiplican y, en nueve casos de cada diez, triunfa el jugador concentrado y no el más penetrante. En las damas, por el contrario, donde hay un solo movimiento y las variaciones son mínimas, las probabilidades de inadvertencia disminuyen, lo cual deja un tanto de lado a la atención, y las ventajas obtenidas por cada uno de los adversarios provienen de una perspicacia superior.
Para hablar menos abstractamente, supongamos una partida de damas en la que las piezas se reducen a cuatro y donde, como es natural, no cabe esperar el menor descuido. Obvio resulta que (si los jugadores tienen fuerza pareja) sólo puede decidir la victoria algún movimiento sutil, resultado de un penetrante esfuerzo intelectual. Desprovisto de los recursos ordinarios, el analista penetra en el espíritu de su oponente, se identifica con él y con frecuencia alcanza a ver de una sola ojeada el único método (a veces absurdamente sencillo) por el cual puede provocar un error o precipitar a un falso cálculo.
Hace mucho que se ha reparado en el whist por su influencia sobre lo que da en llamarse la facultad del cálculo, y hombres del más excelso intelecto se han complacido en él de manera indescriptible, dejando de lado, por frívolo, al ajedrez. Sin duda alguna, nada existe en ese orden que ponga de tal modo a prueba la facultad analítica. El mejor ajedrecista de la cristiandad no puede ser otra cosa que el mejor ajedrecista, pero la eficiencia en el whist implica la capacidad para triunfar en todas aquellas empresas más importantes donde la mente se enfrenta con la mente. Cuando digo eficiencia, aludo a esa perfección en el juego que incluye la aprehensión de todas las posibilidades mediante las cuales se puede obtener legítima ventaja. Estas últimas no sólo son múltiples sino multiformes, y con frecuencia yacen en capas tan profundas del pensar que el entendimiento ordinario es incapaz de alcanzarlas. Observar con atención equivale a recordar con claridad; en ese sentido, el ajedrecista concentrado jugará bien al whist, en tanto que las reglas de Hoyle (basadas en el mero mecanismo del juego) son comprensibles de manera general y satisfactoria. Por tanto, el hecho de tener una memoria retentiva y guiarse por «el libro» son las condiciones que por regla general se consideran como la suma del buen jugar. Pero la habilidad del analista se manifiesta en cuestiones que exceden los límites de las meras reglas."
Amén.
Amén.
Posiblemente, a Poe lo que le gustaba era ganar al ajedrez, él no tenía suficiente talento (como muchísimos millones de aficionados -sí, entre ellos estoy yo-) y perdía tanto que perdió interés en el ajedrez y al vez, pudiera ser que le frustrase y acabase por escribir esto para justificar esa falta de talento o destreza.
ResponderEliminarEl ajedrez es mucho mas que un juego, y no hace nada mas que valorarse cuanto mas se juega, por que perdone usted, Alan, pero es que la cantidad de aficionados a nivel mundial no termina de crecer. No me gusta el ajedrez de las computadoras, y para mi, no es ajedrez. Yo prefiero, disfrutar en el club, echándome unas partids y unas risas con mis amigos, aunque el nivel sea muy bajo. Cuando juegas contra un programa de ajedrez, ni el programa ni el jugador están disfrutando, por que el humano está tenso preocupado por no cometer un grave error.Y el programa esperando el error. Eso no es nada creativo.
Todas estas dudas se resolverán cuando el ser humano, cual cyborg, se fusione con la máquina, dando lugar a un ser con gran capacidad imaginativa y un gran talento analítico. De momento, estamos mucho más cerca de lo contrario,juas.
ResponderEliminarYo sólo digo que para juego de estrategia por turnos prefiero mil veces el Advance wars o el Risk antes que el ajedrez. El ajedrez, además de una dinamica de juego muy pesada, tiene unos gráficos pésimos. Parece sacado de la Game Boy más primitiva...
ResponderEliminaren ajedrez la imaginacion es mas importante q el calculo ya q nadie puede calcular todo, en la epoca de poe no existian las computadoras, ellas calcularn miles de millones de posiciones por segundo y no juegan perfecto y esa es la demostracion mas rotunda de q en el ajedrez el calculo no lo es todo sino q intervienen otras capacidades mentales q contrapesan e incluso superan al calculo puro. :)
ResponderEliminarSí, eso justamente es lo que yo le digo al Fritz cuando jugamos al ajedrez: me das pena. Tú nunca disfrutarás del vertigo de la jugada dudosa, ni sabrás del éxtasis aventurero de la posición desconocida, ni conoceras la euforía ante el acierto inesperado o el abatimiento ante el error incomprensible. Me das lástima porque nunca mancharás tus planillas ni con las lágrimas de la frustración ni con las lágrimas de la felicidad... Y enmedio de mi emotiva exhortación siempre me interrumpe, rencoroso, con lo mismo: jaque mate.
ResponderEliminarHijodelagranputa, que poca sensibilidad tiene...
Un artículo en que se emplea (mal) el ajedrez como analogía en metáfora:
ResponderEliminarhttp://www.republica.com/2012/09/21/la-apertura-catalana-y-la-defensa-espanola_551805/
Adolfo
Creo que este artículo ha dado en la tecla pues la capacidad de calculo en el ajedrez actual es muy importante, de hecho Magnus Carlsen derrotó a Anand en el ultimo campeonato del mundo en forma milimétrica por su mejor concentración y capacidad de calculo. Los poderosos software de ajedrez podrían derrotar sin pestañear a los mejores grandes maestros pues son capaces de calcular millones de jugadas por segundo frente a la limitada capacidad del ser humano.
ResponderEliminarAsí es, coincido contigo "El poeta maldito" tenia razón y citando en palabras de bobby fischer "chess iss not good anymore"(el ajedrez ya no es bueno)al ver en lo que se convirtió el juego rey de la estrategia la cual quedo sepultada por los ordenadores.
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