Laguna del Gargantón |
Tras no poder ir el año pasado por circunstancias de salud, este año tampoco me preparé físicamente para esta ardua tarea de subir montañas con mis compañeros de fatigas: Juan, Roberto, Juanfran, Míkel y yo mismo. Sí, me diréis que falta Diego, pero tuvo un accidente casero y anda recuperándose el hombre en su pueblecito...
Así que con la baja de Diego, que siempre se nota, pues es el que suele preparar las rutas y se conoce bien los caminos, decidimos hacer algo sencillo, como es ir a Laguna Grande desde la Plataforma de Hoyos del Espino, y es que Míkel y Roberto no lo conocían y Juanfran tenía la ilusión de subir grandes montañas, desde allí se podía intentar el Ameal de Pablo, La Galana o incluso el Almanzor.
Salimos el viernes por la mañana y llegamos al camping de Hoyos del Espino justo a la hora de comer, enfriamos unas cervezas en el Río Tormes y esperamos a Roberto que venía desde la capital. Llegó puntual y eso le quitó a Juan de su siesta diaria, algo que le dolió para el resto del día. Nos acercamos a la plataforma y desde allí tras preparar las mochilas, comenzamos la ruta. Los Escribanos hortelanos y montesinos me salieron al paso y paré para verlos, incluso Juanfran se quedó conmigo para observarlos. El camino es sencillo y relativamente llano. Paramos en una fuente a mitad de camino a rellenar las botellas de agua, el sol apretaba y las mochilas llenas de víveres, hacían más duro el camino.
Llegamos a la zona del descenso a la Laguna grande, y allí observamos el cartel con todos los picos que Juanfran anhelaba subir, pero la zona estaba muy nevada (la vez que más en todos estos años de movidas mochileras) y nos dejó un poso de duda el poder hacerlo o no. Al llegar a la Laguna, nos encontramos ante una encrucijada, pues el agua de la laguna había subido bastante el nivel , y el cable de acero que te permite vadearla por entre las piedras, se había roto con las inclemencias del tiempo. Así que tocó que descalzarse y poner los pies en la gélida agua de la Laguna, Míkel no paraba de quejarse, "¿no sabéis que llevo muy mal el agua fría?" Pero no le quedó otra. Después de limpiarnos y secarnos los pies, decidimos acampar en una zona un poco húmeda pero llana.
La noche no fue muy fría, pero al no haber luna llena salió completamente estrellada y era alucinante despertarte a las 3.00 de la mañana y ver la vía láctea y un montón de constelaciones, muchas (por no decir todas) las desconozco y aquí sí que echaba de menos los conocimientos maravillosos de Diego sobre Astronomía.
En la mañana del sábado, nos levantamos temprano, y nos acercamos al Refugio Elola, para preguntar por como estaban las cumbres de montaña y si era posible hacer cumbre sin crampones. Nos dijeron que en esas condiciones era imposible, incluso en sitios con caminos hechos como en la Portilla del Rey (Cinco Lagunas), así que la desilusión de Juanfran fue aún mayor. Volvimos a las mochilas, donde se había quedado Míkel guardándolas y escuché un canto llamativo, un leve silbido, y se me vino a la cabeza el roquero rojo, esa hermosa ave que estaba en un pequeño prado comiendo. Llamé a mis compañeros y lo observaron, quedándose pasmados de lo grande y bonito que era.
Decidimos acercarnos a los prados del Gargantón, nos costó llegar, ya que desde la laguna grande no recordaba el camino, sabía que había una portilla que cruzar, pero nos la pasamos. Míkel, de todas formas encontró una serie de hitos que nos llevaron a la senda correcta, no sin pasar por zonas complejas. Juan y Roberto no paraban de darle vueltas al hecho de como habíamos perdido el rumbo. Por fin paramos a descansar y comer, allí incluso pudimos descalzarnos y enfriar los pies. La siesta no hubo quien se la saltase, aunque a veces el sol daba de justicia y Juanfran que no se tapó com nada, acabó quemándose los gemelos. Nos quitamos las mochilas y subimos las lagunillas del Gargantón, un lugar increíble, en realidad es un pequeño circo glaciar entre el de Laguna Grande y Cinco Lagunas, mas modestito, pero con la cantidad de nieve y agua que tiene este año, es realmente espectacular.
Con mucha precaución hicimos el descenso, algunas zonas estaban húmedas y con líquenes, por lo que los resbalones eran un peligro a tener en cuenta. Ya desde allí retomamos nuestras pesadas cargas y volvimos a la Laguna Grande por el camino oficial, no tardamos mucho en llegar. El aire se empezó a mover y por un momento temimos que el sitio para dormir no iba a ser el más adecuado, por que a pesar de estar en un lugar llano, no teníamos forma de evitar las ventoleras. Nos aseamos y cenamos, en ese momento el aire paró y tuvimos una noche plácida. La noche fue también muy espectacular, sin nubes y como dormimos en sentido contrario al de la noche anterior, pude ver sobre las 4 de la mañana el planeta Marte. Avisé a los compañeros y compartí mi descubrimiento con ellos. Juan aprovechó para contarnos alguna anécdota de las suyas...
El sol nos obligó a levantarnos (el cansancio de las caminatas con las mochilas se empezaba a notar) y tras hacer un café artesanal, se rompió el filtro y hubo que improvisar con un pañuelo de papel, que milagrosamente aguantó, tomamos un cafelito. Salir del sitio en el que habíamos parado nos llevó un ratito, ya que había que encontrar un lugar donde pasar el río. Juan encontró el lugar más seguro. Y nos pusimos en marcha dirección al Refugio del Rey (en ruinas), suelo llevar el prismático fuera, pero al ser el camino cuesta arriba y darnos el sol fuertemente, decidí guardarlo, al poco tiempo vi una silueta de un ave grande que no era un buitre, y efectivamente, el Quebrantahuesos me pasó por encima y no pude verlo... Juanfran que iba por delante me preguntó si lo había visto y yo confirmaba lo que me temía.
Giramos a la derecha en dirección al Refugio y tras ver a otra persona haciendo la ruta le preguntamos por si era el camino correcto, efectivamente, ese era. Más adelante y tras pasar por varias zonas nevadas, preguntamos a dos hombres sobre la posibilidad de subir algún pico, sobretodo por Juanfran que estaba ansioso de subir algo medio decente. Nos dijeron que sí era posible y que no perdiésemos tiempo. Allí nos lanzamos, pero sin mochilas que dejamos entre piedras. Hubo que pasar varios neveros, el primero nada más comenzar era todo cuesta arriba, con algunas trampitas en forma de agujeros escondidos, eso me hizo en una ocasión meter el pie casi hasta la rodilla.
El segundo tramo de nieve, era más duro que el primero, resbalaba muchísimo y había que hacer un sobre esfuerzo, no para avanzar, sino para mantenerte en vertical. Esperé a Juan y encontramos una zona de tierra, que nos llevó al Pico Morezón de 2389 metros de altitud. Juan sacó su temida cámara y se puso a hacer fotos desde todos los ángulos imaginables. Allí arriba vi una Papilio Machaon quise enseñársela a Roberto, pero Juan no paraba de jorobar con las fotos y la asustó.
Míkel y yo iniciamos el descenso, lento pero seguro, ahora al pasar por los neveros el descenso era mucho más rápido y divertido, en 20 minutos llegamos a las mochilas y el grupo siguió con la idea de ir al Refugio del Rey (que yo ya había visto 20 años antes con Diego), yo preferí esperarles en una zona acordada con ellos, en media hora llegaron e iniciamos el descenso a La Plataforma. Pero de repente oí y vi al Ruiseñor Pechiazul entre los piornos, me hacía ilusión verlo, pero a pesar de echar unos diez minutos no volvió a salir. Ellos estaban comiendo mientras me esperaban. También en ese descenso Juan y yo disfrutamos de la Collalba gris y las Alondras comunes cantando y haciendo picados espectaculares. Llegamos a los coches y algunos se bañaron en el Río Tormes a la altura del camping. Ya allí nos despedimos de Roberto para otra ruta, quien sabe si en septiembre... Los demás, que en Hoyos del Espino estábamos a 23º, tras tres horas de viaje, llegamos a Almendralejo con 34º a las 22.00 horas, realmente el contraste fue brutal.
Decidimos acercarnos a los prados del Gargantón, nos costó llegar, ya que desde la laguna grande no recordaba el camino, sabía que había una portilla que cruzar, pero nos la pasamos. Míkel, de todas formas encontró una serie de hitos que nos llevaron a la senda correcta, no sin pasar por zonas complejas. Juan y Roberto no paraban de darle vueltas al hecho de como habíamos perdido el rumbo. Por fin paramos a descansar y comer, allí incluso pudimos descalzarnos y enfriar los pies. La siesta no hubo quien se la saltase, aunque a veces el sol daba de justicia y Juanfran que no se tapó com nada, acabó quemándose los gemelos. Nos quitamos las mochilas y subimos las lagunillas del Gargantón, un lugar increíble, en realidad es un pequeño circo glaciar entre el de Laguna Grande y Cinco Lagunas, mas modestito, pero con la cantidad de nieve y agua que tiene este año, es realmente espectacular.
Con mucha precaución hicimos el descenso, algunas zonas estaban húmedas y con líquenes, por lo que los resbalones eran un peligro a tener en cuenta. Ya desde allí retomamos nuestras pesadas cargas y volvimos a la Laguna Grande por el camino oficial, no tardamos mucho en llegar. El aire se empezó a mover y por un momento temimos que el sitio para dormir no iba a ser el más adecuado, por que a pesar de estar en un lugar llano, no teníamos forma de evitar las ventoleras. Nos aseamos y cenamos, en ese momento el aire paró y tuvimos una noche plácida. La noche fue también muy espectacular, sin nubes y como dormimos en sentido contrario al de la noche anterior, pude ver sobre las 4 de la mañana el planeta Marte. Avisé a los compañeros y compartí mi descubrimiento con ellos. Juan aprovechó para contarnos alguna anécdota de las suyas...
El sol nos obligó a levantarnos (el cansancio de las caminatas con las mochilas se empezaba a notar) y tras hacer un café artesanal, se rompió el filtro y hubo que improvisar con un pañuelo de papel, que milagrosamente aguantó, tomamos un cafelito. Salir del sitio en el que habíamos parado nos llevó un ratito, ya que había que encontrar un lugar donde pasar el río. Juan encontró el lugar más seguro. Y nos pusimos en marcha dirección al Refugio del Rey (en ruinas), suelo llevar el prismático fuera, pero al ser el camino cuesta arriba y darnos el sol fuertemente, decidí guardarlo, al poco tiempo vi una silueta de un ave grande que no era un buitre, y efectivamente, el Quebrantahuesos me pasó por encima y no pude verlo... Juanfran que iba por delante me preguntó si lo había visto y yo confirmaba lo que me temía.
Sombras alargadas |
El segundo tramo de nieve, era más duro que el primero, resbalaba muchísimo y había que hacer un sobre esfuerzo, no para avanzar, sino para mantenerte en vertical. Esperé a Juan y encontramos una zona de tierra, que nos llevó al Pico Morezón de 2389 metros de altitud. Juan sacó su temida cámara y se puso a hacer fotos desde todos los ángulos imaginables. Allí arriba vi una Papilio Machaon quise enseñársela a Roberto, pero Juan no paraba de jorobar con las fotos y la asustó.
Míkel y yo iniciamos el descenso, lento pero seguro, ahora al pasar por los neveros el descenso era mucho más rápido y divertido, en 20 minutos llegamos a las mochilas y el grupo siguió con la idea de ir al Refugio del Rey (que yo ya había visto 20 años antes con Diego), yo preferí esperarles en una zona acordada con ellos, en media hora llegaron e iniciamos el descenso a La Plataforma. Pero de repente oí y vi al Ruiseñor Pechiazul entre los piornos, me hacía ilusión verlo, pero a pesar de echar unos diez minutos no volvió a salir. Ellos estaban comiendo mientras me esperaban. También en ese descenso Juan y yo disfrutamos de la Collalba gris y las Alondras comunes cantando y haciendo picados espectaculares. Llegamos a los coches y algunos se bañaron en el Río Tormes a la altura del camping. Ya allí nos despedimos de Roberto para otra ruta, quien sabe si en septiembre... Los demás, que en Hoyos del Espino estábamos a 23º, tras tres horas de viaje, llegamos a Almendralejo con 34º a las 22.00 horas, realmente el contraste fue brutal.
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