- José Luis Cruz (1:04.08)
- Pablo Alonso (1:07.40)
- Fran Martín (1:10.08)
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- Fran Martín (1:17.03)
- Ismael Arroyo (1:17.04)
La Junta Electoral [Provincial de Madrid] considera, además, que "la petición del voto responsable", a la que hacen referencia los convocantes, "puede afectar a la campaña electoral y a la libertad del derecho de los ciudadanos al ejercicio del voto".Díario El Mundo, hoy.
Ahora que la manifestación del 15 de marzo y las protestas sociales han entrado (por fin) en la agenda política, hay muchas voces aconsejando a #nolesvotes, #democraciarealya y #acampadasol que saquen una lista de medidas concretas (ejemplos aquí, aquí y aquí). La idea, supongo, es que nadie se va a tomar las protestas en serio si los organizadores no incluyen una larga lista de demandas específicas y un plan de acción desarrollado.
Lo siento, pero esto es erróneo. Es una tontería. Y es uno de los motivos por los que la izquierda en España y media Europa no es capaz de llegar nunca a ningún sitio.
Me explico. Echad un vistazo a lo que escribía ayer, sin ir más lejos, o lo que estan diciendo muchas voces en los medios. La primera reacción de muchos ha sido “al fin alguien protesta”; una primera reacción de apoyo implícito. El segundo paso es intentar averiguar qué pide esta gente, leer las medidas en la red de #democraciarealya, y ver una lista de la compra de medidas de izquierda (trasnochada) que automáticamente te hacen perder apoyos. En el momento en que pones un plan de medidas concretas sobre la mesa, el debate deja de ser sobre el objeto de tu protesta y pasa a ser sobre lo que tú estás pidiendo. Y como en este mundo no todos somos de izquierda setentera (afortunadamente), estás tirando casi de inmediato un montón de apoyos potenciales por la ventana.
Sé que sonará cínico, pero un movimiento social efectivo no tiene (casi) nunca propuestas concretas. Cuando estás trabajando para movilizar cantidades ingentes de gente lo último que quieres hacer es meterte en bizantinas discusiones sobre reformas del mercado laboral o leyes electorales; lo que quieres es apelar a un motivo para movilizarse (las cosas van fatal) y un grito de guerra sencillo, directo y fácil (las cosas tienen que cambiar) y dejar que sea el público el que rellene los huecos.
¿Recordáis eso que decía no hace demasiado que un candidato genérico (“candidato del PP”) casi siempre tiene más apoyo en las encuestas que uno concreto (“Mariano Rajoy”)? Si el sentimiento detrás del mensaje genérico es compartido, la tendencia natural del que escucha es a darte el beneficio de la duda. Mientras no pidas nada concreto, la gente estará rellenando los espacios que has dejado en blanco con lo que ellos quieren escuchar. Este es uno de los motivos por los que los tea party fueron tan treméndamente efectivos movilizando en un primer momento, y también por qué en los últimos meses han perdido muchísimo gas. Cuando su mensaje principal era cabreo, era fácil tener simpatía por ellos; ahora que (medio)gobiernan y quieren cargarse Medicare han dejado de hacer gracia.
Puede que suene cínico, pero la izquierda cae en esta trampa de autodefinirse en exceso de forma constante. Echad un vistazo a los programas y retórica de los partidos de derechas en Europa; las quejas y principios van primero, las medidas concretas van (mucho) después. Los socialistas europeos tienen esta extraña obsesión con hablar, ante todo, de programa, programa, programa. Cualquiera que haya hablado de política en un bar puede decirte que emocionar a alguien a grito de “reparto del trabajo a base de contratos a tiempo parcial hasta conseguir pleno empleo” (medida estúpida donde las haya, pero ese es otro tema) no te va a llevar a ninguna parte moviendo a las masas. Al contrario, hará que yo deje de escucharte, y no seré el único.
Protestar así ciertamente abre la puerta a la gente muy seria y muy educada en la radio y prensa a decir que no sabes lo que quieres, por descontado, pero esto no es un problema, es una ventaja. El problema en España es que la gente muy seria y muy educada ha fracasado estrepitosamente y aquí no ha pasado nada; la crítica es el mejor de los halagos posibles. Y por descontado, el trabajo de un manifestante no es gobernar, es exigir que los que gobiernan sean competentes y sigan sus principios (¿cuáles? ¿para qué contestar?), en vez de perder el tiempo con política gallinácea.
Si queremos que las protestas sigan (y creedme, me haría muy feliz que lo hicieran) el mensaje no tiene que ser concreto, tiene que ser genérico. Pedir una refundación de los partidos. No más corrupción. Todos contra el paro. Viva la Pepa. Lo que sea. El foco tiene que ser “aquí hay un problema, y queremos que lo arregléis”, y forzar a los partidos a que se mojen, no lo contrario.
Si queréis un poco más de detalle, tengo una serie de artículos sobre este tema aquí.